sábado, 9 de septiembre de 2017

LOS VARIOS CAMINOS DE LA CONDICIÓN HUMANA EN “ESE CAMINO EXISTE”,  NOVELA DE LUIS FERNANDO CUETO

Por: Antonio Sarmiento

La guerra interna que asoló a nuestro país en los años ochenta ha sido abordada por un buen número de novelas que reflejan cada una, desde un punto de vista particular, toda la crueldad de esta lucha intestina entre los peruanos. En un primer momento, el foco de interés de dichas novelas se centró en la mirada del narrador quien juzgaba esa época oscura, con situaciones extremas que desbordaban sus páginas. Ello a la larga tuvo un impacto negativo pues se les puso un estigma, se las encuadró y se las catalogó como narrativa de la violencia. Es cierto que hubieron excesos al punto que el horror de esta guerra fratricida imponía su sello marketero, pero también se publicaron novelas de calidad, que tras la opresiva atmósfera de dolor y odio se superponían otros mensajes sugerentes que, incluso, cuestionaban el discurso hegemónico. Y es que a la luz de una postura reflexiva y más comprometida con el lenguaje narrativo, ahora se le da una mayor atención a la mirada del lector, a la multiplicidad de lecturas y a la polivalencia de símbolos incrustados en el texto, visualizándose mejor el efecto y la resonancia de los otros mensajes que aparecían velados en la narración.



En el caso de “Ese camino existe” (Premio Copé de Oro, 2011) de Luis Fernando Cueto, encontramos varias lecturas sin que ello signifique alejarnos del contexto de radical violencia que le sirve de base. Podría tratarse, además, de una novela que asume con coraje la reconciliación nacional, legado de los escritores fundacionales que llevaron al Perú en sus entrañas: desde Garcilaso, pasando por Vallejo, hasta Arguedas. También, su lectura nos invita a reflexionar sobre el atropello de los derechos humanos y la corrupción en todos sus niveles, así como la pobreza y la marginación de poblaciones, especialmente de las zonas andinas. La violencia de sendero y de las fuerzas armadas que colisionan en la novela de Cueto es la punta del iceberg de esa violencia generalizada y estructural, que tiene antecedentes desde la conquista. En realidad, el tema de la guerra interna bien puede significar un pretexto para que el autor se explaye sobre la desgarrada condición humana. Él, por supuesto, conoce al dedillo todos los vericuetos de los paisajes naturales y humanos en conflicto; vivió en carne propia el horror de la guerra, pero su relato alcanza vibración cuando capta, sobre todo,  el alma dolida de pueblos de Ayacucho y Huancavelica gracias a la tensión y eficacia de su lenguaje. Es decir, la emoción y la sensibilidad  van de la mano con la eficacia estética de la prosa. El libro que reseñamos nos impacta, nos conmueve porque las terribles escenas que describe se sostienen en su lenguaje literario. La ficción cumple muy bien su papel transformador, porque rebasa el testimonio de la realidad. Muy bien lo dice el maestro Oswaldo Reynoso en la contratapa del libro: “Ese camino existe es la palabra en su máxima expresión, nos envuelve, nos atrapa”.

Luis Fernando Cueto tiene gran predilección por las obras de José María Arguedas y Juan Ojeda, figuras emblemáticas presentes en el espíritu de la literatura chimbotana. Ambos representan dos líneas, dos marcas. El primero simboliza al Perú de todas las sangres, de hervores e identidades múltiples.  En su novela Cueto asume este legado polifónico e integrador a través de sus variopintos personajes, con desgarradas tipologías de conducta. “Ese camino existe” despliega, en su movimiento interno, una dinámica social, como motor de la historia, observable en esa colisión de dos fuerzas que se repelen y se confrontan, donde una población entera es arrancada de su espacio mítico y enrolada a la fuerza a una guerra absurda. En un segundo caso, Ojeda representa la modernidad estética, el  conocimiento de las técnicas literarias con las que Cueto ha ido construyendo pacientemente un estilo autónomo y erizado.

A seis años de haber sido elegida como ganadora del Premio Copé 2011 la novela del escritor chimbotano, ya en su tercera edición, trasluce en su interior su vivo mensaje de esperanza. No, no estamos aquí hablando de una novela de tesis para demostrar que ante el odio y los actos más sangrientos se eleva vivificante el fuego indestructible del amor y la justicia. Sin embargo, el autor no puede prescindir de sus experiencias vividas en el propio campo de batalla, de su visión del mundo, de su ardiente vigilia y de su imaginación. Entre mundos que se oponen, entre dos sistemas que se repelen, apuesta por el futuro y por los jóvenes. Leamos lo que dijo en su discurso cuando ganó el Copé: “Me propuse escribir un libro donde no estuviese solamente retratado mi puerto y sus personajes paralógicos, sino, sobre todo, donde estuviera reflejado el Perú y todas las caras que componen su nacionalidad variopinta. Quería decirles a los jóvenes de mi país, que en una nación –una comunidad proyectada hacia el futuro- no puede haber lugar para el desaliento. Que por más que delante de nuestros ojos desfilen las caravanas de la barbarie, de la destrucción y la muerte, de tras de ella siempre estará abierto el vasto camino de la esperanza”.

La novela inicia con un epígrafe del poeta Alejandro Romualdo: “Si a mis palabras se las lleva el viento/ aquí dejo esta piedra/ firmemente,/ pongo a prueba del tiempo una esperanza/ más fuerte que el dolor y que la muerte”. Este epígrafe es consecuente con el título de la novela, especialmente con su mensaje esperanzador. El libro, además, contiene varias referencias bíblicas como parte de esa rica ambigüedad con que se comunica. Por ejemplo, en su momento más erizado, al borde de la locura, Cubo, el personaje con que el autor encarna, dice estas palabras: “¿No te dije? Estaba escrito que al tercer día resucitarán, ya no te preocupes por tanto muerto, morirán y resucitarán, es fácil ¿no?, todos deben irse cantando alabanzas al señor, los muchachos que están sentados en la grama morirán y al tercer día resucitarán, el chiquillo del ojo morado morirá y regresará con ojos nuevos, más claros, más agudos, ojos para ver muertos, como perro lagañoso”.

La novela ingresa a un sistema de claroscuros. Cuando parece que la vida se extingue irremediablemente, empiezan a parpadear pequeñas luces donde columbra un nuevo renacer. Si el relato ensombrece con la descripción de macabros procedimientos de tortura, con la masacre de los hombres notables y las mujeres del pueblo de Chongui, con las guaguas asesinadas y el desenlace fatídico de mujeres que dejarían huella en el alma de Cubo, como Úrsula y Perpetua Cori, y Margarita Vilca y Nativa para el caso de Américo Parihuana, surgen inesperadamente actos de solidaridad como Ordenanza que se sensibiliza con el joven que iba a ser llevado a la sala de tortura: “Ordenanza se sorprendió, bajó la mirada y se encontró con los ojos entreabiertos del universitario. En ese momento se convenció de que, contra todos los procedimientos de muerte, contra todos los agentes de locura, la vida tenía que resistir, hacerse fuerte y terminar imponiéndose. Supo entonces, que Faustino Almendras no podía morir. Llorando de emoción, Ordenanza volvió a arrodillarse y comenzó a hablar en quechua con el detenido”.


“Ese camino existe” debe leerse desde los múltiples ángulos que ofrece una estructura narrativa sugerente y dinámica como su mejor opción.

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