El
2002, a los 19 años, Antonio Morales Jara publicó su primer florilegio titulado “20
poemas de otoño”, textos de corte idílico. Lo conocí por aquella época, coincidimos
en varios lugares del Callao. El poeta empezaba a manifestar los primeros
síntomas de rebeldía y cuestionamientos existenciales. La juventud es
impaciente y suele ser infatigable compañera de las musas. Después de esta
experiencia inicial comenzaría su ininterrumpido periplo
narrativo, publicando hasta la actualidad nueve libros, entre relatos y novelas.
Han transcurrido ya 13 años. El escritor inmerso en el fascinante mundo de la
ficción retoma la poesía, indudablemente, más dueño de sus recursos expresivos,
que en esa primera entrega.
“Bendita eres entre todas las mujeres”
(Editorial San Marcos, 2015) contiene poemas que han estado en periodo de maceración;
el autor les ha dado el pulimento necesario antes de entregarlos a la imprenta,
buen indicador de un responsable trabajo con la palabra. Hace suyo el arte
poética de Javier Heraud cuando confirma que “no se escribe poesía sin haber sido humano,/
si no se es alfarero no se puede ser poeta”. El rótulo -extraído de la primera parte del Ave María- confronta,
veladamente, la oración canónica del
catolicismo con la aguzada provocación o incitación a la sugerencia del desnudo
renacentista que aparece en la portada.
¿Por
qué esta vuelta a los territorios de lo lírico? ¿Qué ha sucedido en el alma del
poeta, anexado prácticamente al género narrativo? Frente a la urdimbre de
historias noveladas la poesía es un remanso que vindica al autor como ser
humano posesionado en un espacio y en un tiempo determinado. Es un escritor
amazónico, nació en San Martín, aunque radica actualmente en Lima. La selva como
tema literario se acentúa más en sus libros de prosa. Es cierto, pero los paisajes paradisíacos que evoca en su poemario, acaso, ¿no nos remiten a esa rica cosmogonía? Algo más aún: Antonio Morales, envuelto siempre en la creación
de numerosos personajes cada vez más independientes de sus hilos siente, esta
vez, la necesidad de reconocerse, de ser él también parte de la trama e
identificarse con su propio personaje. Y la poesía es lo que más nos acerca a
nosotros mismos, ella refleja obsesiones y querencias más hondas, ese yo individual se guarece entre las imágenes. Es así que el renovado poeta colorea el
paisaje de múltiples sensaciones y le animan exaltados sentimientos por la amada esposa a
quien dedica el libro. Bulle la pasión, la sensualidad en las imágenes y un
romanticismo ingénito que nunca romó sus aristas.
Hay en el poemario dos concepciones disímiles que se enlazan para dar fuerza a lo poetizado:
la imagen moderna, metafórica y simbólica, por un lado, y la imagen clásica,
descriptiva y literaria, por otro. Con la primera el autor recoge la fuerza, el
desafío y la novedad de la expresión, con la segunda reivindica los paradigmas
de la belleza, la armonía y el equilibrio de la forma. Esto lo podemos apreciar,
por ejemplo, en el tema del erotismo, convertido en el principal impulsador o
percusor de las emociones del poeta, que si bien alcanzan éxtasis, delirio,
reivindican ese ámbito de seducción o sugestión por lo literario. Si hay una
erótica, estará acompañada de una estética que empapa con su rica fronda de
imágenes a la pasión exultante. Para corroborarlo leamos un fragmento:
Acuarela
en orfandad de orgasmos
y
galaxia desquiciada rasgando espaldas,
no
cesa de cantar tu gemido de noviembre
los
febreros de ríos, pájaros y bosques.
En
siluetas de rumor las grutas
entonan
su amor en lira de vellos.
entonan
su amor en vendimia de vientres
(…)
Descubrimos
nuestros nidos de pájaros
que el
invierno resistieron,
hacemos
el amor entre agua revueltas y dormidas,
cariño
pastel, jacinto aroma, leche estrella;
una noche
se prolonga más allá del tiempo
hasta
que caiga polen en estigma
y
gotas blandas de nuevo en la piel.”
(“Hacemos” pág. 66)
El poema no se desbarranca por entero en los límites de un
lenguaje carnal o de lo voluptuoso sino que despunta con expresiones muy
literarias que guardan proporción y armonía con una poética que se realiza en
ese espacio o templo de la naturaleza donde apacienta la mujer deseada. Es, en definitiva, la sublimación del amor, de
la celebración de su fuego, en consonancia con la naturaleza. Ella es también paisaje
–mujer -poema donde principian el día y la noche, el canto primigenio de la
vida. Los 71 textos en verso y 8 en prosa evocan espacios iniciáticos, de allí
la nostalgia del poeta quien proclama en la pág. 116: “tengo el corazón invadido por la nostalgia de saberme ausente, lejano y
distante en poco tiempo, corazón incierto sacudido por la tenue brisa del mar”.
¿Qué evoca el poeta en este canto
lastimero? ¿Nostalgia de qué? Sin duda, él recuerda –por anamnesis o reminiscencia-
el jardín primero, el paraíso original,
de acuerdo a un ensayo medular de Octavio Paz. Por esta ruta, el libro ingresa
al plano de lo ético y cuestiona algunos aspectos de la visión judeo cristiana
que nos remite al pecado y a la expiación de las culpas. En este sentido la poética
que percibimos de su lectura se inscribe entre el pecado y la inocencia, entre
lo lascivo y lo sublime, entre lo profano y lo sagrado, entre la pasión y la
espiritualidad. Es en este campo de fuerzas que se oponen y se atraen
recíprocamente, que el libro de Antonio Morales Jara alcanza a mostrar sus
principales virtudes.
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ResponderEliminarCuando la revelación erótica se funde con la música del tiempo, se obtienen versos estimables. Bien por el poeta, que de verdad se eleva a su condición de tal, escupamos lo cursi, volvamos al canon de lo inefable, al estatus de la poesía.
ResponderEliminarPero si el señor que poco hombre para dedicar eso a su esposa... Que se sepa el señor estando con ella le a puesto los cuernos .
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