Soi un indio fornido de treinta años de acero
forjado sobre el yunque de la meseta andina
con los martillos fúlgidos del relámpago herrero
i en la del sol, entraña de su fragua divina.
El lago Titikaka templó mi cuerpo fiero
en los pañales tibios de su agua cristalina
me amamantó la ubre de un torvo ventisquero
i fue mi cuna blanda la más pétrea colina.
Las montañas membrudas educaron mis músculos
me dio la tierra mía su roqueña cultura
alegría las albas i murria los crepúsculos.
Cuando surja mi raza que es la raza más rara
nacerá el superhombre de progenie más pura
para que sepa el mundo lo que vale el aimara.
Este
soneto apareció publicado, por primera vez, en la revista cuzqueña “Alma
Quechua” en su segundo número que corresponde a marzo de 1932, cuando las experiencias
del “Boletín Titikaka”, “Amauta” y “La Sierra” se habían extinguido, producto
de la acentuada crisis social y política que vivió el Perú luego de la
ascensión al poder de Sánchez Cerro en 1930. Se inició una
etapa de oscurantismo cultural debido a la acción represiva y policial contra
los medios impresos. Pero el fuego inmanente de aquellas revistas siguió
quemando en el corazón rebelde de muchos escritores.
Carlos
Dante Nava, fue un poeta de arraigo popular y gran conocedor de las técnicas
literarias. De ascendencia italiana por el lado paterno, su nacimiento se
registraría en una ciudad de pescadores (Chorrillos) el 8 de abril de 1898,
pero recién cumplido el año, el padre decidió trasladar a su familia a Puno, en
donde instalaría luego un hotel. El “gringo” Nava, como cariñosamente lo
llamaban sus amigos, aspiró y bebió del cielo azul y del lago milenario. Se
consubstanció con el escenario geográfico, de grandiosas cumbres y pampas. En
1920 editaría su primer libro, que llevaba un título de sensualidad baudeleriana:
“Báquica febril”, cuyos textos todavía estaban saturados de cierto decadentismo
finisecular en boga pero ya asomaba la frescura nativista, de índole social, al
referirse con sencillez, por ejemplo, a la frutera o a la lavandera: “Oh
lavanderita de ojos de venado,/ oh lavanderita que todo has lavado/ con las
manos blancas de tu dulce amor.// Con el agua alegre de tu risa amena,/ i el
jabón rosado de tu carne buena,/ lava mi alma sucia…¡sucia de dolor!”
El
espíritu de su obra posterior lo sitúa como el cantor de la vida puneña. Basta
solo repasar algunos títulos para darse cuenta de ello: “Cantar del karabotas”,
“Balsas del titikaka”, “Hilandera de los andes”, “Chola pandillera”, “Canto a
Puno”. Este último poema fue premiado con la flor natural “Kantuta de Oro”, en
los Juegos Florales realizado el año de 1956. Nava fue un voraz lector. Esta
inmersión en la flamante literatura de su tiempo es un tópico central de su
generación. Nos referimos a aquella vanguardia gestada alrededor de Orkopata y
de “El Boletín Titikaka”. Estaban conectados –a través de libros, revistas y
cartas- con escritores de otros países. Y es que el espíritu antiacadémico,
antidiscursivo de sus integrantes no restó el profundo
conocimiento que tenían sobre la obra artística. Ya por los años veinte
Gamaliel Churata, por ejemplo, teorizaba sobre la naturaleza del mundo andino,
y proyectaba una estética vital y comprometida con el hombre "cósmico".
De
igual forma Alberto Mostajo, autor de “Cosmos” (1920) y “Canción infinita” (1928)
señala, en el prólogo que escribe para este último libro, un juicio que tiene
afinidad con el pensamiento de Vallejo sobre la discrepancia con esa clase de
poesía que no aflora de una apremiante combustión vital: “No es creación poética todo aquello que resulta de expresar emociones
forzadas e ideas ajenas a través de formas nuevas. Formas recientes que hablan
de ideas ya conocidas carecen de valor e implican un fraude a la suprema
dignidad del pensamiento. Tampoco debe confundirse la creación poética con
aquella que resulta de aglomerar palabras cursis y retumbantes sin ningún plan
ideológico ¡Un espíritu que los ordene! ¡anime! De nada sirve el esplendor de
una flamante forma si ella no dice una idea o emoción de vida hecha fuego y espíritu”.
De esa emoción está llena la poesía de Dante Nava. Al igual que sus
contemporáneos, él fue autodidacta por voluntad propia, por considerar que la
naturaleza es la mejor maestra que podía tener. Las enseñanzas del paisaje
dejaron huella indeleble en sus creaciones.
“Orgullo
Aymara” es un texto clásico de la poesía puneña, construido sobre la forma de
un soneto regular alejandrino, que guarda la peculiar ortografía (de la “i” por
la “y”) como la usó Manuel González Prada. Es un canto altivo, de afirmación y
esperanza. Pictóricamente se resuelve en un fuerte trazo, a manera de aquellos
grabados en madera que solían ilustrar las revistas de la época. Allí aparece
retratado el poeta, en actitud de titán, confundiéndose con la naturaleza. Esa
dualidad y síntesis de hombre-montaña/ lago-cielo principia con un arresto de
autoafirmación, referido a la humanidad destellante del aymara y a su recia
personalidad:
“Soy un indio fornido de treinta años de acero
“Soy un indio fornido de treinta años de acero
forjado sobre el yunque de la meseta
andina”
y que culmina con el conocido gesto de orgullo:
“para que todo el mundo sepa lo que
vale el aymara”.
Esta unidad esencial, prosopopéyica, del hombre mimetizado con el paisaje
se origina de la misma matriz y cosmovisión andina. Para ella todo es vivo,
todos hablan: el hombre, la raza, las montañas, el lago, el sol. Todos
participan en la conversación. El sentido profético de aquel hombre vitalista,
nietzcheano, no debe verse como la supervaloración desmedida, jactanciosa de un
artista ególatra. Es más bien la representación pujante del hombre andino que ama
intensamente su terruño, su lago, su paisaje. Y ello es su fortaleza, su
esperanza y su incontestable actualidad. Se vuelve a la profecía y a los
pronósticos. La raza cantará siempre para que otros, los que vienen del futuro,
la oigan y canten también; el universo será revelado por el esfuerzo de esa
búsqueda ancestral, y así, los nuevos hombres hallarán la clave del misterio
eterno.
Desde la perspectiva de este idealismo anunciador, de emprendimiento y audacia,
de esperanza en las nuevas generaciones podemos acercarnos no solo al texto
analizado sino también a la poesía de los otros vanguardistas puneños. En ellos
hay un sentido de búsqueda del lenguaje hecho acción, la conducta tan
importante como la propia voz literaria. La voluntad de hacer tan necesaria
como la experiencia artística. De allí que en una frase Dante Nava expresaría
su concepción de vida: “más vale
comprender que crear”. En su caso esta afirmación se sintetiza en su
profunda emoción social y humana. Aquí aparece la impronta vitalista de Whitman
y del Unanimismo francés. Leyendo las páginas de “Hojas de hierba” Dante Nava,
Hijo del pueblo, animado de ideales y justicias, joven que ansiaba el pánico
desbordar de la vida, activa y enérgica siente que no está tocando un libro
sino un hombre, y por ende a todos los hombres.
Esta vertiente de “autoafirmación” que muestra el poema de Dante Nava
–muy común dentro de los escritores del Sur del Perú- tiene antecedentes en la
poesía novomundista de José Santos Chocano quien en un conocido soneto estampa
los siguientes versos: “Soy el cantor de
América, autóctona y salvaje”. Otros poetas, como los arequipeños Alberto
Hidalgo y Alberto Guillén tienen textos que se aproximan al de Nava. Más cercano está el ruralismo de Guillén que el
aticismo de Hidalgo:
“Soi un fuerte labriego
i más fuerte poeta;/ Mi alma es ática, pura, buena, sentimental./ A veces soi
alegre como una pandereta/ i soi a veces triste como un canto rural”.
(Alberto Hidalgo, “Reino
interior”, en “Arenga lírica al Emperador de Alemania y otros poemas, 1916).
“Soi de los Puros. Mi sangre es jugo
de viñas nuevas. Soi de los jóvenes bárbaros, de los bellos salvajes
americanos, que principiamos a vivir. I balbuceo Cantos como los Bardos
primitivos. Soi una Flor de Razas. Soi un Vértice. Sobre mis veinte años pesan
veinte siglos”.
(Alberto Guillén, en “Prometeo”,
1918).
El 28 de setiembre de
1958 Dante Nava cerraría sus ojos para dormir abrigado en el lecho azul del
Titikaka, cuyas aguas refractan las estrellas del firmamento. Su obra lírica
fue intensa como su vida. En 1990,
gracias a la amorosa dedicación de su sobrina Nina –hija de Alfredo, el hermano
tenor con quien realizaría veladas artísticas- pudimos apreciar gran parte de
su poesía, agrupada bajo el título “Dante Nava: el Poeta del Lago”. Para gloria
de Puno y del Perú “Orgullo aymara”, el soneto inmortal, quedará grabado en la
memoria de sus fervorosos lectores, y ninguna mala consciencia u ojeriza
crítica podrá desalojarlo del lugar que le corresponde.