sábado, 23 de enero de 2016

JUAN MOSTO: PALABRA DE POETA


Por: Antonio Sarmiento


En 1988 se publicó el libro: “Juan Mosto Domecq: El Poeta de la Canción”, antología que recopila gran parte de los poemas musicalizados del querido y famoso cantautor, quien impuso su acento inconfundible en importantes festivales de la canción. Ya desde sus páginas y del mismo rótulo hay estampada una verdad ineludible, una característica esencial que se desprende de su estilo melódico y romántico. Y es que el autor de “Quiero que estés conmigo”, “Dolor de ausencia”, “Vamos a hacer el amor con amor” y de tantos otros temas inolvidables es un poeta en todo el sentido del término, que vuelca en cada frase, en cada motivo arrancado de una intensa y azarosa vida su compromiso con el amor, los ideales y la existencia. Este adensamiento verbal y emocional se visualiza, también, en la forma cómo el poeta pone su dulzura melancólica, aún en los momentos más exaltados y dolorosos. Tal vez esa atmósfera delicada y sensible provenga del recuerdo de su niñez llena de bullicios y alegría; pero también de muchas privaciones y necesidades. El asedio biográfico lo ha de seguir permanentemente.

         “Me quedo contigo”, libro de poemas que ahora prologamos, es un conjunto de 95 textos que hablan del cuerpo y del espíritu de la amada, así como de las distintas caras del amor que pueden algunas, incluso, surgir de experiencias desgarradoras; más nunca dejarán una mueca de amargura o escepticismo en el camino. Se redimen en el hálito fecundo de una palabra profunda de fe, de luz, porque Juan Mosto no es simplemente un poeta de corte amoroso, galante, fino, sino un poeta enamorado en “caliente” de la existencia; sabe tocarla en sus vísceras con sus triunfos y furias, sus vacíos y penalidades.

         De esta manera el poeta y el hombre estarán umbilicalmente unidos, y la poesía será una liberación en medio de la tormenta, fluyendo a partir de una realidad que acecha. Apostar por el espacio de la vida y de la palabra se constituirá, entonces, en una forma de rivalizar con el tiempo de la muerte, de la soledad y del vacío. En medio de la oscuridad habrá siempre un hombre solidario, que exulta y ama en comunión con los demás: Me quedo contigo/ porque me has hecho tan feliz/ en estos años,/ porque me hiciste olvidar/ mis desengaños./ Por tu manera de amar,/ porque te quiero,/ por devolverme la alegría/ de vivir/ me quedo contigo”.

En el siguiente trazo, el personaje de la mujer será también la propia poesía. Por allí se percibe el “arte poética” del vate: “Quiero que estés conmigo/ cuando llegue el silencio…/ Cuando me encuentre solo/ quiero que estés conmigo…/ Cuando no hayan aplausos, cuando no tenga amigos,/ cuando llegue el ocaso/ quiero que estés conmigo./ Compartiremos juntos/ lo mucho que nos queda,/ yo tengo para darte, cariño,/ una vida nueva”. Es la alusión a la creación poética –o a la misma poesía- vista como compañera inseparable, y que no se vanagloria ante la lisonja sino que mantiene una actitud digna, enhiesta, anónima, sin dependencias ni adornos lingüísticos. Ella existirá mientras alguien la lea.

Uno de los temas centrales en este libro se refiere a lo efímero y fugaz del tiempo, ante lo cual se yergue el rastro de lo permanente, la huella de lo que siempre ha de brillar en el recuerdo, que se actualiza en la eternidad del presente: “Te acordarás de mí/ cuando mires la playa/ y en el campo la hierba/ te regale su olor;/ en el verso dolido/ de un poeta amoroso/ y en el llanto de un niño/ encontrarás mi amor”.

Por encima de todo se exalta la vida a través de una palabra que se da entera, a grandes brazadas. Su “unanimismo” u optimismo vital se concentra en “donde exista el amor,/ donde nunca haya guerras./ Donde no aniden jamás/ los rencores,/ donde vivan las flores,/ donde quieran a Dios”. Y todo ello significa hacer del amor, de la ternura, una melodía como estilo, una dulce y canora manera de vivir amando para contrarrestar el dolor que subyuga y las injusticias que deshumanizan.

Nunca el poeta dejará de lado la estampación de una impresión intensa. Y junto a ella la idea del autodidactismo y de la sabiduría brotada de la calle. El contacto con ella, que es la vida, y con el amor que todo lo absorbe permite que lo estético se una con la enseñanza, que en sí es bondad y belleza. Por eso, otra de las cualidades de esta poesía es que la palabra –merced a la madurez vital adquirida- se da a manera de iluminadores aforismos o sentencias que enuncian, a partir de sucesos cotidianos, una verdad indiscutible o una revelación trascendental igual para todos: “La única esperanza/ es que mañana/ se acabe la tristeza”, “¡Marchemos todos juntos!”,  “Mira el mundo y verás/ lo que hicieron tus manos”, “Una pena más/ es una gota de agua/ en el océano para mí”, “Que no importa la edad/ ni el color de la piel,/ que se puede olvidar el dolor/ cuando llega sincero el amor”.

El autor quiere que su poesía sea una experiencia de humanización. Estética y sentido ético de la vida se dan la mano, en el descubrimiento del alma de las cosas, en la mirada sencilla y cotidiana, en el desprendimiento del ropaje artificioso del lenguaje. Con ello el querido maestro puebla sus poemas con héroes anónimos del pueblo. Escribirá a la barrendera, a los niños que suben a los micros a cantar, al albañil, al obrero, a la madre. Por esta ruta se abraza con ese otro bardo inmortal de la música: Felipe Pinglo Alva, a quien rendirá un hermoso homenaje: “¡Pintor de poemas!/ es tu pluma el pincel/ que impregnado de amor/ va cantando a la vida // es la llama encendida/ que siempre alumbrará/ la esquina de mi barrio,/ mi callejón querido/ y el canto aprendido/ de tu inspiración”. Lo que él dice de su amigo el poeta Juan Gonzalo Rose también podría aplicarse a su propia obra y a su vida: “¡Se llamaba Juan!/ Pescador de luces,/ cartero de pobres,/ soñaba en su canto/ un mundo mejor./ Juan de la bohemia,/ Juan de la poesía,/ Juan de la tristeza,/ Juan de la amistad”.

Poeta capaz de vivir absorto y ensimismado, Juan Mosto se maravilla ante la contemplación de la belleza tanto de la tierra como del cielo. Esa admiración, esa emoción, será con seguridad la que permite que las cosas se renueven permanentemente. Por eso la fina compositora Consuelo Saravia Chávarri al dedicarle unos versos usa la imagen de la noche estrellada para sugerir que el poeta es un creador absoluto, capaz de extraer de su cofre personal incalculables tesoros líricos:

“Poeta de la canción
le llama el Perú entero,
porque escribe con luceros
pentagramas en la luna;
porque tiene la fortuna
de coger miles de estrellas
y engarzar con todas ellas
trazos de luz en la bruma”.


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