UNA HOGUERA BAJO EL AGUA, DE VÍCTOR
GUILLÉN
El
espectro de un trombonista de jazz recorriendo la casa en que vivió; lugares
reconocibles y transitables de Lima: el Olivar, la Plaza Bolívar, el nosocomio,
Camino Real, el Club Tres Tres, el jardín, el patio de la casa refulgen con
intensidad evocativa en las páginas del último poemario de Víctor Guillén, “Una
hoguera bajo el agua”, título finamente labrado para sugerir el apagamiento
paulatino del hogar (la hoguera) en un fondo sin lumbre/ sin amor. El epígrafe
de Vallejo que abre el libro nos da un atisbo de la intención poética: “Todos
han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad”.
Recurriendo a Heidegger encontramos algo con la misma impronta: «El modo como tú eres y yo soy, la manera según la
cual somos los hombres sobre la tierra, es el habitar”.
Las
imágenes que transcurren –a manera de slides sucesivos- tienen como marco
referencial la época del 60, tiempo de guerra fría, de la utopía comunista, de
la música de los Beatles. Bien, todo ello parece extraído de un libro de
relatos populosos, de movimientos sociales, de bulliciosa cotidianeidad. El
poemario no está exento de dichas pulsaciones de la vida en la urbe, pero este
ritmo cardiaco presente en la realidad se interioriza, se internaliza en el
sujeto poético que habla desde la bruma de su condición fantasmal. A pesar de
su paradoja de músico fenecido, transita en el libro rumoroso de vida. En sus páginas aparece un
lenguaje contrapuntístico, de diálogos y soliloquios que dan movimiento y
agilidad a lo narrado. Igualmente, en algunos poemas el orden lineal del tiempo
se trastoca, haciendo más entrañable y sugestiva su lectura, como se observa en
el poema 3: “Corre la pelota azul…”. Hay allí una especie de simultaneísmo
literario en donde el autor convoca diferentes tiempos y espacios como
estrategia para revelar mejor su postura existencial, con un estilo fluido y
profundo, sin afectaciones: “y trina el canario enjaulado/ y se acaba de pronto
el día/ mientras corre la pelota azul/ desde las transposiciones/ entre los
acontecimientos/ cotidianos que remarca/ la prensa local/ y el estallido de la
beatlemanía/ en un mundo bipolar/ mientras cae la noche/ bajo un cielo sin
estrellas/ y yo afiebrado de poesía/ tal como Li Tai Po/ en el siglo VIII/
escribo el primer verso:/ corre la pelota
azul por el jardín/ con aparente automatismo surrealista/ y sin embargo son
muchos los años ya/ que corre la pelota azul por el jardín/ y recién en este
instante de luz/ me lo revela el poema”.
Tomando
en consideración la densidad simbólica de la poesía de Víctor Guillén podemos
encontrar varios ejes temáticos que expresan esa vecindad armoniosa entre la vida
y la muerte, de ese trombonista que lucha por permanecer en este mundo
o en todo caso “en su mundo”, como la niñez subordinada y temerosa de la
autoridad paterna, la asociación entre locura y santidad, la expansión de las
constructoras de edificios por la ciudad, etc.
Desde
el punto de vista técnico, la voz del autor, en primera y tercera persona, despliega
una oralidad que nos aproxima a las diferentes escenas, como
una forma de ahondar en la esencia de lo vivido y lo recordado. El poema 4
plantea, por ejemplo, el desdoblamiento del músico al que se le aconseja no
ingresar a su alcoba donde recién acaba de fallecer: “Pero no entres/ no
deberías entrar/ las cortinas están cerradas/ y hay una oscuridad/ como la del
fondo de tu ser/ lo inextenso/ un declinar sin parpadeos/ y ni siquiera la
esperanza de la melancolía/ …un olivo/ …un pájaro mudo/ …un día domingo”. Fluye
en todo momento una atmósfera sugerente que se difumina en los espacios de la escritura,
dándole una mayor intensificación a lo evocado.
En
el poema 7, el personaje loco se enfrasca en un diálogo alucinado con el doctor
que escucha al paciente, desvariar en su pasión por el otoño: “y era
precisamente durante los otoños/ en que sonreía más/ bajo este santo cielo bajo
y gris/ era feliz una felicidad redonda/ como la primera letra de la palabra
otoño/ mi mes preferido/ como se lo dije/ pero de pronto/ sabe usted/ fui
perdiendo poco a poco mi sonrisa/ hasta que un día/ desapareció por completo/ y
desde entonces llevo este gesto adusto/ que usted mira en estos momentos/ (…)/
¡ah!/ y a propósito de los otoños/ dígame doctor Medina/ ¿cuántos días faltan
para el otoño?” Como se ve el vate usa los recursos narrativos con
cláusulas dialogadas para redondear la comunicación, sabe dosificar su palabra
de acuerdo a las particularidades temáticas de cada poema; no se extasía en el
pleno lirismo y en las angustias del ser, hay composiciones que con cierto
humor rompen la atmósfera dramática, que encontramos en otros textos,
permitiendo así, la distención o relajamiento del lector, como en el poema 8,
que relata la vuelta del espectro a casa. A pesar de que se recuerda la
gravedad de su muerte, el desenlace de los acontecimientos son muy graciosos:
“ya que si en vida fue su vivienda/ ¿por qué no ha de serlo hoy?/ cuando usted
ha viajado/ tantos años luz/ para estar aquí?”. El músico moriría a causa de
una caída violenta cuando tropezó con su amado trombón: “Ahora que usted ha
retornado/ trayendo todo ese aire espectral a la casa/ y si le incomoda la
presencia del abrigo negro/ no se preocupe que lo descuelgo/ del perchero en
donde luce su magnífica hechura/ ¡imagínese!/ ¡como si no tuviese culpa de
nada! y lo obsequio al primer ropavejero”.
Se
cuela por entre los intersticios de los poemas una cadencia, una sutil melodía
que podríamos aproximarlo al jazz que para Cortázar “era una música que
permitía todas las imaginaciones”. En “Una hoguera bajo el agua” hay poemas que
están llenas de imágenes y sonidos del jazz. El número 11 es un homenaje a la
música, y el 16 y 17, bien pueden ser vistos, como dicen los entendidos, como
un “impresionante jam sesión en solitario, un batido de free jazz plasmado en
palabras, donde el argumento es solo un pretexto para improvisar, para ir
re-creando, cambiando de escala según viene al caso, insertando notas
disonantes si le apetece”. Dichos poemas son atípicos por su registro
abigarrado, sin embargo no desentonan pues la línea temática sigue siendo la
misma y no dejan de sumergirnos en nuestra condición humana: “El cuerpo
enfundado/ en maligno abrigo/ deviene/ en cuervo o cuerpo/ el cuerpo y su
abrigo/ negro/ no cuervo/ no cuerpo/ solo/ vuelo de cuervo/ el cuerpo/ así/ ni
casa/ ni cuervo/ suman/ casa más cuerpo/ ni en el cuerpo/ que es la casa/ ni en
la casa/ que es el cuerpo”.
“Una
hoguera bajo el agua” es un poemario maduro, macerado con una palabra honda, de
ritmo sostenido y contrapuntístico, capaz de dejar en el lector más riguroso una
sugestión íntima, en cuya atmósfera tintinean los sonidos de la infancia, de la música,
de la orfandad y la locura, de la remembranza y la muerte, estancias desarrolladas
con maestría poética, y en donde Víctor Guillén da cuenta de la soledad que
padece el lenguaje contemporáneo.