GERANIOS AZULES PARA UNA SOLEDAD,
DE ALFREDO ORMEÑO
Por: Antonio Sarmiento
El año 2021, Alfredo Ormeño publicó “Del mar y otros
sueños”, conjunto de seis cuentos que se desarrollan principalmente en el
ambiente marino. Tuve el honor de presentar este libro en el distrito de
Bellavista (Callao). Ahí los retratos que nos ofrece el autor son mesurados, de
ritmos lentos. Es encomiable una cierta nebulosidad, un cierto misterio que
cubre a sus personajes que parecen estar varados en el crucero del tiempo. Son
personajes evanescentes, como arrancados del sueño, no se dejan atrapar por el
realismo; se subliman en el amor.
En Geranios azules
para una soledad (2024), dichas características no solo persisten, sino que el
autor adelgaza aún más su estilo que bordeando lo estético deja un mensaje que
se erige como una profesión de vida, marcado por una sensibilidad artística, de
plenitud humana, que en el caso de Alfredo Ormeño es su distintivo a flor de
piel. Al narrar –como muy bien lo dice Ricardo González Vigil:
“lo hace con tal complejidad psicológica e intensidad
vivencial que sus cuentos devienen en textos de factura dramática (no se quedan
en narrar las peripecias de sus personajes, sino que lo dejan expresarse
directamente) ora diálogos, ora soliloquios”.
Es decir, decimos nosotros, el mejor personaje de los
textos de Alfredo Ormeño viene a ser la propia palabra, la cual tendrá la
textura y la cualidad emotiva del narrador. Personajes como Julia, Mey Li, la
dama que funge haber perdido sus hijos en un incendio, la mujer vestida de
negro y el joven otoñal del parque de Alexander Platz son testimonios vivos,
materializados por la carga y descarga de una palabra plena de emotividad.
Para Alfredo, la técnica literaria será importante en la
medida que refleje emociones y estados de ánimo de sus personajes que, desde el
amor, siempre están buscando sus ganas de vivir a pesar del vía crucis que
significa encontrar la felicidad. Lo deja en claro el epígrafe que inaugura el
libro, y apela a una frase de León Tolstoi, entresacado de la novela Anna Karennina:
“Solo las personas que son capaces de amar con fuerza
también pueden sufrir un gran dolor, pero esta misma necesidad de amar sirve
para contrarrestar su dolor y curarlos”.
El autor desea que su relato sea una experiencia de
humanización porque en estas épocas de cosificación, de sentimientos negativos
y despojo de nuestra humanidad por las fuerzas de lo utilitario, más que nunca
tenemos que volver a los nobles sentimientos para recuperar los ideales
perdidos y frenar la creciente bestialización del ser humano. Estética y
sentido ético de la vida se dan la mano, así, a través de un romanticismo
luminoso y solidario en donde prevalece el sentimiento del amor, del ensueño y
la utopía, como medios de liberación. Lo interesante de los cuentos de Ormeño
radica en que no intentan convencernos de nada, pero la forma cómo el autor nos
transmite con espontaneidad sus historias hace que nos mostremos más receptivos,
escuchemos su mensaje y luego reflexionamos sobre ello.
Ya desde el libro anterior dábamos cuenta de esa actitud
humanística, en el siguiente fragmento:
“Los grandes
maestros de la espiritualidad antigua y moderna nos dicen que toda obra ética y
de creación responsable debe ser erigida con el pensamiento alto y limpio”. En
Del mar y otros sueños, Alfredo Ormeño practica este ejercicio espiritual,
ejerciendo no solo su arte narrativo, también exponiendo un ideario de libertad
y justicia. Y por boca de uno de sus
personajes, el autor expresaba el siguiente apotegma:
“Es necesario, es imperativo, crear una nueva sociedad
basada en los más elementales principios de humanidad y de solidaridad”.
En Geranios azules para una soledad, Ormeño canta al amor
en una época difícil que cuadricula, substrae y enajena, por esos sus
personajes en el afán de cumplir sus anhelos chocan con una realidad totalmente
adversa. El pulso poético del autor, el narrador en primera persona, dará vida
y sentido al espacio de la ausencia, la evocación tendrá peso físico, los
recuerdos se materializan gracias a elementos grises y muy líricos, como la
lluvia, abril, las hojas otoñales, la atmósfera nebulosa. Este efecto
nostálgico le dará una mayor sentido y presencia a la vida-muerte de los
personajes, tanto en el primer relato y el último del libro, sobre todo. En el
primero destaca la presencia intensificada de Julia, desde la perspectiva del
personaje narrador, quien la recuerda en forma obsesiva y su recuerdo llena
todo el panorama del relato:
¿En
qué estabas pensando querida Julia? Talvez, en el último cuadro inconcluso que
estabas pintando y que una vez me dijiste que sería para mí, o caso lo
olvidaste o quizá nunca pensaste en terminarlo, como todo lo que empezaste y no
fue por tu culpa, no.
El último texto “Una tarde de otoño en Alexander Platz”,
el narrador en tercera persona da cuenta del personaje que en último día de su
vida va tocando fondo, herido mortalmente por los recuerdos, sin posibilidad de
alcanzar el amor deseado:
“Hoy en esta tarde
de otoño, las fuerzas lo abandonan y se alejan de él, sin explicaciones, está
atemorizado y, sin embargo, siente una gran flacidez; el corazón ya no le late
con la misma intensidad de antes, cuando la tenía cerca y su pasión por ella se
le escapaba a gritos, y quería amarla y poder decirle todo lo que debió decirle
y no le dijo”.
Hombre de teatro, Alfredo caracteriza muy
bien a sus personajes que contienen una profunda carga psicológica. La
tipología de sus héroes citadinos tiene esa constante de los personajes
arquetípicos,
En cada relato las escenas van
surgiendo desde el sujeto, junto con sus estados de alma, con sus visiones de
subconsciencia, con sus sentimientos e ideas. Hay también situaciones
inesperadas que también sacan al narrador protagonista de su zona de confort,
como ocurre en los relatos: “Era junio” y “Encuentro”. Como muy bien lo dice en
su excelente prólogo Manuel Pantigoso -refiriéndose
a aquella dama que al recibir dinero del protagonista, por arte de magia
desaparece de la escena-: “la dama podría ser la materialización de ese deseo
del personaje por romper la realidad de esa “mañana gris, monótona como
siempre”, que lo tiene enclaustrado sin que pase algo. Aquí estaría ese sentido
psicológico y poético del texto, surgido de la ambigüedad enriquecedora frente
al tedio de la existencia”.
En estos relatos Alfredo Ormeño emplea tipos de narradores desde
un narrador omnisciente que relata la historia en tercera persona, en “Mey Li”
y “Una tarde de otoño en Alexander Platz” hasta el narrador-personaje o
diegético, utilizando la primera persona y logrando mayor vivacidad en el relato
de su vida interior, en “Cartas a Julia”, “Era junio”, y “Encuentro”. En
algunos casos el personaje deambula solo por la ciudad mientras fluye su
pensamiento. Estas historias aluden a lugares geográficos específicos, especialmente
en las calles de Lima, en una habitación-taller en Miraflores, en Berlín; en el
caso del relato Mey Li ese entorno es casi inexistente, no constituye una
necesidad para el escritor. De modo general los relatos suelen ubicarse en
escenarios en que el personaje principal está o se siente solo. Aunque en
tiempos modernos, esta soledad puede sentirse en medio de multitudes. La gran soledad que padece el personaje, es una alusión a
la soledad del hombre contemporáneo, quien siente la necesidad de comunicarse
con el otro.
Geranios azules para una soledad refleja uno
de los sentimientos actuales en el arte, el de una sensibilidad que desea trascender
a ese aislamiento del ser solitario en el mundo artificioso que hoy nos toca
vivir.
Alfredo Ormeño, en el trazo de Bruno Portuguez