RE-VERSO AN-VERSO
DE LA PALABRA POÉTICA DE
MANUEL PANTIGOSO
por: Antonio
Sarmiento
Rever
So/An verso es el título que Manuel Pantigoso le puso
a dos antologías personales, publicadas en las revistas Runakay (1982) y La Manzana
Mordida (1988). Dicho título lleva en su interior una rica carga semántica,
de múltiples significaciones, que caracterizan muy bien las posibilidades expresivas del poeta: rever
/SO AN/ verso
(volver a ver el verso, navegar en su interioridad; So An
= Naos, en la escritura al revés). Esta imagen náutica sería una constante
compañera en el trabajo literario de Pantigoso, como travesía y destino, viaje a través del mito y la utopía. Viajero del zenit al nadir, fruto de su
“viandanza” por varios países de América, Europa y Asia, recibiría, también, el
aliento y el aprecio de distinguidos escritores que lo abrazaron en sus cenáculos, entre ellos, Jorge
Guillén, Jorge Luis Borges,
Nicanor Parra, Carlos
Bousoño, Alceu de Amoroso Lima, Antonio
Amado, etc.
El título Rever So/An verso, sin embargo, no fue tomado
en cuenta como rótulo para su obra poética
completa. Al final el autor se decidió por Rompeolas
de Altamar, nombre sugerente de gran ascendencia marina, al cual nosotros
nos gusta interpretar como esas “rompeolas de eternidad”, esa “travesía de extramares” en busca de
una poética que navega en la trascendencia. Las poesías
completas de Pantigoso contienen en sus más de mil doscientas páginas una obra vasta
e intensa, a la que habría de iniciar un estudio teleológico para rastrearla en toda su magnitud. Hemos
querido, por ahora, juntar
y pegar las piezas de un gran mosaico de ricos matices
y colores que hablan de
su poderosa personalidad como poeta,
y al mismo tiempo, de gran originalidad en el campo del
pensamiento metapoético.
Una voz diferente entre las poéticas circulantes. La intensificación poética o el necesario silencio de los versos: sugerir antes que nominar
Cuando aparecen los primeros libros de
Manuel Pantigoso, estaban en pleno acto la poesía integral de Hora Zero, la poesía punzante
y subterránea de Kloaka,
coloquialismo, poesía visual, etc. Esta poética ingresa al circuito literario
con un estilo particular, muy propio, el cual
fue cincelándose poema a poema. Así, un nuevo tono
“estremecido” ingresaría a ese espacio poético de bocinas y altavoces, dejando
escuchar poco a poco, en sordina, su voz sugerente y erizada a la vez, de
grandes cuestionamientos existenciales, estableciendo con ello una obra que
dialoga en permanente vínculo con el “otro”,
ese ser que se desdobla
del propio “yo” poético para encarnar el “tú”,
en primera instancia. Empero, la opción
de Pantigoso fue la de trascender la realidad en lugar de reproducirla, con
una poesía ligada a lo simbólico y no desde
una representación directa
de la realidad. Por ello, Roland Forgues,
en una entrevista al poeta señalaba un punto interesante:
El único parentesco que me atrevería a formular
entre tú y los poetas de Hora
Zero (…) es la idea de “poesía integral", pero vista en tu caso, no como una poesía que diera cuenta
de la totalidad de la realidad concreta, sino como una poesía que
reuniera los cinco sentidos de la realidad humana, y de la vida determinada por
los cuatro elementos que la componen: tierra, agua, aire y fuego.1
En el pensamiento de Pantigoso siempre
apareció una constante preocupación por el otro, tanto en la vida como en el
arte. Su concepción humanística lo orientaría hacia una postura íntima y
socialmente participativa, dialogante. Nunca fue escritor
de gabinete, necesitaba del otro para realizar
a plenitud una personalidad poderosa. El hacer o darse hacia el otro formaba parte de su esquema de
vivir en comunión con todos:
Me gusta escuchar con atención y profundidad lo que otros dicen. Es una de mis características. Recibo todo lo que tenga que recibir; lo acojo, lo introduzco en mi experiencia, lo hago mío porque soy dialéctico: no pienso que las cosas están acabadas, sino que siempre se están haciendo. Me afirmo en consecuencia en mí desde la perspectiva de mirar al mundo y de mirar al otro.2
Para el
vate la función de la palabra
poética es “iluminar”, es decir,
por la poesía vemos lo que ni siquiera
sabíamos que existía,
lo cual nos recuerda Las iluminaciones del adolescente genial Rimbaud. Efectivamente, la
luz de la poesía de Pantigoso escudriña los últimos rincones de la existencia
para intensificar y revelar
esencias, desde la forma.
Y más de lo que nos dice, nos
emociona la forma cómo lo dice, aquello que trasciende y se encarna en la piel,
como el poema “Perruno los dos”, donde el autor se mimetiza con el mejor amigo
del hombre desde una perspectiva humanizada hasta las vísceras:
Un canto solitario una lámpara vacía iluminan el viaje
yo le acaricio
las orejas mientras
dormita él
me lame las palmas de las manos
en mi boca cerrada están sus espejos
a veces me ladra para ver si nos ladramos si aún tenemos nuestras lenguas
nuestros dientes
otras veces compartimos el sabor de
un chocolate derretido
muy quieta y apacible
está
la noche
solo nos despertamos cuando el
claxon nos asusta
y hay
de pronto
otro ritmo que no es
ni
el tuyo ni el mío
es otro hueso tendido para
cascar la carretera.3
La escritura del poeta pasó por varias etapas, desde el barroquismo esencial de sus textos canónicos (Sydal, Contrapunto de la mitomanía, Los Siete Universos del Jardín de Magdalena) hasta la visión más aireada de sus últimos poemarios inéditos. Este paso de lo complejo a una mayor claridad, significó una dicción más coloquial y cotidiana; sin embargo, ello no restó la densidad emocional que borbota en la sencillez de sus poemas de madurez. El propio vate señalaría lo siguiente:
Este comportamiento de adelgazamiento de las cosas ya no parte solo de
la propia palabra sino, sobre todo, de esa densidad indescifrable del mundo
interior. Corresponde a la época madura, que es de síntesis y de limpieza. No
te imaginas cómo suenan y resuenan las palabras en mi interior. Nunca terminaré
de caminar con ellas porque la palabra es la cosa en sí y es la idea, y la idea es esa emoción totalizadora desde donde quizá Dios nos habla.
Por otro lado, es fundamental buscar la relación
que ella, directa o indirectamente, guarda
con lo demás. Siento que estoy en la época de entender que la simplicidad
de la palabra no se opone a la esencialidad interna; por el contrario, creo que
pueda florecer más.4
La lectura de un buen poema alumbra
ámbitos desconocidos de nosotros
mismos. Esto lo hemos sentido
al leer poemas
de gran intensidad de la pluma
del vate. A través de esa lectura en profundidad sabemos, entendemos,
presentimos y apreciamos mejor la vida en su comarca. Pantigoso fue un gran teorizador de lo poético
tanto en prosa como en verso. En la línea de los escritores de vanguardia supo explorar
con sapiencia lírica el ámbito misterioso del poema:
Oh lenguaje abridor
de posibilidades siempre
más allá de sí mismo
siempre reinventándose desde sus recovecos oh
misterio que así mismo se
habla
y aprende lo que dice o expresa
aquello que verbaliza.
(“Hans-Georg Gadamer le habla al lector de poesía”, Ibíd., p. 71)
La poesía le mostró a Pantigoso, por ejemplo, la intimidad de las pampas de Nazca, de Machu Picchu, de Cerro Azul, del coaldas (idioma desaparecido del reino de los Guarcos). Como un autor estructural que diseña su campo de significaciones desde la perspectiva de un lenguaje múltiple y evocador, él realizó la trasposición del tiempo habitando el pasado como si fuese tiempo presente. No es simplemente el racconto o el flashback narrativo, el pasado se construye con plena autonomía en la actualidad de la palabra, como cuando habla de una figura central del reino de los Guarcos, Chuquimanco, el gran curaca:
Y te fuiste sin haberte ido
(el ser en tu nombre quedó entre las olas en el
aire guardado del mar).
En la pizarra
azulina de la noche
al
abrigo de una sombra floral
que pone otras estrellas en tus manos estás
ahora en tu sitio
en la experiencia del silencio azul
desde allí nos lees fijamente
mientras el rombo de un pez
nace
desde el cetro de tu lanza.
(“Gran lanza -Chuquimanco- natural de Mara”,
Ibíd., p. 298)
Es un hecho que la voz del poeta puede no
ser, fundamentalmente, poesía de circunstancias o de lo cotidiano. Si
recorremos las páginas de los primeros libros de Pantigoso, nos detendremos en
espacios que parecieran habitados solo por el yo poético que camina por plazoletas abandonadas, por instantes breves y geométricos en vigilia, por el azaroso
paso del viento, de una nube o del río que es la vida, pero también es cierto
que ningún verdadero poema ha de brotar de la exclusiva fantasía o de lo irreal
imaginado:
Fuera de ti en
mí
queda la lluvia
sin fecha que emprendiste
(recobrado el mar
baja la prisa de tu sombra)
fuera de ti vestidura polvo los hoyos
agitados entre
simas vigilantes a tu manera
l a p l a z a s o
l a m e n t e
(“Filosofía
del viento”, en Rompeolas
de altamar, Tomo I, p. 87)
Poesía
de esencias y veladuras, de sensaciones ilimitadas. Así, guarecido por las palabras de su
cuerpo, el poeta se acercará a la intimidad del ser y a ese esencial espacio gaseoso,
difuminado, evanescente, que ni la propia percepción capta. Muchas veces las
formas del paisaje y la envergadura de lo real son desatadas y abolidas. Si
tomamos, por ejemplo, cualquier fragmento de un poema, este se construye
en base a una percepción original, más presentida que real:
Los vientos devanan todos los bordes
y todas las
esquinas de la casa y
andamios
y la jauría de la
voz tumba sorda su tardanza mientras
barranco gesticula a
pasos crujiendo siempre adelante a
pico con la casa y no sabe más
quien asciende de mar a río
por las rocas
ni quien calla sin restricción
esta siesta permanente de la tarde. (“Vendaval”, Ibíd., p. 70)
Por su espesor simbólico y polisémico, el
asedio de esa atmósfera -o ambiente de la palabra- se constituye en una parte esencial de la poética
del autor. Esa es una forma de darle rostro a la poesía en tanto estado
o temperatura del ánimo. Maurice Merleau
Ponty –filósofo francés muy citado
por el poeta- habla de la percepción y se refiere
a lo invisible de lo visible en la memoria, en sus “nublados espejos”.
Lo que teoriza este gran filósofo es lo que nos transmite de fondo la poesía de
Pantigoso:
En este cuadro
eriazo yaces río
de arena es tu cuerpo vaho de
sedienta soledad
el silencio es ahora el pincel
el pincel
es un corazón desprendido
la impudicia de un mundo en el reverso
en
el discurrir
en llamas sin bastidores
párale la oreja al silencio
a ese que no logras
asir pero dice del
viento fresco que viene desnudo de
todo cuerpo solo
de toda yerba.
(“Cuadro de carne y verso”,
Ibíd., Tomo II, p. 260)
Los
símbolos difuminados
El símbolo poético es el elemento más
característico de la poética de Pantigoso. Siempre se auto refería
como un poeta de atmósferas. Tenía muy presente las
lecciones del poeta y crítico español Carlos Bousoño, autor del libro Teoría de la expresión poética, en donde
el símbolo es trasfondo y emoción. Para Bousoño la poesía de Pantigoso contiene
“polivalencia semántica”, “imágenes, símbolos
y visiones de fuerza subconsciente”, “ritmo y musicalidad propios
que capturan al lector para que broten
en él específicas resonancias”. Punto crucial para el arte del autor
de Sydal es que el lector forme parte
de este sutil juego de correspondencias donde ocupan espacio las vivencias o
fragmentos de vida; y para alcanzar un mayor grado de emocionalidad el vate lleva para su ribera elementos
sugestivos y claramente poéticos que han de potenciar
su terreno abonado de lirismo. Ello lo observamos en las siguientes
modalidades:
Cada poema suyo aporta un clima y una temperatura personal, traduce estados de alma; ahí el poeta moldea la materia verbal
con lirismo, con trazo
coloquial, reflexiones oníricas y símbolos de cuño trascendente:
Lentísimo brote
entraña y salida de la mañana (encarnadura abrigada
de cristales)
la eficacia de la cueva
estuvo en
su encrespada sombra
pero no te leía
entonces ni la voz
curvada por la tarde
de pronto
las dos puertas
se abrieron mudas en
entrada y salida del muro
en vilo la palabra quedó sola
bien
al fondo
humo del alba
pozo del sueño. (“Sombra y asombro”, Ibíd., p. 215)
Un tiempo interior,
íntimo, adherido a la piel del poema se despliega por los cuatro puntos cardinales del libro con afán totalizador para afirmar así, la
esencia del ser y la palabra. Lo reiteramos, el arte de Pantigoso es la
presentación de espacios y objetos difuminados, como resonancia de un estado
anímico o afectivo. Es un poeta que se desgarra en sugerencias, y el símbolo,
es un elemento central de su lírica. Sugerir antes que nominar. He ahí la
clave, tal como se aprecia en su notable poema, titulado “Más allá del amor el
ciervo espera”, que pertenece a su libro Piel
de la palabra. Ahí se destaca la polisemia, la carga semántica y la iluminación esencial del poema:
Invasión salvaje
por sobrevivir y saber
dónde va en el camino
la lengua eterna el
rito de la palabra amor
la que roe los pilares
y anida de común acuerdo
siempre de revés y siempre aireada
después de hervir
al fondo las piedras
las
hojas que fueron alas del río
(allí tu cuerpo y el mío
y el humo que nos trama y deshiela
frente
a frente han quedado
el sentido puro de la vida
el sentido impuro de la muerte caos y
orden emparejados de azar
de
melancolía
el ciervo
mudo está frente
al mar
su ceguera rumia el resplandor del abismo
su piel es leve como un salto herido
como un médano
en pálpito. (Ibíd.,
p. 40)
Este efecto poético aparece,
concentradamente, en sus libros: Sydal,
Contrapunto de la Mitomanía, Arte-Misa, En-clave de sol del color, El instante de la memoria, Ardiente desnudez
y Largo viaje de sombra iluminada. Por
otro lado, la poesía de Pantigoso registra otras estancias
que dan cuenta de su proceso emocional a través del símbolo. Aquí quisiera
anotar los principales símbolos que el vate empuña como bandera:
El
tren o la búsqueda de la utopía
Manuel Pantigoso fue un hombre de fe, de
mitos y utopías. La vida estaba simbolizada por ese tren que discurría por las cuatro estaciones de la existencia
humana, hasta llegar a una quinta: “Yerbal”, estación de la liberación y la
felicidad humanas. En el siguiente fragmento de Salamandra de Hojalata el poeta escribe su arte poética del
movimiento, sinónimo de marcha, camino o travesía:
-¿y mis zapatos?
¿y mis espejos? quiero llevar
conmigo mi casa
vagón
//y mis cortinas
-solo agua elemental y exhalación de escarcha es decir
vapor más tierno más
leve el viento
elevando lo
cotidiano a la altura del encanto. (Ibíd., Tomo I, p. 58)
El lenguaje de este primer poemario es la
“descripción” futurista del movimiento que avanza en instantáneas, reflejando
el vértigo de vivir en la pesadilla de un mundo
desarticulado; por eso el
lenguaje se interna en cada
estación, en cada recoveco, en velocidad máxima:
Sin tiempo para llorar/ la
muchedumbre descubre todos los puntos en relojes ajenos a sus horas van/ mazo implume
en canastos sus comarcas
por dormidas claraboyas/ pájaro pie dioico/ fluctúan desvelados. (Ibíd., p. 51)
El río- tren, como símbolo de la propia
existencia, aparecerá en un conjunto medular que solo se llegaría a publicar en las obras completas. Nos referimos al libro Largo viaje de sombra iluminada, en
donde se desarrollan cuatro estancias: Poética del Danubio, Río de siete
suelas, Los desmedidos ríos y Los signos del río Hermes.
Para Pantigoso como para Antonio Machado
y Javier Heraud la vida discurre como un
ancho y doloroso río. En el caso del primero
el símbolo del tren
se subsume al símbolo del río como intensificación
del discurrir veloz de esa
“salamandra de hojalata”, imagen surrealista de la propia existencia:
El tren conduce y presencia su llegada a petición suya y dispone
a su propio costo
el
cuerpo y los sueños a su propio
costo
sus alegrías lamiendo
huellas venideras. (Ibíd., p. 58)
El jardín perdido
y anhelado: la nostalgia del regreso
Se advierte que hay en el poeta
un arranque genesíaco: “adánico es mi molde/ eva naciente”. Desde tiempos
remotos, los hombres han sentido la nostalgia
de un paraíso perdido, y de ahí su tentativa
por reconstruirlo desde la tierra y desde la voluntad
profana, en oposición a la voluntad divina. El ideal humano de fundar un
paraíso en la tierra es la imagen del jardín. La palabra en buena cuenta es la
ruta más anhelada para volver a la primera inocencia, a ese jardín
edénico, al jardín
de Magdalena del Mar donde el poeta viviera su niñez.
El vate buscó en cada poema, en cada
libro, el sentido primigenio, auroral, de la palabra. En el fondo de cada texto
hay una atmósfera emocional, un dejo de melancolía que busca aprehender el
misterio del poema como síntesis
de la vida misma. En Los siete uni/versos del Jardín de Magdalena (2015) el vate inicia el
descenso hasta los orígenes, a la “deshojadura del jardín del ser”, y alcanza
la ribera de la madre eterna:
En el jardín
de la casa
sembraste la semilla de tantas lluvias
prometidas
en qué otro surco estás ahora
mamá?
yo supe desde la cuesta
de tu alegría que en la gruta de tu corazón
el trino era luz y la espiga
encanto
y que al abrevar la higuera apetecible de
miel era tu querer
tu sabiduría que no engaña
a la ternura de
vivir para no enfermar el alma
¡oh maravillosa clarividente de la fuente
del amor a mares!
un día te fuiste hasta pronto
tu corazón se quedó rebalsando en el mío.
(“Jardín del corazón”, Ibíd., p. 625)
Fiel a su ideal, Pantigoso funda con sus
libros un nuevo paraíso en la tierra abonada de literatura, y lo realiza
a través de esa imagen
del jardín, la cual representará para él una metáfora
de la eternidad:
Céntrico jardín
del corazón
psíquico y divino
poesía del cosmos del
otoño en su rama y el
Sol de Magdalena
mandala de la floresta que me devuelve diagrama de
mayo en lejanía.
(“Madre - Mandala – Magdalena”, Ibíd.,
p. 505)
Antes,
incluso, de Los siete
universos del jardín
de Magdalena, Pantigoso se había referido sobre esta visión
auroral, en Reloj de flora (1981) y Retablo de
la naturaleza (2012). En el primero,
la explosión agrícola
surge a partir
de un estilo moderno, espacial. El libro aparece de un estuche de color
verde, alimonado. Simbólicamente, la escritura se extiende desde las ramas y
las hojas de un árbol. De ahí los sugestivos nombres
de sus tres partes: Peciolo, Limbo y Nervadura. Los textos
reproducen el ritmo del tiempo y la emoción de la naturaleza, la cual florece
en el segundo poemario, a manera de libro objeto construido sobre la base del
retablo andino.
La
piel como encrespada superficie
Para nuestro poeta la piel no solo es
envoltura o tegumento que cubre y protege el cuerpo de los hombres y de los
animales, también, substancialmente ese órgano (el más grande de nuestro
cuerpo) deja traslucir con fidelidad los libérrimos estados interiores y, a la
vez. es un receptáculo que contiene las tensiones y distensiones sociales. Ahí,
en esa superficie “abierta en todos los poros” aparece la poesía siempre
erizada y alerta, capaz de revelar la unidad de las esencias, tanto del mundo
interior del poeta cuanto
de aquellas del mundo externo
donde están todos los seres
humanos y en las cuales el poeta es, a la vez, reflejo del mundo:
(La palabra
dice
no contradice ni su faltoso ruido) la paciencia del recuerdo es
lo oscuro de la luz agazapada en la propia
sangre
página que dice al hombre
que ella es carga de la intensidad de su silencio nueva luz sobre un viejo camino
el secreto de la piel que todo envuelve
inclusive al centro
mítico desbordado de
sentidos.
(“Piel de la palabra”, en Rompeolas
de altamar, Tomo II, p. 38)
Este simbolismo de la piel también lo podemos ver en el uso persistente del oxímoron para destaca esa
atmósfera evanescente, dialécticamente presente en el fenómeno poético; esto se
manifiesta en el propio lenguaje que el poeta utiliza buscando
sus máximas posibilidades expresivas. El título de uno de sus libros, Piel de la palabra, nos está diciendo que la palabra se extiende
más en su expresividad connotativa; tal como la piel ella lo cubre todo. Otro
aspecto básico de esta poética singular podría ser la penetración en lo
semántico y en su carga filosófica de profundización mediante el acto
reflexivo; también, de la aventura espacio-temporal, de la historia como
invención de la memoria, de la búsqueda de la felicidad del hombre, de la
utopía a través del mito, etc.
El sentido ético y estético:
la visión del mundo
Junto a la experiencia creadora, Manuel
Pantigoso deja entrever su postura frente a la vida, el valor de la amistad, su
permanente optimismo. Como ejemplo podemos citar el libro Iván Rodríguez Chávez: La hora del hombre, publicado el 2013. En el
reverso y anverso de este libro aparece el testimonio impreso de una gran
amistad: la de Iván Rodríguez Chávez y Manuel
Pantigoso, escritores e intelectuales que profesaron en una etapa
de incertidumbres y cambios su fe multitudinaria, henchida de humanismo
y de incesante activismo
a favor de la cultura,
de la educación y de las expresiones artísticas en el Perú.
Hay un eco en ellos que recuerdan esas
intensas amistades que florecieron y perduraron en el tiempo,
como es el caso, la de Alfonso
de Silva y César Vallejo en París, lo cual motivó
un extraordinario ensayo
de Pantigoso que aparece
en la sección sugestivamente llamada
"fraternidad de la palabra"
donde está también otro ensayo: "Hermanos escritores de sangre y
letra", revelador de varias tendencias literarias a partir de lo
sanguíneo.
La literatura en general revela al escritor
comprometido con su realidad
íntima y social, su deseo de trascender desde las esencias. También ella
despliega -a través de la palabra- una profunda "carga" y "descarga" afectiva al hablar del tiempo, del amor,
de los sueños, incuso de la soledad y el misterio, en un diálogo
permanente que traspasa
el papel impreso.
El escritor por naturaleza es un ser fraterno en la vida y en la propia muerte. A partir de dicha relación amical los textos de
Iván Rodríguez Chávez -analizados por Manuel Pantigoso en este estupendo libro La Hora del Hombre, que es también la hora de la acción
y de la palabra-, enlazan
lo estético con lo ético para revelar, al fin, la iluminada esperanza del amor y la belleza, de la justicia,
del acopio de fe y voluntad para reivindicar al hombre, como se aprecia
en las dos entrevistas y en los diecinueve textos de la antología, en un libro que
exalta el símbolo de la amistad, sinónimo de hermandad y elemento primordial de
la condición del existir. Aquí un texto revelador en donde el vate proclama los
estatutos que deben regir al hombre:
Por la tierra
en duelo toda su historia por el
futuro que viene renacido
por los ojos en la mano discurriendo
armadura y enredadera envuelven la
ronda de los estatutos del hombre
la
naturaleza de la verdad a secas
la regla del sueño
sin dinero
la ley de los baúles repletos
de amor y libertad
orden
de los pueblos justos
bailando
tan lozanos
en la barca de un nuevo tiempo.
(“Estatutos
del hombre, Ibíd., p. 500)
El poeta como pensador de su tiempo:
las armas del dolor y el amor
En la línea de los grandes vates que se destacaron por un pensamiento germinal y potente, Manuel
Pantigoso reflexionó sobre
la existencia, la cultura
y el arte en general.
Su amor por la filosofía
y su visión humanística le dieron
profundidad para ver y sentir
las cosas, y así entender
más al hombre, en su dolor
y angustias, alrededor
de ese pozo donde mana la subjetividad. Esta
preocupación
cardinal sobre el ser fue tema indesligable de su poesía, como lo manifiesta en
el siguiente pasaje:
Tengo, sin duda, a pesar de mi fe y optimismo, una visión conflictiva y un poco trágica
de la vida (…) Me duele el Ser, me duele el ser humano,
me duele el dolor mortal, la entretela; me duele hasta ese
desgarramiento que le está ocurriendo a nuestro Perú.
Tengo una desazón
honda, aunque reinventando siempre
un necesario optimismo
y amor por la libertad,
por la justicia. Es un sello de preocupación primordial. Es la cruel
poética del mundo en que vivimos, y es ¡el arma de la fe en la belleza!5
Igualmente, toda la poética de Manuel
Pantigoso es un acto de amor, fuente inagotable de su existencia. Este culto
por la dadora de vida fue en todas sus manifestaciones norte, sur y centro de su poética.
La amada mujer esposa y la amada palabra se imantan para ofrecer poemas
de gran plenitud lírica en libros como Sydal,
Amaromar y Arte-Misa, especialmente. Pantigoso
ha escrito poemas admirables dedicados al tema del amor. Entre ellos hay uno
que ha recorrido mundo y pertenece a la mejor tradición de poesía amorosa que
se haya escrito en el país. El texto lleva por título “Sydal”, del que copiamos
un fragmento:
Supiste todavía
recuperar el sueño
y al fondo de ese sueño el otro sueño que perdimos
para que
uno tenga su cuota
asegurada
y se busque en sus capas infinitas donde la piel se muerde
desplomada
para que se conozca
en el retorno a su propio corazón (pesa
dijiste demasiado)
y se descifre
en todas
las auroras soñadas
desprendidas o más lejos
más
lejos donde
encuentra de bruces
bastante espacio nuestra
hermosa
y solitaria soledad deshilachada
sydal primera
y siempre nueva explosión donde
escondimos la
hora secreta de
soplo amanecida
sydal la bienvenida
y el adiós hasta siempre el tiempo se levante
sydal
la travesía
apretada sangre
sydal alondra derramada. (Ibíd., Tomo I, p. 105)
En el prólogo de En el nombre del Perú, Renato Sandoval coloca a Pantigoso en la línea
de otros grandes
maestros que han pensado al Perú
desde
el mirador literario. Estamos plenamente de acuerdo cuando sostiene que él
Ha consagrado su vida a tratar de entender, explicar
e imaginar la historia
del país a través de su literatura, de la misma
manera como en su campo lo hicieran José Carlos Mariátegui,
Jorge Basadre, Raúl Porras, Alberto Flores Galindo, o en el ámbito literario
postulaban en su momento José de la Riva Agüero, José Gálvez, Luis Alberto
Sánchez, Estuardo Núñez, Alberto Tauro del Pino, Francisco Carrillo, Augusto
Tamayo Vargas, Antonio Cornejo Polar.
A todos ellos se suma, en verdad
y con justicia, el nombre de
Manuel Pantigoso Pecero.6
La visión abarcadora, total, de la experiencia poética
Una de las características básicas
del pensamiento de Manuel Pantigoso es su concepción holística de la vida y del arte. Este pensamiento empezaría a germinar desde la infancia al
calor de un hogar que supo alentar en él los diversos lenguajes artísticos. Estuvo al lado de la poesía desde
una edad muy corta aprovechando la amistad de su
ilustre padre con escritores, pintores y músicos que llegaban a su casa. Ellos
influyeron de alguna manera para moldear su vocación. De allí parte esa
vocación múltiple, sin encasillamientos; igualmente el sentido de integración de las artes presentes
en su obra, y ese profundo amor por la filosofía en general y la estética en particular.
Esta visión totalizadora del arte le llegó
por intermedio de su padre, el ilustre pintor Manuel
Domingo Pantigoso, quien supo retratar
al Perú en todas sus
dimensiones y en sus diferentes pisos: costa, sierra y selva. Además. Junto con
lo literario en Manuel Pantigoso se juntan filosofía, psicología, historia, ciencias
sociales, las cuales abren ventanas para conocer
y respirar una patria menos invisible a fin de visualizarla realmente.
Esta visión desplegada de país también aparece a todas luces en algunos opúsculos inéditos, publicados en su obra poética completa. Un recorrido por sus páginas nos tocaremos con poemas que recogen sedimentos históricos de culturas antiguas: Nazca, Inca, el reino del Guarco; leyendas, danzas, canciones e instrumentos tradicionales del país. Hay en muchos de estos poemas un sentimiento festivo, épico, de algarabía por la cosecha o el lance amoroso. La forma es mucho más espontánea, con hábiles quiebros coloquiales, como lo manifiesta el poema “El Huaylarsh o las raíces del amor”:
Por el buen amor que estalla
de la chacra afuera
por
puro gusto el cauce por su cuenta
el río Mantaro sale
alegre
a conquistar a raíz de flor a pétalo
por los aires perfumados los aires de agua y sol azul
¡tanto vale el comer y el beber ramificado cuanto el buen bailar y amar a saltos del kanacuy!
a gritos se lleva la mejor parte
¡la recompensa amada!
Sus
ojos puros llamadores andina fruta del capulí en sus labios todo el huaylarsh en
su cuerpo todo
el inédito universo
el más allá del pucllay
la algarabía
retumbando allá en la rizada poesía del campo. (Ibíd., Tomo II, p. 450)
El vanguardista y el recreador
de ismos literarios en el Perú
La poesía de Pantigoso es experimental,
en el sentido de explorar nuevas vías, pero no lo hace como un buceo técnico de
la realidad, sino que se lanza a ello con ímpetu de aventura, ludismo visual,
alegría creadora. Igualmente, el orden y la tradición se manifiestan en
poemarios como Contrapunto de la mitomanía, en donde aparecen
concentración, rigor formal, espacios nacionales. En este
campo de extremos compatibles también lo inamovible y lo movible es una
característica dialéctica en su obra, que representan en cierto modo el espíritu
de orden y de ruptura,
elementos muy propios de la
poesía de Pantigoso, quien equilibra muy bien estos dos polos literarios. El
poeta señalaría lo siguiente:
El hombre fluctúa
entre la contemplación y la percepción funcional, entre lo
estático y lo dinámico, entre lo sólido integrado y lo líquido disuelto, porque él mismo es la dualidad. Si yo quitase
el uno del otro, me separaría
de mí, estaría cojo. Entonces, esa dualidad (Parménides con Heráclito) existe,
en verdad, como unidad, sin oposición necesariamente7.
Por un lado, ese estado dinámico y
movible impulsa al poeta a la búsqueda de lo nuevo, a la aventura; y por el
otro, ese estado estático y homogéneo apunta a las esencias y a lo concentrado
del lenguaje. En sus obras se destaca el hombre, la multiplicidad de hombres.
Producto de una serie de artículos y ensayos
escritos durante varios años, Pantigoso publica
en 2011 Prismas y poliedros: ismos
de la vanguardia peruana. El autor recoge aquí buena parte de sus
desvelos dirigidos a desentrañas el fenómeno de la vanguardia peruana,
especialmente de la poesía en la cual es un estudioso esclarecido con
brillantes aportes donde sobresalen los “ismos” descubiertos por él, es decir,
no estudiados anteriormente: el Ultraorbicismo de Gamaliel Churata,
el Lomismo de Vallejo
y el Acentrismo de Carlos Oquendo de Amat; a los que habría de agregar nuevas y
originales calas sobre el Trascendentalismo emocional de César Atahualpa
Rodríguez, el Taquicardismo de Xavier Abril, el Poliedricismo de Alberto Hidalgo, el Perfilfrentismo de Juan Luis Velázquez, el Surrealismo de
Moro, el Versoprosismo de Mario
Chávez y Nazario
Chávez Aliaga, entre
otras estéticas de autores peruanos. Cabe señalar que, de todas ellas,
la que verdaderamente se constituyó en un movimiento organizado, con variados
autores en literatura y pintura -y aún en la música- fue el Ultraorbicismo
puneño, que se extendió inclusive a Cuzco y Arequipa.
En
la ruta de su padre Manuel Domingo
Pantigoso
El año 2007 Manuel Pantigoso publicó el
monumental libro Pantigoso. Fundador de los Independientes que
muestra el excepcional lenguaje pictórico de su padre, surgido
de esa gran vanguardia indianista del sur hasta alzarse como uno de los grandes
pintores peruanos del siglo XX. Siguiendo la ruta
de su vena crítica y artística, con ese sugestivo estilo suyo, contextualiza en dicho libro el accionar cultural, los logros y los aportes
estéticos del pintor, ofreciéndonos una panorámica de su vasta obra: óleos, témperas, acuarelas, bocetos de mural, frescos,
dibujos, diseños e ilustraciones.
Luego de esa admirable publicación,
Manuel Pantigoso, comprometido con el cuidado,
estudio, difusión y valoración de la obra del insigne
pintor, no cesó de
investigarla y examinarla a la luz de los nuevos enfoques teóricos y
plásticos, comprobando cómo esta pintura inicia un nuevo
diálogo con las recientes generaciones, porque se reactualiza, se rejuvenece al
paso de los años. Y el 2023 presentó en una edición minuciosa y con mayor
documentación, los diferentes momentos de la evolución pictórica del gran
artista arequipeño, quien supo cuajar una recia personalidad, gracias a la
disciplina extraída del estudio del fenómeno estético y del aprendizaje en la
propia experiencia vital.
Para cumplir a cabalidad este libro, que lleva por título: Manuel Domingo Pantigoso, mi padre,8
el autor realizó un trabajo permanente de rastreo, de recopilación de datos y
búsqueda de nuevos cuadros, que pertenecen a coleccionistas nacionales y
extranjeros. En pos de sus fuentes viajó, en su momento, a Puno, Cuzco,
Arequipa, La Paz, Buenos Aires, Montevideo, España, París, para encontrar el testimonio que acredite la actividad artística del pintor.
Pantigoso nos muestra al gran pintor en toda su grandeza humana.
Ahí parece el artista,
pero fundamentalmente aparece
el hombre en su dimensión agonista de lucha. Esta es la
línea rectora del libro. En una ocasión Manuel, el hijo, me recordó
que su padre un día le dijo en forma de parábola:
“Sabes Manolo, he estado pensando que más importante que ser artista es
ser hombre”. Algo similar le dice al poeta Jesús Cabel, en misiva dirigida a
él: “Usted sabe muy bien que el poeta es hombre y sacerdote de la belleza”.
Como se afirma en el preludio, el libro puede leerse como una de esas grandes obras noveladas, de biografía exultante. El título revelador del primer capítulo es incuestionable: “El hombre y el artista”. Los 69 sub-capítulos tienen esa impronta de sucesivos relatos que iluminan al personaje principal que sabe aquilatar los pequeños instantes en donde resuena el murmullo, los gestos y ademanes de la gente, que el pintor sabe atrapar en un solo trazo, con la espontaneidad y la autenticidad del lápiz en movimiento.
Impresiona gratamente la cantidad
de recuerdos y anécdotas dedicadas a Manuel Domingo, contadas
especialmente por los amigos, por los familiares que tienen gran presencia en la
parte tercera del libro. El autor ha diseñado dicha estructura para darle esa emocionalidad
de relato novelado, y sumergirse en su vida cotidiana para extraer los rasgos
doctrinarios del artista.
La galería de cartas es clave para entender las experiencias de vida del pintor
arequipeño. Por ejemplo, ahí apreciamos el noble sentimiento que le causaba toda cosecha del arte. Nunca
negaba valor a la obra,
por eso invitaría a la novel pintora Rosa Ritter
a participar en una colectiva junto a los consagrados artistas, entre ellos,
José Sabogal, Julia
Codesido y Camilo
Blas. Parece que Sabogal
se “picó” por esta inclusión. En otro momento
se destaca su altruismo
en favor de los amigos necesitados o fallecidos como ocurrió con su gran amigo Francisco Gómez Negrón;
procuró ayuda económica para la esposa y hasta educación para sus hijos.
El “biografista” y “novelista” Manuel Pantigoso conoce al dedillo cada
detalle que se menciona debido a esa profunda y productiva identificación con
su padre, como se aprecia en los comentarios que hace para cada una de las
misivas.
Hay desde el simbolismo de la portada
y la contratapa, correspondencias
y afinidades para mostrar al hombre y al artista imantados en esa doble mirada: mirarse
a sí mismo y mirar al otro, al uno y al múltiple, que retratan
muy bien la postura del pintor frente
a la vida y al arte. Esa forma vital tiene
alguna influencia, entre otros, de Valdelomar, a quien escucharía en su
juventud muchas frases sobre el valor de la naturaleza y el sentido de la belleza.
Hay un estupendo artículo escrito por el
afamado pintor donde expone la profunda imantación de arte y vida: “Permanencia
de pensamiento, del color y los sonidos”. Ahí destaca su profunda admiración
por Baudelaire, el introductor de un nuevo estremecimiento en la poesía
universal, quien proclamó la supremacía del espíritu sobre la vida material.
Manuel Domingo escribe lo siguiente:
En mi vida, que ya cuenta múltiples decenios, vengo contemplando cómo se sigue profanando y borrando todo lo bello que nos queda
sobre la tierra, en los mares, en el aire que nos envuelve… es horrendo comprobar cómo esos malos vientos
arrasan los corazones
humanos y, lo que es peor
aún, los corazones infantiles (…) ¿Quién es el dueño de este planeta? Si es el
hombre ¿Por qué lo destruye? (Ibíd., p. 153)
Este escrito correspondería a esa etapa
del año 65 al 91 (año de su fallecimiento), al de la madurez
absoluta del pintor. Es el momento en donde
todos los temas y propuestas estéticas se sintetizan teniendo el tema
panteísta-místico-religioso, una marcada preeminencia. Aquí lo nacional y
universal se muestran claramente en su visión plástica.
Vallejiano de corazón
Manuel
Pantigoso fue un estudioso notable
de la poesía de César
Vallejo. Edificó algunas teorías y planteamientos muy originales de la
poética del “estruendo mudo” vallejiano. Su asonancia afectiva e interés por la
poesía del gran vate -que en parte proviene de la influencia de su ilustre
padre, el pintor Manuel Domingo Pantigoso, quien en París fuera amigo personal
del vate de Santiago de Chuco- lo llevaron
a escribir brillantes páginas en donde
escudriñó la palabra “trílcica”, de significación múltiple, extendida hacia los
limites más insospechados de sus variantes expresivas.
En el año 2000 publicó Se llama Lomismo que padece (Ecce homo),
donde suma 21 ensayos y artículos sobre la vida y la obra de Vallejo. Este
libro despliega al máximo su capacidad expositiva y argumentativa y, así,
aparecen sus más destacados hallazgos. Entre ellos sobresale el descubrimiento
del propio nombre enigmático del poemario de 1922 -Trilce- en el mismo
poema “Trilce II”-; y, también, a través del análisis riguroso, la propuesta de una nueva estética de vanguardia referida
al “homo”, es decir,
al hombre: el Lomismo, que estaría cifrado en el citado texto (verso 15).
A partir de aquella aproximación a la intensificación semántica, a la “excarcelación” de la palabra “justa” vallejiana -estudiada en sus aspectos polisémicos, desde los sonoros y gráficos-, Pantigoso halla correspondencias visibles con el creador del Modernismo, el nicaragüense Rubén Darío. Pero esta afinidad entre ambos, especialmente en la materia acústica, según reflexiona el autor, no se da por asimilación del epígono, o por repetición, sino por incorporación a una tradición musical cuyo horizonte primero, iniciado a raíz de la publicación de Azul, en 1888, fue luego superado por un renovado concepto de la armonía y la música, que acusa una evolución, una transformación trascendente en la poesía dialéctica de Vallejo. La nueva actitud se caracterizó por la superación del propio tono y ritmos que el autor de Poemas Humanos había heredado de Darío y los modernistas.
Para formular esta teoría sobre la
musicalidad y la armonía verbal, el poeta y crítico recoge atisbos iluminadores
como aquella misiva enviada por José María Eguren a Vallejo, y un artículo de
Antenor Orrego que anunciaba la publicación en Lima de Los heraldos
negros, y, aún, un texto esclarecedor
de Xavier Abril titulado “Vallejo, la música, exégesis
del poema XLIV de Trilce, el impulso mallarmelleano y la
crítica”. Pero en este ensayo Pantigoso sigue la ruta de su propio pulso poético y reflexivo, y propone claves
sorprendentes para decodificar con precisión esa revolucionaria
concepción musical que parte de la “harmoníAzul” del genial vate nicaragüense y
apunta hacia este espléndido juicio: “Podríamos reconocer dos tendencias
musicales en América, una que continua el rastro de Verlaine (tan reclamado por Darío) y la otra que sigue a Mallarmé, más
próxima a Vallejo” (p. 9).
Para ser coherente con el fenómeno analizado, el autor abre todas las ventanas incluidas en el apretado bosque del último verso de Trilce XIII: ¡Odumnodneurtse!, que suena, efectivamente, como una eclosión, como si con ella se estuviera creando el mundo y se necesitase acudir a los ruidos primeros de la gran explosión (Big bang). La manera minuciosa con que examina cada letra, sílaba o palabras incluidas, tiene también un trasfondo de obertura sinfónica, de pentagrama musical, donde se combinan los significados, colores y sonidos de las palabras.
El mismo autor fue un atildado musicólogo; por ejemplo, el año 2005 publicó el libro La gran vía de la zarzuela. Sin duda, este notable aporte sobre la armonía en Darío y Vallejo tiene raíces íntimas y urgentemente líricas. Con seguridad, la búsqueda y plasmación de esa música ideal dariana y de esos agudos broncos y dialécticos en Vallejo son, también, una aproximación al conocimiento de la propia melodía interior de Pantigoso; y de su poética enriquecida con matices plásticos y musicales en cuyas profundidades está el sonido del dolor, pero también de la felicidad y la esperanza, que lo caracterizan.
El legado: la rosa sin por qué florece porque
florece
Manuel Pantigoso tiene un valor singular
dentro de las poéticas aclimatadas en nuestro país. La crítica ya se había
referido a sus libros totales, integrales que se enlazan con el teatro, la
música, la arquitectura y la plástica. Esta opción integradora al vincular
otras artes en el discurso conceptual, visual y social del texto literario, así como la visión profunda del país lo
alinean al pensamiento integracionista y nacional de los forjadores de nuestra
peruanidad, como Palma, Arguedas, Vargas llosa, Ribeyro, etc.
Hay en el fondo de cada texto suyo una
melodía personal, una poética que busca aprehender el misterio del poema como síntesis de la vida misma.
El ideal estilístico que mantuvo en alto como oriflama fue esa variedad de
estilos que al final devino en su propio estilo. Cada poemario representa un
mundo aparte, ahí el yo poético siempre está en trance de partida, en busca de nuevos caminos. La preocupación por la estructura total hizo posible
la construcción de libros con múltiples posibilidades expresivas. El
poeta dejaría estas palabras como doctrina estética:
Soy
un poeta estructural a mi manera; emocionalmente armado y desarmado por la vida misma, por su compleja
realidad, pero no por ello alejado -el poema- de lo natural y
espontáneo. Que no sea ni parezca trabajado ni maquillado. Por eso busco la sencillez
aun dentro de la contradicción (el oxímoron, por ejemplo) o de la oscuridad y ambigüedad
propia del poema. (Balarezo/Sarmiento, 2003, p. 53)
En efecto, Manuel Pantigoso nos ha dejado en su estilo esencial poemas que florecerán en cualquier estación, porque fueron hechas en plena carretera del camino, con lluvia y sin paraguas, en la penumbra del espejo, en los linderos del río. El poeta ha escrito su poema para escucharlo eternamente, como un farol que no atina a iluminar su sombra, pero todos sospechamos que proyecta una luz en el alma, como este último poema titulado “Mi vena oculta para saber”, de voz íntima, intensa y emocionada como los muchos textos de Pantigoso que nos plantean la vuelta a lo sencillo intenso, al tránsito de una trascendencia que se lleva en el bolsillo:
Escribo para escuchar
lo que escribo
cuanto dicta mi
escritura
mi conciencia de pluma
cuando llama lo
que arde en el día
a la hora de la pesca anzuelo
cuando la palabra llama
para que sea el fuego que
habla y yo apenas
quien la consume
y saborea y
saben lo que dicen
solo cuando tomo el lápiz
y lo dejo
para que mi mano atrape
la cosa intuida
sorpresa del pan y del vino
con mis palabras y mi alegría
mi sorpresa y
dejar que mi curiosidad se
derrame
y así entrar en el túnel
para saber apenas
en qué rincón estoy escondido
aterido
cubierto con el cuaderno y
mi lápiz
y hasta el ocaso estoy
con la espalda aguda y punzante escribiéndole al dolor dale y dale
sorprendido que el
bosque
sea ahora de arena
a pesar de todo. (Ibíd.,
Tomo II, p. 199)
NOTAS
1 Colección Palabra Viva. Hablan los poetas
Tomo 2. Lima:
Editorial San Marcos,
2011, p. 231 (Segunda
edición aumentada)
2 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima:
Tarea Asociación Gráfica
Educativa, 2023, p 43.
3 Manuel Pantigoso. Rompeolas de altamar, Tomo II. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2024, p.
196 (Editado por Ligia Balarezo Mezones)
4 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023, p. 55.
5 Ob. Cit. p. 53.
6 Manuel Pantigoso. En el nombre del Perú, Tomo I. Lima: Tarea
Asociación Gráfica Educativa, 2021, p. 24.
7 Ligia Balarezo / Antonio Sarmiento. El estilo y la obra. Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023, p. 44.
8 Manuel Domingo Pantigoso, Mi Padre, Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa, 2023 (El libro lleva un prólogo de nuestra autoría).