domingo, 20 de abril de 2025

 




RE-VERSO AN-VERSO DE LA PALABRA POÉTICA DE MANUEL PANTIGOSO

por: Antonio Sarmiento

 

Rever So/An verso es el título que Manuel Pantigoso le puso a dos antologías personales, publicadas en las revistas Runakay (1982) y La Manzana Mordida (1988). Dicho título lleva en su interior una rica carga semántica, de múltiples significaciones, que caracterizan muy bien las posibilidades expresivas del poeta: rever /SO AN/ verso (volver a ver el verso, navegar en su interioridad; So An = Naos, en la escritura al revés). Esta imagen náutica sería una constante compañera en el trabajo literario de Pantigoso, como travesía y destino, viaje a través del mito y la utopía. Viajero del zenit al nadir, fruto de su “viandanza” por varios países de América, Europa y Asia, recibiría, también, el aliento y el aprecio de distinguidos escritores que lo abrazaron en sus cenáculos, entre ellos, Jorge Guillén, Jorge Luis Borges, Nicanor Parra, Carlos Bousoño, Alceu de Amoroso Lima, Antonio Amado, etc.

 

El título Rever So/An verso, sin embargo, no fue tomado en cuenta como rótulo para su obra poética completa. Al final el autor se decidió por Rompeolas de Altamar, nombre sugerente de gran ascendencia marina, al cual nosotros nos gusta interpretar como esas “rompeolas de eternidad”, esa “travesía de extramares” en busca de una poética que navega en la trascendencia. Las poesías completas de Pantigoso contienen en sus más de mil doscientas páginas una obra vasta e intensa, a la que habría de iniciar un estudio teleológico para rastrearla en toda su magnitud. Hemos querido, por ahora, juntar y pegar las piezas de un gran mosaico de ricos matices y colores que hablan de su poderosa personalidad como poeta, y al mismo tiempo, de gran originalidad en el campo del pensamiento metapoético.

 

Una voz diferente entre las poéticas circulantes. La intensificación poética o el necesario silencio de los versos: sugerir antes que nominar

Cuando aparecen los primeros libros de Manuel Pantigoso, estaban en pleno acto la poesía integral de Hora Zero, la poesía punzante y subterránea de Kloaka, coloquialismo, poesía visual, etc. Esta poética ingresa al circuito literario con un estilo particular, muy propio, el cual fue cincelándose poema a poema. Así, un nuevo tono “estremecido” ingresaría a ese espacio poético de bocinas y altavoces, dejando escuchar poco a poco, en sordina, su voz sugerente y erizada a la vez, de grandes cuestionamientos existenciales, estableciendo con ello una obra que dialoga en permanente vínculo con el “otro”, ese ser que se desdobla del propio “yo” poético para encarnar el “tú”, en primera instancia. Empero, la opción de Pantigoso fue la de trascender la realidad en lugar de reproducirla, con una poesía ligada a lo simbólico y no desde una representación directa de la realidad. Por ello, Roland Forgues, en una entrevista al poeta señalaba un punto interesante:

 

El único parentesco que me atrevería a formular entre tú y los poetas de Hora Zero (…) es la idea de “poesía integral", pero vista en tu caso, no como una poesía que diera cuenta de la totalidad de la realidad concreta, sino como una poesía que reuniera los cinco sentidos de la realidad humana, y de la vida determinada por los cuatro elementos que la componen: tierra, agua, aire y fuego.1

 

En el pensamiento de Pantigoso siempre apareció una constante preocupación por el otro, tanto en la vida como en el arte. Su concepción humanística lo orientaría hacia una postura íntima y socialmente participativa, dialogante. Nunca fue escritor de gabinete, necesitaba del otro para realizar a plenitud una personalidad poderosa. El hacer o darse hacia el otro formaba parte de su esquema de vivir en comunión con todos:

 

Me gusta escuchar con atención y profundidad lo que otros dicen. Es una de mis características. Recibo todo lo que tenga que recibir; lo acojo, lo introduzco en mi experiencia, lo hago mío porque soy dialéctico: no pienso que las cosas están acabadas, sino que siempre se están haciendo. Me afirmo en consecuencia en desde la perspectiva de mirar al mundo y de mirar al otro.2

 

Para el vate la función de la palabra poética es “iluminar”, es decir, por la poesía vemos lo que ni siquiera sabíamos que existía, lo cual nos recuerda Las iluminaciones del adolescente genial Rimbaud. Efectivamente, la luz de la poesía de Pantigoso escudriña los últimos rincones de la existencia para intensificar y revelar esencias, desde la forma. Y más de lo que nos dice, nos emociona la forma cómo lo dice, aquello que trasciende y se encarna en la piel, como el poema “Perruno los dos”, donde el autor se mimetiza con el mejor amigo del hombre desde una perspectiva humanizada hasta las vísceras:

 

Un canto solitario una lámpara vacía iluminan el viaje

yo le acaricio las orejas mientras dormita él

me lame las palmas de las manos

en mi boca cerrada están sus espejos

a veces me ladra para ver si nos ladramos si aún tenemos nuestras lenguas

 

nuestros dientes

 

otras veces compartimos el sabor de

un chocolate derretido

muy quieta y apacible está

la noche

solo nos despertamos cuando el

claxon nos asusta

y hay

 

de pronto

 

otro ritmo que no es ni

el tuyo ni el mío

es otro hueso tendido para

cascar la carretera.3

 

La escritura del poeta pasó por varias etapas, desde el barroquismo esencial de sus textos canónicos (Sydal, Contrapunto de la mitomanía, Los Siete Universos del Jardín de Magdalena) hasta la visión más aireada de sus últimos poemarios inéditos. Este paso de lo complejo a una mayor claridad, significó una dicción más coloquial y cotidiana; sin embargo, ello no restó la densidad emocional que borbota en la sencillez de sus poemas de madurez. El propio vate señalaría lo siguiente:

 

Este comportamiento de adelgazamiento de las cosas ya no parte solo de la propia palabra sino, sobre todo, de esa densidad indescifrable del mundo interior. Corresponde a la época madura, que es de síntesis y de limpieza. No te imaginas cómo suenan y resuenan las palabras en mi interior. Nunca terminaré de caminar con ellas porque la palabra es la cosa en y es la idea, y la idea es esa emoción totalizadora desde donde quizá Dios nos habla. Por otro lado, es fundamental buscar la relación que ella, directa o indirectamente, guarda con lo demás. Siento que estoy en la época de entender que la simplicidad de la palabra no se opone a la esencialidad interna; por el contrario, creo que pueda florecer más.4

 

La lectura de un buen poema alumbra ámbitos desconocidos de nosotros mismos. Esto lo hemos sentido al leer poemas de gran intensidad de la pluma del vate. A través de esa lectura en profundidad sabemos, entendemos, presentimos y apreciamos mejor la vida en su comarca. Pantigoso fue un gran teorizador de lo poético tanto en prosa como en verso. En la línea de los escritores de vanguardia supo explorar con sapiencia lírica el ámbito misterioso del poema:

 

Oh lenguaje abridor de posibilidades siempre

más allá de sí mismo

siempre reinventándose desde sus recovecos oh

misterio que así mismo se habla

y aprende lo que dice o expresa

aquello que verbaliza.

 

(“Hans-Georg Gadamer le habla al lector de poesía”, Ibíd., p. 71)

 

La poesía le mostró a Pantigoso, por ejemplo, la intimidad de las pampas de Nazca, de Machu Picchu, de Cerro Azul, del coaldas (idioma desaparecido del reino de los Guarcos). Como un autor estructural que diseña su campo de significaciones desde la perspectiva de un lenguaje múltiple y evocador, él realizó la trasposición del tiempo habitando el pasado como si fuese tiempo presente. No es simplemente el racconto o el flashback narrativo, el pasado se construye con plena autonomía en la actualidad de la palabra, como cuando habla de una figura central del reino de los Guarcos, Chuquimanco, el gran curaca:

 

Y te fuiste sin haberte ido

 

(el ser en tu nombre quedó entre las olas en el

aire guardado del mar).

En la pizarra azulina de la noche al

abrigo de una sombra floral

que pone otras estrellas en tus manos estás

ahora en tu sitio

en la experiencia del silencio azul

desde allí nos lees fijamente mientras el rombo de un pez nace

desde el cetro de tu lanza.

 

(“Gran lanza -Chuquimanco- natural de Mara”, Ibíd., p. 298)

 

Es un hecho que la voz del poeta puede no ser, fundamentalmente, poesía de circunstancias o de lo cotidiano. Si recorremos las páginas de los primeros libros de Pantigoso, nos detendremos en espacios que parecieran habitados solo por el yo poético que camina por plazoletas abandonadas, por instantes breves y geométricos en vigilia, por el azaroso paso del viento, de una nube o del río que es la vida, pero también es cierto que ningún verdadero poema ha de brotar de la exclusiva fantasía o de lo irreal imaginado:

 

Fuera de ti en

 

queda la lluvia sin fecha que emprendiste

 

(recobrado el mar

baja la prisa de tu sombra)

 

fuera de ti vestidura polvo los hoyos agitados entre

simas vigilantes a tu manera

 

l a   p l a z a   s o l a m e n t e

 

(“Filosofía del viento”, en Rompeolas de altamar, Tomo I, p. 87)

 

Poesía de esencias y veladuras, de sensaciones ilimitadas. Así, guarecido por las palabras de su cuerpo, el poeta se acercará a la intimidad del ser y a ese esencial espacio gaseoso, difuminado, evanescente, que ni la propia percepción capta. Muchas veces las formas del paisaje y la envergadura de lo real son desatadas y abolidas. Si tomamos, por ejemplo, cualquier fragmento de un poema, este se construye en base a una percepción original, más presentida que real:

 

Los vientos devanan todos los bordes y todas las

esquinas de la casa y andamios

y la jauría de la voz tumba sorda su tardanza mientras

barranco gesticula a pasos crujiendo siempre adelante a

pico con la casa  y no sabe más quien asciende de mar a río

por las rocas

 

ni quien calla sin restricción

 

esta siesta permanente de la tarde.                  (“Vendaval”, Ibíd., p. 70)

 

Por su espesor simbólico y polisémico, el asedio de esa atmósfera -o ambiente de la palabra- se constituye en una parte esencial de la poética del autor. Esa es una forma de darle rostro a la poesía en tanto estado o temperatura del ánimo. Maurice Merleau Ponty –filósofo francés muy citado


por el poeta- habla de la percepción y se refiere a lo invisible de lo visible en la memoria, en sus “nublados espejos”. Lo que teoriza este gran filósofo es lo que nos transmite de fondo la poesía de Pantigoso:

 

En este cuadro eriazo yaces río

de arena es tu cuerpo vaho de

sedienta soledad

 

el silencio es ahora el pincel

 

el pincel es un corazón desprendido

 

la impudicia de un mundo en el reverso en

el discurrir en llamas                       sin bastidores

 

párale la oreja al silencio

 

a ese que no logras asir pero dice del

viento fresco que viene desnudo de

todo cuerpo solo

 

de toda yerba.

 

(“Cuadro de carne y verso”, Ibíd., Tomo II, p. 260)

 

Los símbolos difuminados

El símbolo poético es el elemento más característico de la poética de Pantigoso. Siempre se auto refería como un poeta de atmósferas. Tenía muy presente las lecciones del poeta y crítico español Carlos Bousoño, autor del libro Teoría de la expresión poética, en donde el símbolo es trasfondo y emoción. Para Bousoño la poesía de Pantigoso contiene “polivalencia semántica”, “imágenes, símbolos y visiones de fuerza subconsciente”, “ritmo y musicalidad propios que capturan al lector para que broten en él específicas resonancias”. Punto crucial para el arte del autor de Sydal es que el lector forme parte de este sutil juego de correspondencias donde ocupan espacio las vivencias o fragmentos de vida; y para alcanzar un mayor grado de emocionalidad el vate lleva para su ribera elementos sugestivos y claramente poéticos que han de potenciar su terreno abonado de lirismo. Ello lo observamos en las siguientes modalidades:

 

Cada poema suyo aporta un clima y una temperatura personal, traduce estados de alma; ahí el poeta moldea la materia verbal con lirismo, con trazo coloquial, reflexiones oníricas y símbolos de cuño trascendente:

 

Lentísimo brote

 

entraña y salida de la mañana (encarnadura abrigada de cristales)


la eficacia de la cueva estuvo en

su encrespada sombra

pero no te leía entonces  ni la voz

curvada por la tarde

 

de pronto

 

las dos puertas se abrieron mudas en

entrada y salida del muro

 

en vilo la palabra quedó sola bien

al fondo

 

humo del alba

 

pozo del sueño.                   (“Sombra y asombro”, Ibíd., p. 215)

 

Un tiempo interior, íntimo, adherido a la piel del poema se despliega por los cuatro puntos cardinales del libro con afán totalizador para afirmar así, la esencia del ser y la palabra. Lo reiteramos, el arte de Pantigoso es la presentación de espacios y objetos difuminados, como resonancia de un estado anímico o afectivo. Es un poeta que se desgarra en sugerencias, y el símbolo, es un elemento central de su lírica. Sugerir antes que nominar. He ahí la clave, tal como se aprecia en su notable poema, titulado “Más allá del amor el ciervo espera”, que pertenece a su libro Piel de la palabra. Ahí se destaca la polisemia, la carga semántica y la iluminación esencial del poema:

 

Invasión salvaje

 

por sobrevivir y saber

dónde va en el camino la lengua eterna el

rito de la palabra amor

la que roe los pilares y anida de común acuerdo

siempre de revés y siempre aireada

después de hervir al fondo las piedras las

hojas que fueron alas del río

 

(allí tu cuerpo y el mío

 

y el humo que nos trama y deshiela frente

a frente han quedado

 

el sentido puro de la vida

 

el sentido impuro de la muerte caos y

orden emparejados de azar de

melancolía

 

el ciervo mudo está frente al mar

 

su ceguera rumia el resplandor del abismo

su piel es leve como un salto herido

 

como un médano en pálpito.                   (Ibíd., p. 40)

 

Este efecto poético aparece, concentradamente, en sus libros: Sydal, Contrapunto de la Mitomanía, Arte-Misa, En-clave de sol del color, El instante de la memoria, Ardiente desnudez y Largo viaje de sombra iluminada. Por


otro lado, la poesía de Pantigoso registra otras estancias que dan cuenta de su proceso emocional a través del símbolo. Aquí quisiera anotar los principales símbolos que el vate empuña como bandera:

 

El tren o la búsqueda de la utopía


Manuel Pantigoso fue un hombre de fe, de mitos y utopías. La vida estaba simbolizada por ese tren que discurría por las cuatro estaciones de la existencia humana, hasta llegar a una quinta: “Yerbal”, estación de la liberación y la felicidad humanas. En el siguiente fragmento de Salamandra de Hojalata el poeta escribe su arte poética del movimiento, sinónimo de marcha, camino o travesía:

 

-¿y mis zapatos? ¿y mis espejos?  quiero llevar conmigo mi casa vagón

                                                                       //y mis cortinas

-solo agua elemental y exhalación de escarcha         es decir

vapor más tierno más

leve el viento

 

elevando lo cotidiano a la altura del encanto. (Ibíd., Tomo I, p. 58)

 

El lenguaje de este primer poemario es la “descripción” futurista del movimiento que avanza en instantáneas, reflejando el vértigo de vivir en la pesadilla de un mundo desarticulado; por eso el lenguaje se interna en cada estación, en cada recoveco, en velocidad máxima:

Sin tiempo para llorar/ la muchedumbre descubre todos los puntos en relojes ajenos a sus horas van/ mazo implume en canastos sus comarcas por dormidas claraboyas/ pájaro pie dioico/ fluctúan desvelados. (Ibíd., p. 51)

 

El río- tren, como símbolo de la propia existencia, aparecerá en un conjunto medular que solo se llegaría a publicar en las obras completas. Nos referimos al libro Largo viaje de sombra iluminada, en donde se desarrollan cuatro estancias: Poética del Danubio, Río de siete suelas, Los desmedidos ríos y Los signos del río Hermes.

 

Para Pantigoso como para Antonio Machado y Javier Heraud la vida discurre como un ancho y doloroso río. En el caso del primero el símbolo del tren se subsume al símbolo del río como intensificación del discurrir veloz de esa “salamandra de hojalata”, imagen surrealista de la propia existencia:


El tren conduce y presencia su llegada a petición suya y dispone

a su propio costo                 

el cuerpo y los sueños           a su propio costo

   sus alegrías lamiendo huellas venideras. (Ibíd., p. 58)

 

 

El jardín perdido y anhelado: la nostalgia del regreso


Se advierte que hay en el poeta un arranque genesíaco: “adánico es mi molde/ eva naciente”. Desde tiempos remotos, los hombres han sentido la nostalgia de un paraíso perdido, y de ahí su tentativa por reconstruirlo desde la tierra y desde la voluntad profana, en oposición a la voluntad divina. El ideal humano de fundar un paraíso en la tierra es la imagen del jardín. La palabra en buena cuenta es la ruta más anhelada para volver a la primera inocencia, a ese jardín edénico, al jardín de Magdalena del Mar donde el poeta viviera su niñez.

 

El vate buscó en cada poema, en cada libro, el sentido primigenio, auroral, de la palabra. En el fondo de cada texto hay una atmósfera emocional, un dejo de melancolía que busca aprehender el misterio del poema como síntesis de la vida misma. En Los siete uni/versos del Jardín de Magdalena (2015) el vate inicia el descenso hasta los orígenes, a la “deshojadura del jardín del ser”, y alcanza la ribera de la madre eterna:

 

En el jardín de la casa

sembraste la semilla de tantas lluvias prometidas

en qué otro surco estás ahora mamá?

 

yo supe desde la cuesta de tu alegría que en la gruta de tu corazón

 

el trino era luz y la espiga encanto

 

y que al abrevar la higuera apetecible de

miel era tu querer

tu sabiduría que no engaña a la ternura de

vivir para no enfermar el alma

 

¡oh maravillosa clarividente de la fuente

del amor a mares!

un día te fuiste hasta pronto

 

tu corazón se quedó rebalsando en el mío.

(“Jardín del corazón”, Ibíd., p. 625)


Fiel a su ideal, Pantigoso funda con sus libros un nuevo paraíso en la tierra abonada de literatura, y lo realiza a través de esa imagen del jardín, la cual representará para él una metáfora de la eternidad:

 

Céntrico jardín

del corazón

psíquico y divino

 

poesía del cosmos del

otoño en su rama y el

Sol de Magdalena

 

mandala de la floresta que me devuelve diagrama de

mayo en lejanía.

(“Madre - Mandala – Magdalena”, Ibíd., p. 505)

 

Antes, incluso, de Los siete universos del jardín de Magdalena, Pantigoso se había referido sobre esta visión auroral, en Reloj de flora (1981) y Retablo de la naturaleza (2012). En el primero, la explosión agrícola surge a partir de un estilo moderno, espacial. El libro aparece de un estuche de color verde, alimonado. Simbólicamente, la escritura se extiende desde las ramas y las hojas de un árbol. De ahí los sugestivos nombres de sus tres partes: Peciolo, Limbo y Nervadura. Los textos reproducen el ritmo del tiempo y la emoción de la naturaleza, la cual florece en el segundo poemario, a manera de libro objeto construido sobre la base del retablo andino.

 

La piel como encrespada superficie

Para nuestro poeta la piel no solo es envoltura o tegumento que cubre y protege el cuerpo de los hombres y de los animales, también, substancialmente ese órgano (el más grande de nuestro cuerpo) deja traslucir con fidelidad los libérrimos estados interiores y, a la vez. es un receptáculo que contiene las tensiones y distensiones sociales. Ahí, en esa superficie “abierta en todos los poros” aparece la poesía siempre erizada y alerta, capaz de revelar la unidad de las esencias, tanto del mundo interior del poeta cuanto de aquellas del mundo externo donde están todos los seres humanos y en las cuales el poeta es, a la vez, reflejo del mundo:

 

(La palabra dice

no contradice ni su faltoso ruido) la paciencia del recuerdo es


lo oscuro de la luz agazapada en la propia sangre

página que dice al hombre

que ella es carga de la intensidad de su silencio nueva luz sobre un viejo camino

 

el secreto de la piel que todo envuelve

 

inclusive al centro mítico desbordado de sentidos.

(“Piel de la palabra”, en Rompeolas de altamar, Tomo II, p. 38)

 

Este simbolismo de la piel también lo podemos ver en el uso persistente del oxímoron para destaca esa atmósfera evanescente, dialécticamente presente en el fenómeno poético; esto se manifiesta en el propio lenguaje que el poeta utiliza buscando sus máximas posibilidades expresivas. El título de uno de sus libros, Piel de la palabra, nos está diciendo que la palabra se extiende más en su expresividad connotativa; tal como la piel ella lo cubre todo. Otro aspecto básico de esta poética singular podría ser la penetración en lo semántico y en su carga filosófica de profundización mediante el acto reflexivo; también, de la aventura espacio-temporal, de la historia como invención de la memoria, de la búsqueda de la felicidad del hombre, de la utopía a través del mito, etc.

 

El sentido ético y estético: la visión del mundo

Junto a la experiencia creadora, Manuel Pantigoso deja entrever su postura frente a la vida, el valor de la amistad, su permanente optimismo. Como ejemplo podemos citar el libro Iván Rodríguez Chávez: La hora del hombre, publicado el 2013. En el reverso y anverso de este libro aparece el testimonio impreso de una gran amistad: la de Iván Rodríguez Chávez y Manuel Pantigoso, escritores e intelectuales que profesaron en una etapa de incertidumbres y cambios su fe multitudinaria, henchida de humanismo y de incesante activismo a favor de la cultura, de la educación y de las expresiones artísticas en el Perú.

 

Hay un eco en ellos que recuerdan esas intensas amistades que florecieron y perduraron en el tiempo, como es el caso, la de Alfonso de Silva y César Vallejo en París, lo cual motivó un extraordinario ensayo de Pantigoso que aparece en la sección sugestivamente llamada "fraternidad de la palabra" donde está también otro ensayo: "Hermanos escritores de sangre y letra", revelador de varias tendencias literarias a partir de lo sanguíneo.

 

La literatura en general revela al escritor comprometido con su realidad íntima y social, su deseo de trascender desde las esencias. También ella despliega -a través de la palabra- una profunda "carga" y "descarga" afectiva al hablar del tiempo, del amor, de los sueños, incuso de la soledad y el misterio, en un diálogo permanente que traspasa el papel impreso. El escritor por naturaleza es un ser fraterno en la vida y en la propia muerte. A partir de dicha relación amical los textos de Iván Rodríguez Chávez -analizados por Manuel Pantigoso en este estupendo libro La Hora del Hombre, que es también la hora de la acción y de la palabra-, enlazan lo estético con lo ético para revelar, al fin, la iluminada esperanza del amor y la belleza, de la justicia, del acopio de fe y voluntad para reivindicar al hombre, como se aprecia en las dos entrevistas y en los diecinueve textos de la antología, en un libro que exalta el símbolo de la amistad, sinónimo de hermandad y elemento primordial de la condición del existir. Aquí un texto revelador en donde el vate proclama los estatutos que deben regir al hombre:

 

Por la tierra en duelo toda su historia por el

futuro que viene renacido

 

por los ojos en la mano discurriendo

 

armadura y enredadera envuelven la

ronda de los estatutos del hombre la

naturaleza de la verdad a secas

la regla del sueño sin dinero

la ley de los baúles repletos de amor y libertad orden

de los pueblos justos bailando

 

tan lozanos

 

en la barca de un nuevo tiempo.

(“Estatutos del hombre, Ibíd., p. 500)

 

El poeta como pensador de su tiempo: las armas del dolor y el amor

En la línea de los grandes vates que se destacaron por un pensamiento germinal y potente, Manuel Pantigoso reflexionó sobre la existencia, la cultura y el arte en general. Su amor por la filosofía y su visión humanística le dieron profundidad para ver y sentir las cosas, y así entender más al hombre, en su dolor y angustias, alrededor de ese pozo donde mana la subjetividad. Esta


preocupación cardinal sobre el ser fue tema indesligable de su poesía, como lo manifiesta en el siguiente pasaje:

 

Tengo, sin duda, a pesar de mi fe y optimismo, una visión conflictiva y un poco trágica de la vida (…) Me duele el Ser, me duele el ser humano, me duele el dolor mortal, la entretela; me duele hasta ese desgarramiento que le está ocurriendo a nuestro Perú. Tengo una desazón honda, aunque reinventando siempre un necesario optimismo y amor por la libertad, por la justicia. Es un sello de preocupación primordial. Es la cruel poética del mundo en que vivimos, y es ¡el arma de la fe en la belleza!5

 

Igualmente, toda la poética de Manuel Pantigoso es un acto de amor, fuente inagotable de su existencia. Este culto por la dadora de vida fue en todas sus manifestaciones norte, sur y centro de su poética. La amada mujer esposa y la amada palabra se imantan para ofrecer poemas de gran plenitud lírica en libros como Sydal, Amaromar y Arte-Misa, especialmente. Pantigoso ha escrito poemas admirables dedicados al tema del amor. Entre ellos hay uno que ha recorrido mundo y pertenece a la mejor tradición de poesía amorosa que se haya escrito en el país. El texto lleva por título “Sydal”, del que copiamos un fragmento:

 

Supiste todavía recuperar el sueño

 

y al fondo de ese sueño el otro sueño que perdimos para que

uno tenga su cuota asegurada

y se busque en sus capas infinitas donde la piel se muerde

desplomada

para que se conozca en el retorno a su propio corazón (pesa

dijiste demasiado)

 

y se descifre

 

en todas las auroras soñadas desprendidas o más lejos más

lejos donde encuentra de bruces bastante espacio nuestra

hermosa y solitaria soledad deshilachada

sydal primera y siempre nueva explosión donde escondimos la

hora secreta de soplo amanecida

 

sydal la bienvenida

 

y el adiós hasta siempre el tiempo se levante sydal

la travesía

 

apretada sangre sydal alondra derramada. (Ibíd., Tomo I, p. 105)

 

En el prólogo de En el nombre del Perú, Renato Sandoval coloca a Pantigoso en la línea de otros grandes maestros que han pensado al Perú

 


desde el mirador literario. Estamos plenamente de acuerdo cuando sostiene que él

Ha consagrado su vida a tratar de entender, explicar e imaginar la historia del país a través de su literatura, de la misma manera como en su campo lo hicieran José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Raúl Porras, Alberto Flores Galindo, o en el ámbito literario postulaban en su momento José de la Riva Agüero, José Gálvez, Luis Alberto Sánchez, Estuardo Núñez, Alberto Tauro del Pino, Francisco Carrillo, Augusto Tamayo Vargas, Antonio Cornejo Polar. A todos ellos se suma, en verdad y con justicia, el nombre de Manuel Pantigoso Pecero.6

 

La visión abarcadora, total, de la experiencia poética

Una de las características básicas del pensamiento de Manuel Pantigoso es su concepción holística de la vida y del arte. Este pensamiento empezaría a germinar desde la infancia al calor de un hogar que supo alentar en él los diversos lenguajes artísticos. Estuvo al lado de la poesía desde una edad muy corta aprovechando la amistad de su ilustre padre con escritores, pintores y músicos que llegaban a su casa. Ellos influyeron de alguna manera para moldear su vocación. De allí parte esa vocación múltiple, sin encasillamientos; igualmente el sentido de integración de las artes presentes en su obra, y ese profundo amor por la filosofía en general y la estética en particular.

 

Esta visión totalizadora del arte le llegó por intermedio de su padre, el ilustre pintor Manuel Domingo Pantigoso, quien supo retratar al Perú en todas sus dimensiones y en sus diferentes pisos: costa, sierra y selva. Además. Junto con lo literario en Manuel Pantigoso se juntan filosofía, psicología, historia, ciencias sociales, las cuales abren ventanas para conocer y respirar una patria menos invisible a fin de visualizarla realmente.

 

Esta visión desplegada de país también aparece a todas luces en algunos opúsculos inéditos, publicados en su obra poética completa. Un recorrido por sus páginas nos tocaremos con poemas que recogen sedimentos históricos de culturas antiguas: Nazca, Inca, el reino del Guarco; leyendas, danzas, canciones e instrumentos tradicionales del país. Hay en muchos de estos poemas un sentimiento festivo, épico, de algarabía por la cosecha o el lance amoroso. La forma es mucho más espontánea, con hábiles quiebros coloquiales, como lo manifiesta el poema “El Huaylarsh o las raíces del amor”:

 

Por el buen amor que estalla de la chacra afuera

por puro gusto el cauce por su cuenta el río Mantaro sale

alegre a conquistar  a raíz de flor a pétalo

por los aires perfumados los aires de agua y sol azul

¡tanto vale el comer y el beber ramificado cuanto el buen bailar y amar a saltos del kanacuy!

a gritos se lleva la mejor parte ¡la recompensa amada!

Sus ojos puros llamadores  andina fruta del capulí en sus labios todo el huaylarsh en su cuerpo todo

el inédito universo  el más allá del pucllay  la algarabía

 

retumbando allá en la rizada poesía del campo.                  (Ibíd., Tomo II, p. 450)

 

 

El vanguardista y el recreador de ismos literarios en el Perú

La poesía de Pantigoso es experimental, en el sentido de explorar nuevas vías, pero no lo hace como un buceo técnico de la realidad, sino que se lanza a ello con ímpetu de aventura, ludismo visual, alegría creadora. Igualmente, el orden y la tradición se manifiestan en poemarios como Contrapunto de la mitomanía, en donde aparecen concentración, rigor formal, espacios nacionales. En este campo de extremos compatibles también lo inamovible y lo movible es una característica dialéctica en su obra, que representan en cierto modo el espíritu de orden y de ruptura, elementos muy propios de la poesía de Pantigoso, quien equilibra muy bien estos dos polos literarios. El poeta señalaría lo siguiente:

 

El hombre fluctúa entre la contemplación y la percepción funcional, entre lo estático y lo dinámico, entre lo sólido integrado y lo líquido disuelto, porque él mismo es la dualidad. Si yo quitase el uno del otro, me separaría de mí, estaría cojo. Entonces, esa dualidad (Parménides con Heráclito) existe, en verdad, como unidad, sin oposición necesariamente7.

 

 


Por un lado, ese estado dinámico y movible impulsa al poeta a la búsqueda de lo nuevo, a la aventura; y por el otro, ese estado estático y homogéneo apunta a las esencias y a lo concentrado del lenguaje. En sus obras se destaca el hombre, la multiplicidad de hombres.

 

Producto de una serie de artículos y ensayos escritos durante varios años, Pantigoso publica en 2011 Prismas y poliedros: ismos de la vanguardia peruana. El autor recoge aquí buena parte de sus desvelos dirigidos a desentrañas el fenómeno de la vanguardia peruana, especialmente de la poesía en la cual es un estudioso esclarecido con brillantes aportes donde sobresalen los “ismos” descubiertos por él, es decir, no estudiados anteriormente: el Ultraorbicismo de Gamaliel Churata, el Lomismo de Vallejo y el Acentrismo de Carlos Oquendo de Amat; a los que habría de agregar nuevas y originales calas sobre el Trascendentalismo emocional de César Atahualpa Rodríguez, el Taquicardismo de Xavier Abril, el Poliedricismo de Alberto Hidalgo, el Perfilfrentismo de Juan Luis Velázquez, el Surrealismo de Moro, el Versoprosismo de Mario Chávez y Nazario Chávez Aliaga, entre otras estéticas de autores peruanos. Cabe señalar que, de todas ellas, la que verdaderamente se constituyó en un movimiento organizado, con variados autores en literatura y pintura -y aún en la música- fue el Ultraorbicismo puneño, que se extendió inclusive a Cuzco y Arequipa.

 

En la ruta de su padre Manuel Domingo Pantigoso

El año 2007 Manuel Pantigoso publicó el monumental libro Pantigoso. Fundador de los Independientes que muestra el excepcional lenguaje pictórico de su padre, surgido de esa gran vanguardia indianista del sur hasta alzarse como uno de los grandes pintores peruanos del siglo XX. Siguiendo la ruta de su vena crítica y artística, con ese sugestivo estilo suyo, contextualiza en dicho libro el accionar cultural, los logros y los aportes estéticos del pintor, ofreciéndonos una panorámica de su vasta obra: óleos, témperas, acuarelas, bocetos de mural, frescos, dibujos, diseños e ilustraciones.

 

Luego de esa admirable publicación, Manuel Pantigoso, comprometido con el cuidado, estudio, difusión y valoración de la obra del insigne pintor, no cesó de investigarla y examinarla a la luz de los nuevos enfoques teóricos y


plásticos, comprobando cómo esta pintura inicia un nuevo diálogo con las recientes generaciones, porque se reactualiza, se rejuvenece al paso de los años. Y el 2023 presentó en una edición minuciosa y con mayor documentación, los diferentes momentos de la evolución pictórica del gran artista arequipeño, quien supo cuajar una recia personalidad, gracias a la disciplina extraída del estudio del fenómeno estético y del aprendizaje en la propia experiencia vital.

 

Para cumplir a cabalidad este libro, que lleva por título: Manuel Domingo Pantigoso, mi padre,8 el autor realizó un trabajo permanente de rastreo, de recopilación de datos y búsqueda de nuevos cuadros, que pertenecen a coleccionistas nacionales y extranjeros. En pos de sus fuentes viajó, en su momento, a Puno, Cuzco, Arequipa, La Paz, Buenos Aires, Montevideo, España, París, para encontrar el testimonio que acredite la actividad artística del pintor.

 

Pantigoso nos muestra al gran pintor en toda su grandeza humana. Ahí parece el artista, pero fundamentalmente aparece el hombre en su dimensión agonista de lucha. Esta es la línea rectora del libro. En una ocasión Manuel, el hijo, me recordó que su padre un día le dijo en forma de parábola: “Sabes Manolo, he estado pensando que más importante que ser artista es ser hombre”. Algo similar le dice al poeta Jesús Cabel, en misiva dirigida a él: “Usted sabe muy bien que el poeta es hombre y sacerdote de la belleza”.

 

Como se afirma en el preludio, el libro puede leerse como una de esas grandes obras noveladas, de biografía exultante. El título revelador del primer capítulo es incuestionable: “El hombre y el artista”. Los 69 sub-capítulos tienen esa impronta de sucesivos relatos que iluminan al personaje principal que sabe aquilatar los pequeños instantes en donde resuena el murmullo, los gestos y ademanes de la gente, que el pintor sabe atrapar en un solo trazo, con la espontaneidad y la autenticidad del lápiz en movimiento.


Impresiona gratamente la cantidad de recuerdos y anécdotas dedicadas a Manuel Domingo, contadas especialmente por los amigos, por los familiares que tienen gran presencia en la parte tercera del libro. El autor ha diseñado dicha estructura para darle esa emocionalidad de relato novelado, y sumergirse en su vida cotidiana para extraer los rasgos doctrinarios del artista.

 

La galería de cartas es clave para entender las experiencias de vida del pintor arequipeño. Por ejemplo, ahí apreciamos el noble sentimiento que le causaba toda cosecha del arte. Nunca negaba valor a la obra, por eso invitaría a la novel pintora Rosa Ritter a participar en una colectiva junto a los consagrados artistas, entre ellos, José Sabogal, Julia Codesido y Camilo Blas. Parece que Sabogal se “picó” por esta inclusión. En otro momento se destaca su altruismo en favor de los amigos necesitados o fallecidos como ocurrió con su gran amigo Francisco Gómez Negrón; procuró ayuda económica para la esposa y hasta educación para sus hijos. El “biografista” y “novelista” Manuel Pantigoso conoce al dedillo cada detalle que se menciona debido a esa profunda y productiva identificación con su padre, como se aprecia en los comentarios que hace para cada una de las misivas.

 

Hay desde el simbolismo de la portada y la contratapa, correspondencias y afinidades para mostrar al hombre y al artista imantados en esa doble mirada: mirarse a mismo y mirar al otro, al uno y al múltiple, que retratan muy bien la postura del pintor frente a la vida y al arte. Esa forma vital tiene alguna influencia, entre otros, de Valdelomar, a quien escucharía en su juventud muchas frases sobre el valor de la naturaleza y el sentido de la belleza.

 

Hay un estupendo artículo escrito por el afamado pintor donde expone la profunda imantación de arte y vida: “Permanencia de pensamiento, del color y los sonidos”. Ahí destaca su profunda admiración por Baudelaire, el introductor de un nuevo estremecimiento en la poesía universal, quien proclamó la supremacía del espíritu sobre la vida material. Manuel Domingo escribe lo siguiente:


En mi vida, que ya cuenta múltiples decenios, vengo contemplando cómo se sigue profanando y borrando todo lo bello que nos queda sobre la tierra, en los mares, en el aire que nos envuelve… es horrendo comprobar cómo esos malos vientos arrasan los corazones humanos y, lo que es peor aún, los corazones infantiles (…) ¿Quién es el dueño de este planeta? Si es el hombre ¿Por qué lo destruye? (Ibíd., p. 153)

 

Este escrito correspondería a esa etapa del año 65 al 91 (año de su fallecimiento), al de la madurez absoluta del pintor. Es el momento en donde todos los temas y propuestas estéticas se sintetizan teniendo el tema panteísta-místico-religioso, una marcada preeminencia. Aquí lo nacional y universal se muestran claramente en su visión plástica.

 

Vallejiano de corazón

Manuel Pantigoso fue un estudioso notable de la poesía de César Vallejo. Edificó algunas teorías y planteamientos muy originales de la poética del “estruendo mudo” vallejiano. Su asonancia afectiva e interés por la poesía del gran vate -que en parte proviene de la influencia de su ilustre padre, el pintor Manuel Domingo Pantigoso, quien en París fuera amigo personal del vate de Santiago de Chuco- lo llevaron a escribir brillantes páginas en donde escudriñó la palabra “trílcica”, de significación múltiple, extendida hacia los limites más insospechados de sus variantes expresivas.

 

En el año 2000 publicó Se llama Lomismo que padece (Ecce homo), donde suma 21 ensayos y artículos sobre la vida y la obra de Vallejo. Este libro despliega al máximo su capacidad expositiva y argumentativa y, así, aparecen sus más destacados hallazgos. Entre ellos sobresale el descubrimiento del propio nombre enigmático del poemario de 1922 -Trilce- en el mismo poema “Trilce II”-; y, también, a través del análisis riguroso, la propuesta de una nueva estética de vanguardia referida al “homo”, es decir, al hombre: el Lomismo, que estaría cifrado en el citado texto (verso 15).

 

A partir de aquella aproximación a la intensificación semántica, a la “excarcelación” de la palabra “justa” vallejiana -estudiada en sus aspectos polisémicos, desde los sonoros y gráficos-, Pantigoso halla correspondencias visibles con el creador del Modernismo, el nicaragüense Rubén Darío. Pero esta afinidad entre ambos, especialmente en la materia acústica, según reflexiona el autor, no se da por asimilación del epígono, o por repetición, sino por incorporación a una tradición musical cuyo horizonte primero, iniciado a raíz de la publicación de Azul, en 1888, fue luego superado por un renovado concepto de la armonía y la música, que acusa una evolución, una transformación trascendente en la poesía dialéctica de Vallejo. La nueva actitud se caracterizó por la superación del propio tono y ritmos que el autor de Poemas Humanos había heredado de Darío y los modernistas.

 

Para formular esta teoría sobre la musicalidad y la armonía verbal, el poeta y crítico recoge atisbos iluminadores como aquella misiva enviada por José María Eguren a Vallejo, y un artículo de Antenor Orrego que anunciaba la publicación en Lima de Los heraldos negros, y, aún, un texto esclarecedor de Xavier Abril titulado “Vallejo, la música, exégesis del poema XLIV de Trilce, el impulso mallarmelleano y la crítica”. Pero en este ensayo Pantigoso sigue la ruta de su propio pulso poético y reflexivo, y propone claves sorprendentes para decodificar con precisión esa revolucionaria concepción musical que parte de la “harmoníAzul” del genial vate nicaragüense y apunta hacia este espléndido juicio: “Podríamos reconocer dos tendencias musicales en América, una que continua el rastro de Verlaine (tan reclamado por Darío) y la otra que sigue a Mallarmé, más próxima a Vallejo” (p. 9).

 

Para ser coherente con el fenómeno analizado, el autor abre todas las ventanas incluidas en el apretado bosque del último verso de Trilce XIII: ¡Odumnodneurtse!, que suena, efectivamente, como una eclosión, como si con ella se estuviera creando el mundo y se necesitase acudir a los ruidos primeros de la gran explosión (Big bang). La manera minuciosa con que examina cada letra, sílaba o palabras incluidas, tiene también un trasfondo de obertura sinfónica, de pentagrama musical, donde se combinan los significados, colores y sonidos de las palabras.

 

El mismo autor fue un atildado musicólogo; por ejemplo, el año 2005 publicó el libro La gran vía de la zarzuela. Sin duda, este notable aporte sobre la armonía en Darío y Vallejo tiene raíces íntimas y urgentemente líricas. Con seguridad, la búsqueda y plasmación de esa música ideal dariana y de esos agudos broncos y dialécticos en Vallejo son, también, una aproximación al conocimiento de la propia melodía interior de Pantigoso; y de su poética enriquecida con matices plásticos y musicales en cuyas profundidades está el sonido del dolor, pero también de la felicidad y la esperanza, que lo caracterizan.

 

El legado: la rosa sin por qué florece porque florece

Manuel Pantigoso tiene un valor singular dentro de las poéticas aclimatadas en nuestro país. La crítica ya se había referido a sus libros totales, integrales que se enlazan con el teatro, la música, la arquitectura y la plástica. Esta opción integradora al vincular otras artes en el discurso conceptual, visual y social del texto literario, así como la visión profunda del país lo alinean al pensamiento integracionista y nacional de los forjadores de nuestra peruanidad, como Palma, Arguedas, Vargas llosa, Ribeyro, etc.

 

Hay en el fondo de cada texto suyo una melodía personal, una poética que busca aprehender el misterio del poema como síntesis de la vida misma. El ideal estilístico que mantuvo en alto como oriflama fue esa variedad de estilos que al final devino en su propio estilo. Cada poemario representa un mundo aparte, ahí el yo poético siempre está en trance de partida, en busca de nuevos caminos. La preocupación por la estructura total hizo posible la construcción de libros con múltiples posibilidades expresivas. El poeta dejaría estas palabras como doctrina estética:

 

Soy un poeta estructural a mi manera; emocionalmente armado y desarmado por la vida misma, por su compleja realidad, pero no por ello alejado -el poema- de lo natural y espontáneo. Que no sea ni parezca trabajado ni maquillado. Por eso busco la sencillez aun dentro de la contradicción (el oxímoron, por ejemplo) o de la oscuridad y ambigüedad propia del poema. (Balarezo/Sarmiento, 2003, p. 53)

 

En efecto, Manuel Pantigoso nos ha dejado en su estilo esencial poemas que florecerán en cualquier estación, porque fueron hechas en plena carretera del camino, con lluvia y sin paraguas, en la penumbra del espejo, en los linderos del río. El poeta ha escrito su poema para escucharlo eternamente, como un farol que no atina a iluminar su sombra, pero todos sospechamos que proyecta una luz en el alma, como este último poema titulado “Mi vena oculta para saber”, de voz íntima, intensa y emocionada como los muchos textos de Pantigoso que nos plantean la vuelta a lo sencillo intenso, al tránsito de una trascendencia que se lleva en el bolsillo:

 

Escribo para escuchar

lo que escribo cuanto dicta mi

escritura

mi conciencia de pluma cuando llama lo

que arde en el día

a la hora de la pesca anzuelo

cuando la palabra llama

para que sea el fuego que

habla y yo apenas

quien la consume y saborea y

saben lo que dicen

 

solo cuando tomo el lápiz y lo dejo

 

para que mi mano atrape la cosa intuida

sorpresa del pan y del vino

con mis palabras y mi alegría mi sorpresa y

dejar que mi curiosidad se derrame

 

y así entrar en el túnel

 

para saber apenas en qué rincón estoy escondido

 

aterido

cubierto con el cuaderno y

mi lápiz

 

y hasta el ocaso estoy

 

con la espalda aguda y punzante escribiéndole al dolor dale y dale

sorprendido que el bosque

 

sea ahora de arena

 

a pesar de todo.  (Ibíd., Tomo II, p. 199)

 

 

NOTAS

 

1 Colección Palabra Viva. Hablan los poetas Tomo 2. Lima: Editorial San Marcos, 2011, p. 231 (Segunda edición aumentada)

 

2 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023, p 43.

 

3 Manuel Pantigoso. Rompeolas de altamar, Tomo II. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2024, p. 196 (Editado por Ligia Balarezo Mezones)

 

4 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023, p. 55.


Ob. Cit. p. 53.

 

6 Manuel Pantigoso. En el nombre del Perú, Tomo I. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2021, p. 24.

 

7 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023, p. 44.


Manuel Domingo Pantigoso, Mi Padre, Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023 (El libro lleva un prólogo de nuestra autoría).