domingo, 2 de mayo de 2021

 



UNA ESTANCIA EN EL ABISMO, DE JUAN CARLOS LUCANO

Por: Antonio Sarmiento

 

La obra poética de Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) es un caso singular de fidelidad hacia un estilo visceral y marginal, presente en sus poemarios Rosas negras (2005), La hora secuestrada (2006) y El reino de las desolaciones (2016), en donde la imagen oscura, de estirpe surreal nos muestra la sangrante condición humana. Esta opción vital se radicaliza, se profundiza en Una estancia en el abismo (2020). Aquí la forma es más cruda y directa; el yo poético se desrealiza y se empequeñece para mostrarnos sus vicios, sus taras, sus ensueños. La funcionalidad de la propia palabra es puesta en tela de juicio, es cuestionada. El poeta puede estar considerando que las estéticas postmodernas  no nos han aproximado al hombre sino en la medida de que solo han servido para mirarlo desde sus tantas máscaras y maquillajes:

Porque si quieres escribir de frente

Ya no es suficiente ser sinceros con tu palabra

Sino desde tu herrumbre

Y tu jaqueca

Y tu transpiración

Pero, además, desde tu costra vieja. (p. 32)

Este descenso del hombre a lo nimio, a lo más elemental, llegando incluso hasta las hediondeces, hace posible que las cosas cobren vida, dialoguen de tú a tú con el poeta, cuya palabra deja de tener el protagonismo y la trascendencia que tiene en otras poéticas, para cederle paso al objeto, que incluso estará por encima del sujeto, como cuando señala:

hoy la casa ha amanecido con ganas de arañarme el corazón

Devorarme los sueños

Pisotearme la dignidad. (p. 39)

Otra de las características es el uso de las cenestesias o las sensaciones que percibimos en nuestro fuero interno. Aquí en el Perú las usó el vate arequipeño César Atahualpa Rodríguez. Con este procedimiento Lucano permite que las sensaciones se materialicen y discurran por las páginas del libro. Leamos:

Mi soledad ya no es un estado de ánimo

Mi soledad es la presencia/ la corporeidad. (p. 27)

 

En otro momento dice:

 

He quedado parido de desdicha

Y mi mano ha podido coger el viento

Y se ha dado de bruces sobre tu reproche

He sentido como tu cólera me calcina la esperanza

Los días

La fuerzas. (p.40)

En medio de este desorden de los sentidos, el poeta se introyecta en espacios íntimos, de lo que ve, de lo que siente; pero a pesar de lo duro de la realidad confrontada no deja de lado su idealidad y su ternura. Dirá:

Soy un niño que juega con su silueta

Y construye hermosos castillos con su carca. (p. 33)

La poesía de Lucano se inserta en esa tradición instaurada magistralmente por Vallejo, a partir de Trilce, con su palabra que desciende hasta los huesos y hasta las funciones fisiológicas. ¿Qué mensaje quiere entregarnos en esta sucesión de libros que nos coloca en una especie de agujero negro dentro de lo verbal, en el centro mismo del ser? Según lo ha dicho el poeta la escritura de una Estancia en el abismo es anterior a este periodo terrible de pandemia; no forma parte de ese conjunto de textos determinados por la crisis sanitaria que nos golpea, pero ¡cuán vigentes los versos desgarrados que nos ofrece! como si él hubiese estado vaticinando/ pronosticando  desde su primer libro hasta este último la cercanía de una temporada en los infiernos, una estancia en estos abismos de empequeñecimiento moral y caídas profundas. La poesía para el vate chimbotano es la negación de esa iniquidad.

Tiempos oscuros y tempestuosos que azotan la condición humana. Lucano no es no puede ser ajeno a las espantosas imágenes que se tornan frágiles y escurridizas en el horizonte donde la fatiga, la soledad y el vacío existencial son ese precario material que usa para tensionar y adelgazar su palabra, alrededor de lo transitorio, de lo inservible, lo espurio; es decir, toda esa basura postmoderna que es atacada en sus cimientos, desde la carca y la herrumbre de su escritura nocturnal, cuya conciencia poética dialoga entre objetos derruidos y espacios mínimos y sangrantes. Por eso los poemas apestan a humanidad, transpiran dolor, orfandad, vida agónica pero nunca desesperanzada. Dirá, por eso: “Porque tú no tienes padre que te relate un cuento por las noches/ Y yo no tengo la hija que me escuche una fábula por las tardes/ Somos huérfanos desde que el gallo canta hasta que la rosa se / marchita”. Y con esa “poquita vida” el autor interpela y cuestiona el nuevo orden, donde el ser humano es testigo y víctima a la vez. He aquí un libro inyectado de verdad poética, con una luz que insurge desde los abismos del ser de la palabra y del hombre. Y es una luz que taladra la noche más oscura:

 Una palabra venida desde la azotea de mi humanidad

Me rescata desde mi cabizbaja moral

Y me presenta la fe de un nuevo día. (p. 39)

 


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