UNA
ESTANCIA EN EL ABISMO, DE JUAN CARLOS LUCANO
Por:
Antonio Sarmiento
La
obra poética de Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) es un caso singular de fidelidad hacia un
estilo visceral y marginal, presente en sus poemarios Rosas negras (2005), La hora
secuestrada (2006) y El reino de las
desolaciones (2016), en donde la imagen oscura, de estirpe surreal nos
muestra la sangrante condición humana. Esta opción vital se radicaliza,
se profundiza en Una estancia en el
abismo (2020). Aquí la forma es más cruda y directa; el yo poético se
desrealiza y se empequeñece para mostrarnos sus vicios, sus taras, sus
ensueños. La funcionalidad de la propia palabra es puesta en tela de juicio, es
cuestionada. El poeta puede estar considerando que las estéticas postmodernas no nos han aproximado al hombre sino en la
medida de que solo han servido para mirarlo desde sus tantas máscaras y
maquillajes:
Porque si
quieres escribir de frente
Ya no es
suficiente ser sinceros con tu palabra
Sino desde tu
herrumbre
Y tu jaqueca
Y tu transpiración
Pero, además,
desde tu costra vieja. (p. 32)
Este
descenso del hombre a lo nimio, a lo más elemental, llegando incluso hasta las
hediondeces, hace posible que las cosas cobren vida, dialoguen de tú a tú con
el poeta, cuya palabra deja de tener el protagonismo y la trascendencia que
tiene en otras poéticas, para cederle paso al objeto, que incluso estará por
encima del sujeto, como cuando señala:
hoy la casa ha
amanecido con ganas de arañarme el corazón
Devorarme los
sueños
Pisotearme la
dignidad. (p.
39)
Otra
de las características es el uso de las cenestesias o las sensaciones que
percibimos en nuestro fuero interno. Aquí en el Perú las usó el vate arequipeño
César Atahualpa Rodríguez. Con este procedimiento Lucano permite que las
sensaciones se materialicen y discurran por las páginas del libro. Leamos:
Mi soledad ya no
es un estado de ánimo
Mi soledad es la
presencia/ la corporeidad. (p. 27)
En
otro momento dice:
He quedado
parido de desdicha
Y mi mano ha
podido coger el viento
Y se ha dado de
bruces sobre tu reproche
He sentido como
tu cólera me calcina la esperanza
Los días
La fuerzas. (p.40)
En
medio de este desorden de los sentidos, el poeta se introyecta en espacios íntimos,
de lo que ve, de lo que siente; pero a pesar de lo duro de la realidad
confrontada no deja de lado su idealidad y su ternura. Dirá:
Soy un niño que
juega con su silueta
Y construye hermosos
castillos con su carca. (p. 33)
La
poesía de Lucano se inserta en esa tradición instaurada magistralmente por Vallejo,
a partir de Trilce, con su palabra que desciende hasta los huesos y hasta las
funciones fisiológicas. ¿Qué mensaje quiere entregarnos en esta sucesión de
libros que nos coloca en una especie de agujero negro dentro de lo verbal, en
el centro mismo del ser? Según lo ha dicho el poeta la escritura de una Estancia en el abismo es anterior a este
periodo terrible de pandemia; no forma parte de ese conjunto de textos
determinados por la crisis sanitaria que nos golpea, pero ¡cuán vigentes los
versos desgarrados que nos ofrece! como si él hubiese estado vaticinando/
pronosticando desde su primer libro
hasta este último la cercanía de una temporada en los infiernos, una estancia
en estos abismos de empequeñecimiento moral y caídas profundas. La poesía para
el vate chimbotano es la negación de esa iniquidad.
Tiempos
oscuros y tempestuosos que azotan la condición humana. Lucano no es no puede
ser ajeno a las espantosas imágenes que se tornan frágiles y escurridizas en el
horizonte donde la fatiga, la soledad y el vacío existencial son ese precario
material que usa para tensionar y adelgazar su palabra, alrededor de lo transitorio,
de lo inservible, lo espurio; es decir, toda esa basura postmoderna que es
atacada en sus cimientos, desde la carca y la herrumbre de su escritura
nocturnal, cuya conciencia poética dialoga entre objetos derruidos y espacios
mínimos y sangrantes. Por eso los poemas apestan a humanidad, transpiran dolor,
orfandad, vida agónica pero nunca desesperanzada. Dirá, por eso: “Porque tú no tienes padre que te relate un
cuento por las noches/ Y yo no tengo la hija que me escuche una fábula por las
tardes/ Somos huérfanos desde que el gallo canta hasta que la rosa se /
marchita”. Y con esa “poquita vida” el autor interpela y cuestiona el nuevo
orden, donde el ser humano es testigo y víctima a la vez. He aquí un libro
inyectado de verdad poética, con una luz que insurge desde los abismos del ser
de la palabra y del hombre. Y es una luz que taladra la noche más oscura:
Una palabra venida desde la azotea de mi
humanidad
Me rescata desde
mi cabizbaja moral
Y me presenta la
fe de un nuevo día. (p.
39)