sábado, 10 de diciembre de 2022

 



CREACIÓN INDIVIDUAL Y COLECTIVA, EN SINFONÍA SOLAR DE ROLAND FORGUES

 

por: Antonio Sarmiento

- I -

Algunas claves del pensamiento crítico y del vitalismo del autor


En un pequeño retrato de su geografía existencial, a manera de profesión de fe, Roland Forgues escribió:

 

Nací un día de octubre en los Pirineos, Francia.

Mas otro día descubrí el sol de los Andes

e hice mías la rebeldía y la ternura de estos pueblos.

 

Aquellas grandiosas cordilleras se unimisman, trazan una intersección en el espíritu del gran peruanista, mimetizado con los paisajes profundos que moldearon su destino. En el diálogo de esta sinfonía natural todos participan: los glaciales, las montañas, el lago, el sol. El título del libro -Sinfonía Solar- proviene de esta motivación telúrica, que mueve los resortes más íntimos del autor, en donde la imagen de totalidad es destacada principalmente por la acción de las partes involucradas entre sí.  

 

El epígrafe inicial del libro va en esta línea. Recoge unos versos de Théophile Gautier, el gran parnasiano que tuvo mucha influencia en los modernistas hispanoamericanos. Nació, como Forgues, al pie de los Pirineos, en Tarbes. Los versos aproximados a su traducción española, serían los siguientes:

Esfinge sepultada por el alud,

Guardiana de los glaciares estrellados

Y que, bajo su blanco pecho

Esconde gélidos secretos blancos.

 

Este fragmento forma parte del poema titulado: “Sinfonía en blanco mayor”. El gran Rubén Darío, luego, escribiría su “Sinfonía en gris mayor”. Dicho epígrafe anuncia la ruta a seguir, sentido y presencia de la forma literaria. Si bien el autor desbroza a cabalidad los ambientes y temas tocados por cada escritor, su interés central será la calidad, el pulso “poético” con el que expresan estos paisajes reales o espirituales.

 

Esta visión múltiple, sinfónica, recoge sin duda las inflexiones del drama nacional, sus caídas hondas -por citar un verso de Vallejo-, pero siempre buscando en medio de la oscuridad el afán permanente de reconstrucción, un sentido regenerativo, presente en la imagen rutilante del sol. Además, en el simbolismo del título y de la obra en sí, encontramos el sentido profético de un hombre vitalista, que hace de la rebeldía y la ternura su fortaleza, su esperanza y su incontestable actualidad. Rebeldía y ternura, como dialéctica y compromiso de vida, pero también como estética, como erótica, épica y lírica enlazados. En sus libros editados y en sus propios actos de vida, en sus constantes viajes, con sus grandes amistades, o cuando polemiza ardorosamente, el maestro de Tarbes nos impele a la acción, a dar forma el destino del país, a reconstruir los afectos, a soldar los pedazos irreconciliables.

 

Hay en sus libros un sentido de búsqueda del lenguaje hecho acción, Sus esfuerzos apuntan a la búsqueda de los orígenes como punto de inicio para encontrar los males endémicos de nuestros pueblos, como se puede rastrear, por ejemplo, en libros potentes como La voz de los orígenes (2016) o El libro de los manantiales (2006). Ahí el investigador aborda las estructuras literarias, sociales y económicas del continente, a través de sus principales escritores. Se introduce en el movimiento interior de la palabra para buscar, así, la esencia de lo estudiado, todo escrito con alto rigor epistemológico. Esta indagación ocurrió desde que llegara por primera vez al Perú en 1979, luego con su tesis doctoral José María Arguedas, del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico. Historia de una utopía (1983). En cada libro editado hasta la fecha, mantiene una unidad de pensamiento y coherencia de estilo. Como bien lo dice en la presentación: “Aunque sean muy personales y eclécticas, mis opciones de lectura y de relectura no han variado desde que me dediqué a investigar la realidad americana tomando especialmente el pulso de la vida y de la creación del Perú”. Como lo manifesté, hace algunos años, en la presentación de ¡Fabuloso Perú!, Roland Forgues ama al país, pero no está esperando que sea la octava maravilla del mundo, y que se muestre por la vitrina de un escaparate. Al erizarse y erguirse en medio de las dificultades, se agita el encanto de lo fabuloso, como oriflama de lo creativo, en una sociedad que se debate en medio de grandiosas contradicciones.

 

Hay que fijarnos también en el subtítulo que lleva el libro: “Estudios críticos sobre creación peruana”. Sí, sobre creación peruana. Subrayo esto porque lo que dice el autor se corresponde plenamente con su pensamiento; la palabra “crear” o “creación” tiene en él un significado central dentro de su obra, que apunta a la existencia en general. Se erige como bandera permanente, gracias al enunciado de Albert Camus “crear es también dar forma al destino”. Son veintiún escritores analizados que dan forma literaria a un país de dimensión trágica y esperanzadora, a la vez. La mayoría de ellos, provenientes de diversas regiones del país, forman parte de este libro o mosaico sinfónico en tres movimientos para acercarnos a nosotros mismos.

 

- II -

 Tomándole el pulso al Perú a través de sus escritores

 

La primera parte de la obra está formada con libros de narrativa. El autor comienza su análisis con La pasajera de Alonso Cueto, y Un cuy entre alemanes, de Walter Lingán. Con ellos inicia el rastreo de las implicancias psicológicas de dos momentos de nuestra historia reciente: el de la reconstrucción de personajes que sufrieron la violencia política y social en los 80, y la formación de nuevas identidades a través del proceso de migración a otros países.  En el primer libro, aparece la sangrante condición humana que vincula personajes inocentes con los de bajos instintos. Todos ellos en busca del proceso de redención “por encontrar la esperanza más allá de toda desesperanza” (p. 27). El segundo texto hurga en la problemática identitaria del migrante, a partir de un personaje en la línea de Kafka, que transita entre lo “real, simbólico y fantástico” (28). Ello da pie al autor para traer tópicos anteriores que se camuflan con la modernidad: Civilización/ barbarie, el Buen Salvaje, y la alienación en que cae al final el personaje-cuy, alegoría “de una América subdesarrollada, pero que se resiste a morir y se aferra a las raíces” (p. 32).

 

El trabajo sobre Pedro Novoa es de una gran comprensión de los mecanismos literarios que activan la novela Sinfonía de la destrucción, pero fundamentalmente se destaca por esa ligazón profunda que hay con el alma del narrador. Lo dice el propio crítico: “esta obra de ficción desencadenó en mí esa misteriosa empatía que nace de una relación de complicidad entre el autor, el crítico y el lector” (p. 34). Obviamente, esta empatía se da en forma inobjetable, atendiendo la calidad de la obra. Considero que la novela de Novoa ejemplifica muy bien esas claves en las que también se reconoce el estudioso, porque forman parte de su ideario de lo que es literatura en la vida: el tema de la destrucción como símbolo para alcanzar la redención, a través de esa sinfonía solar que propone; en ambos autores dicha imagen de lo sinfónico se deconstruye en sus partes constitutivas. También aparece el desarrollo de la utopía individual hacia lo colectivo, la funcionalidad de la literatura que da cuenta de esa realidad mejor que la propia realidad, presencia activa del sexo y el humor.

 

El análisis de las novelas de Leydy Loayza y Karina Pacheco nos da cuenta de la calidad de las narradoras peruanas, manifiesta a todas luces con la entrega del premio Nacional de Literatura 2022 a El año del viento de Karina Pacheco. En las dos novelas de Leydy Loayza: Cuerpo de agua y Después los muertos, Roland Forgues establece dos líneas por donde se encauza la escritura, una de índole realista (expresada en la situación política, social, económica), y la otra más individual (que detalla las relaciones de sus personajes). Los ausculta en la intimidad cuando dan rienda suelta a sus impulsos sexuales a lo que agrega las relaciones simbólicamente incestuosas, la tenaz y silenciosa lucha contra el orden patriarcal, pero en esta instancia el autor encuentra algunos condicionamientos que no permiten expresarse a los personajes femeninos en plena libertad. Señala desajustes sin restar méritos a las novelas.

 

El año del viento de Karina Pacheco le da pie al autor para recordar su inicial época de mochilero en el país. Lo hace porque se siente identificado con la novela, que se hilvana en los años de la violencia política y social de los ochenta. La memoria juega un rol protagónico a través del excelente manejo del tiempo cronológico del pasado/presente, convertido en “el No-tiempo” de la ficción, que el autor conecta con ese tiempo circular del antiguo Pachacutic de los incas. Pone énfasis en el compromiso feminista de la autora. Le interesa acentuar esa búsqueda individual del personaje Bárbara con el destino colectivo: “Un país que no sabía vivir sin recibir órdenes. Un país que después de casi dos siglos de independencia estaba muy lejos de conocerse a sí mismo” (p. 95).

 

El libro de Jorge Espinoza Sánchez, Las cárceles del emperador, retrata un periodo terrible que empieza con el autogolpe del gobierno fujimorista, cuyos personajes -entre ellos el autor- acusados de terrorismo, viven el infierno de la cárcel como alegoría de una sociedad en debacle moral. Junto con la revisión de la estructura y el tiempo de la escritura, el crítico pone la cuestión del estilo en primer lugar porque “Independientemente de la realidad de los hechos, de su verdad o de su mentira, lo que da al libro su carácter de obra literaria es fundamentalmente el estilo poético” (84). Recordemos que Jorge Espinoza es un vate de relevancia de la generación del setenta.

 

La segunda parte del libro está compuesta por la poesía, la fotografía y la música. Estas dos últimas artes hacen expandir el concepto de integración artística presente en el ideario de Forgues. Los libros de Mario Caldas Apuntes sobre fotografía, y Toda ópera es un enigma de Maritza Núñez se incrustan en este recorrido oscuro del vendaval humano para asegurarnos “un mundo más asequible y habitable”. Cumplen una función liberadora mostrando un abanico de posibilidades creativas para que el individuo pueda desarrollarse con mayor identidad y con sentido autocrítico.

 

En el campo poético se destaca Los siete universos del Jardín de Magdalena, de Manuel Pantigoso. Trae una visión auroral de la palabra, que florece en los diversos jardines del mito poético, y en el jardín interior del vate, sinónimo del tiempo de la infancia. De manera rotunda, Forgues expresa que “en este libro de poesías, Pantigoso da forma a la sagrada utopía con que sueña o ha soñado un día todo creador: realizar la obra total” (p. 121). Ese jardín eterno, probablemente, sea sinónimo de felicidad, de implantación de la justicia o la liberación humana. En sus diversas aristas la obra de Pantigoso tiene un espíritu integrador, como el de Forgues. Su vínculo con una poética integral, no en la línea horazeriana, sino a partir de la integración de los sentidos, ha de permitir ahondar su lenguaje en los misterios insondables de la naturaleza.

 

También el autor nos sitúa en otras orillas de poéticas más cerca de lo íntimo y de lo cotidiano, para referirse a Eugenia Quiroz Castañeda e Iván Rodríguez Chávez, con sus poemarios: Te sueño cada día, botella al mar para Elio Edilter, y Jardín de cosas y de circunstancias, respectivamente. Confesiones en voz alta, el primero. Al crítico le seduce porque su contenido lirismo no cae en los “arrebatos sentimentales” del género amoroso. En el segundo poemario, encuentra razonable correspondencia con el de Manuel Pantigoso; mientras este se airea en lo trascendente, aquel se deleita en lo cotidiano. Encuentra el nombre de Yolanda Westphalen como antecedente del libro de Iván Rodríguez, de esa celebración del ser de las cosas. Yo agregaría el nombre de Francis Ponge, autor francés de El nombre de las cosas. Con perspicacia crítica anota que los varios poemas, evocadores del colegio, del hogar, de la vida, estarían reconstruyendo la biografía del poeta, cuyo sentido ético y estético es aleccionador. Aparecen valores de amistad, de solidaridad. La madurez recae en la sencillez, en la descripción esencial que deja enseñanzas.

 

Puno, tierra metafísica, es uno de los bastiones de gran poesía. Aparecen dos representantes de primerísima línea: Gloria Mendoza Borda y José Luis Ayala. El crítico se siente a sus anchas al auscultar el paisaje lustral que aparece en los versos de Gloria Mendoza, “elaborados -nos dice- como cuadros de grandes maestros” (p. 143). La poeta reivindica tópicos ancestrales muy presentes, desde los vates del grupo Orkopata: retorno a los orígenes, sincretismo, unidad entre naturaleza y ser, humanismo. Aparece el crítico-poeta o poeta-crítico entusiasmado por esta poesía, a la cual le asigna un lugar relevante dentro de la tradición peruana: “mecida por la dulce melodía de zampoñas y sicuris la sagrada balsa de la poesía de Gloria Mendoza continua de luna en luna en el espejo azul del lago su interminable travesía hacia la raíz del día” (p. 154).

 

Oficio de vidente es la antología de José Luis Ayala. El título expresa ya una poética. A los elementos telúricos señalados para Gloria Mendoza –como parte de esa cosmovisión del altiplano-, se destaca en Ayala su vena vanguardista en contacto con los ismos europeos, en permanente despegue hacia la visión cósmica. Todo ello, en identificación plena con su arraigo nativo, con pueblos sojuzgados, como el aimara, el quechua y el mochica. Forgues le sigue la pista a ese ritmo musical que fluye en los versos del vate, quien siempre está a la búsqueda de “renovadas formas de expresión” (p. 172),

 

En la línea de Oficio de vidente, La divina Hoguera de Bernardo Rafael Álvarez es una selección de poemas, en donde el crítico toma en cuenta varios tópicos: expresión y lenguaje, amor, sexo, utopía. Destaca en el libro su contenido profundamente humano y libertario. Advierte acentos vallejianos y la presencia de Hora Zero en esa visión cardíaca de la ciudad. Culmina con la siguiente conclusión: “no vacilaré en afirmar que lejos de ser “descarnada y agresiva” la poesía de La divina Hoguera es pura carne, pura paz interior y exterior. Porque entre la violencia y la inteligencia Bernardo Rafael Álvarez ha sabido escoger la inteligencia” (p. 168).

 

La presencia de Hildebrando Pérez se remarca a través del excelente poema que dedica al gran cantante Daniel Santos: “Lamento borincano”. No solo es la delectación musical, trae entripado un lamento de protesta y esperanza, testimonio que aparece con fuerza en “Aguardiente y otros cantares”, el único poemario hasta la fecha del autor. El crítico tiene un término preciso para caracterizarlo “poemas que muerden”, porque “entran en la categoría de los poemas comprometidos y combativos que violentan con ternura” (p. 191). Conciencia crítica de la palabra cargada de armonía. Ética y estética imantados recíprocamente.

 

Es notable la evocación de elementos de la naturaleza, observable en la obra de cada narrador y poeta incluido. Éter/ Etersí, de Beethoven Medina, es la expresión fiel de esta integración: naturaleza-ser humano. El vate ha construido un libro sólido en su estructura. Su hermetismo es una invitación a incluir al lector en el proceso de creación. El crítico encuentra hasta tres lecturas: filosófica-metafísica, científica-esotérica, realista-utópica. Como bien lo dice, la búsqueda poética de la piedra filosofal, vendría a ser la búsqueda de la armonía poética y humana.

 

La tercera parte del libro está formada por ensayos y conferencias, dedicados a escritores-signo de nuestra literatura. Dentro del libro funcionan como verdaderas columnas en donde se cimenta la peruanidad. En el caso de Sebastián Salazar Bondy se destaca su lucidez para proponer nuevas interpretaciones sobre la creación y el objeto verbal, tal el caso de la mentira estética, idea planteada en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos, en Arequipa (1965); y posiblemente haya servido como idea fuerza a nuestro novel Vargas Llosa, para escribir su ensayo La verdad de las mentiras. En el caso de José María Arguedas, el estudioso reflexiona sobre su “teoría del mestizaje integral”: “utopía fundamentada -nos aclara- en un imaginario proceso de doble transculturización de lo indígena a lo occidental y de lo occidental a lo indígena” (p. 221). Y pone luz cenital en el reto arguediano de pensar la peruanidad como legado para las nuevas generaciones.

 

Sobre Gamaliel Churata nos plantea la problemática de la lengua y el toque vanguardista con estela surrealista o “realismo psíquico”, presente en ese libro sinfónico de la literatura americana, como es El Pez de Oro. A su querido amigo Gregorio Martínez lo sigue leyendo entre líneas. Quien lea su libro de crítica literaria Pájaro pinto. El testamento literario de Gregorio Martínez y los caminos de la libertad, podrá entender el valor de la oralidad, la palabra popular presente en dicha novela que consta de una trilogía, y a personajes héroes como Cutipa en su universal Coyungo. De esta conferencia extraemos algo aleccionador, sobre la amistad sincera entre el escritor y el crítico, basado en el valor literario de la obra por encima de cualquier visión subjetiva o sentimental.  Dice Forgues: “Me reafirmo en aquello que siempre he sostenido: la crítica literaria es ante todo asunto de honestidad intelectual y de respeto mutuo, como fue el caso entre Gregorio Martínez y yo” (p. 265). El último de los estudiados es Ricardo Palma. Simbólicamente, colocar al tradicionista en el cierre del libro implica su renacimiento, que es justamente esa redención del país, luego de atravesar diferentes periodos de crisis. Él viene del pasado como una promesa hacia el futuro. En él se recoge la voz de las generaciones anteriores que nos trae un mensaje de unidad.

 

- III -

 Últimas calas

 

Desde un inicio, estos estudios críticos de Roland Forgues presentan una estructura circular que engloba todos los dramas de la vida peruana. De ahí esas líneas envolventes en la pintura de la carátula que pertenece al pintor Ultraórbico Manuel Domingo Pantigoso. El autor del libro da primacía al proceso de interiorización de la realidad nacional, analizando a cada escritor, estudiando el país palmo a palmo, desde ángulos y perspectivas particulares, dándole una estructura poliédrica, como lo hizo el gran amauta Mariátegui, en los años de vanguardia, con su libro La Escena Contemporánea. Ahí decía:

 

Pienso que no es posible aprehender en una teoría el entero panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre todo, fijar en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio por episodio, faceta por faceta. (…) el mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco cinematográfico.

 

Roland Forgues tiene un término para fijar los alcances de toda crítica artística y literaria: “Divagaciones”, término acuñado, “aun cuando se trate de la valoración más perspicaz, más seria, más iluminadora del mundo” (p. 15). Estas divagaciones, hermanadas con aquella Equivocaciones de nuestro gran historiador Jorge Basadre, libro de 1928, pintan de cuerpo entero no solo al gran estudioso, también al creador. En realidad, hay en el autor de Sinfonía Solar, como lo había en Basadre, un fondo poético que sostiene su pensamiento. Además de historiador, el gran tacneño era un excelente crítico literario. En Forgues junto al gran ensayista y pensador, aparece el creador nato, el narrador de fuste, incluso cuando escribe un libro de estudios críticos. Ello “responde –lo dice el autor- a un reclamo interior no muy alejado de aquel que motivó la creación de los textos abordados” (p. 15).

 

Él responde a su naturaleza integradora de géneros, no puede amputar esa realidad. En tal sentido, en el libro confluyen: ensayo, narrativa, poesía, música, fotografía, los cuales dan al estudio crítico varias dimensiones y perspectivas, que deviene precisamente de ese estilo híbrido y amulatado que se emparenta con la realidad peruana. Al terminar de leer el trabajo, no sabemos si lo que nos arrastra es esa forma de auscultar las obras hasta sus esencias, o la fuerza de un pensamiento original que nos impulsa a encontrar nuestro destino en los hondones del país. Finalmente, busca en la trama de lo real, pero también en la subconsciencia, en mecanismos psíquicos, la punta de la madeja con la que cada escritor desenvuelve, aún sin proponérselo, algo o mucho de la realidad del país. A través de ellos, Roland Forgues rastrea las claves de su mito interior y de su propia escritura.