lunes, 16 de noviembre de 2015

TENDENCIAS DEL SENTIMIENTO ANDINO A TRAVÉS DEL POEMA "ORGULLO AYMARA" DE DANTE NAVA



Soi un indio fornido de treinta años de acero
forjado sobre el yunque de la meseta andina
con los martillos fúlgidos del relámpago herrero
i en la del sol, entraña de su fragua divina.

El lago Titikaka templó mi cuerpo fiero
en los pañales tibios de su agua cristalina
me amamantó la ubre de un torvo ventisquero
i fue mi cuna blanda la más pétrea colina.

Las montañas membrudas educaron mis músculos
me dio la tierra mía su roqueña cultura
alegría las albas i murria los crepúsculos.

Cuando surja mi raza que es la raza más rara
nacerá el superhombre de progenie más pura
para que sepa el mundo lo que vale el aimara.

Este soneto apareció publicado, por primera vez, en la revista cuzqueña “Alma Quechua” en su segundo número que corresponde a marzo de 1932, cuando las experiencias del “Boletín Titikaka”, “Amauta” y “La Sierra” se habían extinguido, producto de la acentuada crisis social y política que vivió el Perú luego de la ascensión al poder de Sánchez Cerro en 1930. Se inició una etapa de oscurantismo cultural debido a la acción represiva y policial contra los medios impresos. Pero el fuego inmanente de aquellas revistas siguió quemando en el corazón rebelde de muchos escritores.

Carlos Dante Nava, fue un poeta de arraigo popular y gran conocedor de las técnicas literarias. De ascendencia italiana por el lado paterno, su nacimiento se registraría en una ciudad de pescadores (Chorrillos) el 8 de abril de 1898, pero recién cumplido el año, el padre decidió trasladar a su familia a Puno, en donde instalaría luego un hotel. El “gringo” Nava, como cariñosamente lo llamaban sus amigos, aspiró y bebió del cielo azul y del lago milenario. Se consubstanció con el escenario geográfico, de grandiosas cumbres y pampas. En 1920 editaría su primer libro, que llevaba un título de sensualidad baudeleriana: “Báquica febril”, cuyos textos todavía estaban saturados de cierto decadentismo finisecular en boga pero ya asomaba la frescura nativista, de índole social, al referirse con sencillez, por ejemplo, a la frutera o a la lavandera: “Oh lavanderita de ojos de venado,/ oh lavanderita que todo has lavado/ con las manos blancas de tu dulce amor.// Con el agua alegre de tu risa amena,/ i el jabón rosado de tu carne buena,/ lava mi alma sucia…¡sucia de dolor!”

El espíritu de su obra posterior lo sitúa como el cantor de la vida puneña. Basta solo repasar algunos títulos para darse cuenta de ello: “Cantar del karabotas”, “Balsas del titikaka”, “Hilandera de los andes”, “Chola pandillera”, “Canto a Puno”. Este último poema fue premiado con la flor natural “Kantuta de Oro”, en los Juegos Florales realizado el año de 1956. Nava fue un voraz lector. Esta inmersión en la flamante literatura de su tiempo es un tópico central de su generación. Nos referimos a aquella vanguardia gestada alrededor de Orkopata y de “El Boletín Titikaka”. Estaban conectados –a través de libros, revistas y cartas- con escritores de otros países. Y es que el espíritu antiacadémico, antidiscursivo de sus integrantes no restó el profundo conocimiento que tenían sobre la obra artística. Ya por los años veinte Gamaliel Churata, por ejemplo, teorizaba sobre la naturaleza del mundo andino, y proyectaba una estética vital y comprometida con el hombre "cósmico".

De igual forma Alberto Mostajo, autor de “Cosmos” (1920) y “Canción infinita” (1928) señala, en el prólogo que escribe para este último libro, un juicio que tiene afinidad con el pensamiento de Vallejo sobre la discrepancia con esa clase de poesía que no aflora de una apremiante combustión vital: “No es creación poética todo aquello que resulta de expresar emociones forzadas e ideas ajenas a través de formas nuevas. Formas recientes que hablan de ideas ya conocidas carecen de valor e implican un fraude a la suprema dignidad del pensamiento. Tampoco debe confundirse la creación poética con aquella que resulta de aglomerar palabras cursis y retumbantes sin ningún plan ideológico ¡Un espíritu que los ordene! ¡anime! De nada sirve el esplendor de una flamante forma si ella no dice una idea o emoción de vida hecha fuego y espíritu”. De esa emoción está llena la poesía de Dante Nava. Al igual que sus contemporáneos, él fue autodidacta por voluntad propia, por considerar que la naturaleza es la mejor maestra que podía tener. Las enseñanzas del paisaje dejaron huella indeleble en sus creaciones.

“Orgullo Aymara” es un texto clásico de la poesía puneña, construido sobre la forma de un soneto regular alejandrino, que guarda la peculiar ortografía (de la “i” por la “y”) como la usó Manuel González Prada. Es un canto altivo, de afirmación y esperanza. Pictóricamente se resuelve en un fuerte trazo, a manera de aquellos grabados en madera que solían ilustrar las revistas de la época. Allí aparece retratado el poeta, en actitud de titán, confundiéndose con la naturaleza. Esa dualidad y síntesis de hombre-montaña/ lago-cielo principia con un arresto de autoafirmación, referido a la humanidad destellante del aymara y a su recia personalidad:

“Soy un indio fornido de treinta años de acero
forjado sobre el yunque de la meseta andina”

y que culmina con el conocido gesto de orgullo:

“para que todo el mundo sepa lo que vale el aymara”.

Esta unidad esencial, prosopopéyica, del hombre mimetizado con el paisaje se origina de la misma matriz y cosmovisión andina. Para ella todo es vivo, todos hablan: el hombre, la raza, las montañas, el lago, el sol. Todos participan en la conversación. El sentido profético de aquel hombre vitalista, nietzcheano, no debe verse como la supervaloración desmedida, jactanciosa de un artista ególatra. Es más bien la representación pujante del hombre andino que ama intensamente su terruño, su lago, su paisaje. Y ello es su fortaleza, su esperanza y su incontestable actualidad. Se vuelve a la profecía y a los pronósticos. La raza cantará siempre para que otros, los que vienen del futuro, la oigan y canten también; el universo será revelado por el esfuerzo de esa búsqueda ancestral, y así, los nuevos hombres hallarán la clave del misterio eterno.
Desde la perspectiva de este idealismo anunciador, de emprendimiento y audacia, de esperanza en las nuevas generaciones podemos acercarnos no solo al texto analizado sino también a la poesía de los otros vanguardistas puneños. En ellos hay un sentido de búsqueda del lenguaje hecho acción, la conducta tan importante como la propia voz literaria. La voluntad de hacer tan necesaria como la experiencia artística. De allí que en una frase Dante Nava expresaría su concepción de vida: “más vale comprender que crear”. En su caso esta afirmación se sintetiza en su profunda emoción social y humana. Aquí aparece la impronta vitalista de Whitman y del Unanimismo francés. Leyendo las páginas de “Hojas de hierba” Dante Nava, Hijo del pueblo, animado de ideales y justicias, joven que ansiaba el pánico desbordar de la vida, activa y enérgica siente que no está tocando un libro sino un hombre, y por ende a todos los hombres.
Esta vertiente de “autoafirmación” que muestra el poema de Dante Nava –muy común dentro de los escritores del Sur del Perú- tiene antecedentes en la poesía novomundista de José Santos Chocano quien en un conocido soneto estampa los siguientes versos: “Soy el cantor de América, autóctona y salvaje”. Otros poetas, como los arequipeños Alberto Hidalgo y Alberto Guillén tienen textos que se aproximan al de Nava. Más  cercano está el ruralismo de Guillén que el aticismo de Hidalgo:
“Soi un fuerte labriego i más fuerte poeta;/ Mi alma es ática, pura, buena, sentimental./ A veces soi alegre como una pandereta/ i soi a veces triste como un canto rural”.
(Alberto Hidalgo, “Reino interior”, en “Arenga lírica al Emperador de Alemania y otros poemas, 1916).
“Soi de los Puros. Mi sangre es jugo de viñas nuevas. Soi de los jóvenes bárbaros, de los bellos salvajes americanos, que principiamos a vivir. I balbuceo Cantos como los Bardos primitivos. Soi una Flor de Razas. Soi un Vértice. Sobre mis veinte años pesan veinte siglos”.

(Alberto Guillén, en “Prometeo”, 1918).

El 28 de setiembre de 1958 Dante Nava cerraría sus ojos para dormir abrigado en el lecho azul del Titikaka, cuyas aguas refractan las estrellas del firmamento. Su obra lírica fue intensa como su vida. En 1990, gracias a la amorosa dedicación de su sobrina Nina –hija de Alfredo, el hermano tenor con quien realizaría veladas artísticas- pudimos apreciar gran parte de su poesía, agrupada bajo el título “Dante Nava: el Poeta del Lago”. Para gloria de Puno y del Perú “Orgullo aymara”, el soneto inmortal, quedará grabado en la memoria de sus fervorosos lectores, y ninguna mala consciencia u ojeriza crítica podrá desalojarlo del lugar que le corresponde.


sábado, 7 de noviembre de 2015

BENDITA ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES


El 2002, a los 19 años, Antonio Morales Jara publicó su primer florilegio titulado “20 poemas de otoño”, textos de corte idílico. Lo conocí por aquella época, coincidimos en varios lugares del Callao. El poeta empezaba a manifestar los primeros síntomas de rebeldía y cuestionamientos existenciales. La juventud es impaciente y suele ser infatigable compañera de las musas. Después de esta experiencia inicial comenzaría su ininterrumpido periplo narrativo, publicando hasta la actualidad nueve libros, entre relatos y novelas. Han transcurrido ya 13 años. El escritor inmerso en el fascinante mundo de la ficción retoma la poesía, indudablemente, más dueño de sus recursos expresivos, que en esa primera entrega.
                                        
Bendita eres entre todas las mujeres” (Editorial San Marcos, 2015) contiene poemas que han estado en periodo de maceración; el autor les ha dado el pulimento necesario antes de entregarlos a la imprenta, buen indicador de un responsable trabajo con la palabra. Hace suyo el arte poética de Javier Heraud cuando confirma que no se escribe poesía sin haber sido humano,/ si no se es alfarero no se puede ser poeta”. El rótulo -extraído de la primera parte del Ave María- confronta, veladamente, la  oración canónica del catolicismo con la aguzada provocación o incitación a la sugerencia del desnudo renacentista que aparece en la portada.
                                                                              
¿Por qué esta vuelta a los territorios de lo lírico? ¿Qué ha sucedido en el alma del poeta, anexado prácticamente al género narrativo? Frente a la urdimbre de historias noveladas la poesía es un remanso que vindica al autor como ser humano posesionado en un espacio y en un tiempo determinado. Es un escritor amazónico, nació en San Martín, aunque radica actualmente en Lima. La selva como tema literario se acentúa más en sus libros de prosa. Es cierto, pero los paisajes paradisíacos que evoca en su poemario, acaso, ¿no nos remiten a esa rica cosmogonía? Algo más aún: Antonio Morales, envuelto siempre en la creación de numerosos personajes cada vez más independientes de sus hilos siente, esta vez, la necesidad de reconocerse, de ser él también parte de la trama e identificarse con su propio personaje. Y la poesía es lo que más nos acerca a nosotros mismos, ella refleja obsesiones y querencias más hondas, ese yo individual se guarece entre las imágenes. Es así que el renovado poeta colorea el paisaje de múltiples sensaciones y le animan exaltados sentimientos por la amada esposa a quien dedica el libro. Bulle la pasión, la sensualidad en las imágenes y un romanticismo ingénito que nunca romó sus aristas.



Hay en el poemario dos concepciones disímiles  que se enlazan para dar fuerza a lo poetizado: la imagen moderna, metafórica y simbólica, por un lado, y la imagen clásica, descriptiva y literaria, por otro. Con la primera el autor recoge la fuerza, el desafío y la novedad de la expresión, con la segunda reivindica los paradigmas de la belleza, la armonía y el equilibrio de la forma. Esto lo podemos apreciar, por ejemplo, en el tema del erotismo, convertido en el principal impulsador o percusor de las emociones del poeta, que si bien alcanzan éxtasis, delirio, reivindican ese ámbito de seducción o sugestión por lo literario. Si hay una erótica, estará acompañada de una estética que empapa con su rica fronda de imágenes a la pasión exultante. Para corroborarlo leamos un fragmento:
            
Acuarela en orfandad de orgasmos
y galaxia desquiciada rasgando espaldas,
no cesa de cantar tu gemido de noviembre
los febreros de ríos, pájaros y bosques.
En siluetas de rumor las grutas
entonan su amor en lira de vellos.
entonan su amor en vendimia de vientres

(…)

Descubrimos nuestros nidos de pájaros
que el invierno resistieron,
hacemos el amor entre agua revueltas y dormidas,
cariño pastel, jacinto aroma, leche estrella;
una noche se prolonga más allá del tiempo
hasta que caiga polen en estigma
y gotas blandas de nuevo en la piel.”

                              (“Hacemos” pág. 66)


El poema no se desbarranca por entero en los límites de un lenguaje carnal o de lo voluptuoso sino que despunta con expresiones muy literarias que guardan proporción y armonía con una poética que se realiza en ese espacio o templo de la naturaleza donde apacienta la mujer deseada.  Es, en definitiva, la sublimación del amor, de la celebración de su fuego, en consonancia con la naturaleza. Ella es también paisaje –mujer -poema donde principian el día y la noche, el canto primigenio de la vida. Los 71 textos en verso y 8 en prosa evocan espacios iniciáticos, de allí la nostalgia del poeta quien proclama en la pág. 116: “tengo el corazón invadido por la nostalgia de saberme ausente, lejano y distante en poco tiempo, corazón incierto sacudido por la tenue brisa del mar”.  ¿Qué evoca el poeta en este canto lastimero? ¿Nostalgia de qué? Sin duda, él recuerda –por anamnesis o reminiscencia- el jardín primero, el paraíso original, de acuerdo a un ensayo medular de Octavio Paz. Por esta ruta, el libro ingresa al plano de lo ético y cuestiona algunos aspectos de la visión judeo cristiana que nos remite al pecado y a la expiación de las culpas. En este sentido la poética que percibimos de su lectura se inscribe entre el pecado y la inocencia, entre lo lascivo y lo sublime, entre lo profano y lo sagrado, entre la pasión y la espiritualidad. Es en este campo de fuerzas que se oponen y se atraen recíprocamente, que el libro de Antonio Morales Jara alcanza a mostrar sus principales virtudes.