sábado, 10 de diciembre de 2022

 



CREACIÓN INDIVIDUAL Y COLECTIVA, EN SINFONÍA SOLAR DE ROLAND FORGUES

 

por: Antonio Sarmiento

- I -

Algunas claves del pensamiento crítico y del vitalismo del autor


En un pequeño retrato de su geografía existencial, a manera de profesión de fe, Roland Forgues escribió:

 

Nací un día de octubre en los Pirineos, Francia.

Mas otro día descubrí el sol de los Andes

e hice mías la rebeldía y la ternura de estos pueblos.

 

Aquellas grandiosas cordilleras se unimisman, trazan una intersección en el espíritu del gran peruanista, mimetizado con los paisajes profundos que moldearon su destino. En el diálogo de esta sinfonía natural todos participan: los glaciales, las montañas, el lago, el sol. El título del libro -Sinfonía Solar- proviene de esta motivación telúrica, que mueve los resortes más íntimos del autor, en donde la imagen de totalidad es destacada principalmente por la acción de las partes involucradas entre sí.  

 

El epígrafe inicial del libro va en esta línea. Recoge unos versos de Théophile Gautier, el gran parnasiano que tuvo mucha influencia en los modernistas hispanoamericanos. Nació, como Forgues, al pie de los Pirineos, en Tarbes. Los versos aproximados a su traducción española, serían los siguientes:

Esfinge sepultada por el alud,

Guardiana de los glaciares estrellados

Y que, bajo su blanco pecho

Esconde gélidos secretos blancos.

 

Este fragmento forma parte del poema titulado: “Sinfonía en blanco mayor”. El gran Rubén Darío, luego, escribiría su “Sinfonía en gris mayor”. Dicho epígrafe anuncia la ruta a seguir, sentido y presencia de la forma literaria. Si bien el autor desbroza a cabalidad los ambientes y temas tocados por cada escritor, su interés central será la calidad, el pulso “poético” con el que expresan estos paisajes reales o espirituales.

 

Esta visión múltiple, sinfónica, recoge sin duda las inflexiones del drama nacional, sus caídas hondas -por citar un verso de Vallejo-, pero siempre buscando en medio de la oscuridad el afán permanente de reconstrucción, un sentido regenerativo, presente en la imagen rutilante del sol. Además, en el simbolismo del título y de la obra en sí, encontramos el sentido profético de un hombre vitalista, que hace de la rebeldía y la ternura su fortaleza, su esperanza y su incontestable actualidad. Rebeldía y ternura, como dialéctica y compromiso de vida, pero también como estética, como erótica, épica y lírica enlazados. En sus libros editados y en sus propios actos de vida, en sus constantes viajes, con sus grandes amistades, o cuando polemiza ardorosamente, el maestro de Tarbes nos impele a la acción, a dar forma el destino del país, a reconstruir los afectos, a soldar los pedazos irreconciliables.

 

Hay en sus libros un sentido de búsqueda del lenguaje hecho acción, Sus esfuerzos apuntan a la búsqueda de los orígenes como punto de inicio para encontrar los males endémicos de nuestros pueblos, como se puede rastrear, por ejemplo, en libros potentes como La voz de los orígenes (2016) o El libro de los manantiales (2006). Ahí el investigador aborda las estructuras literarias, sociales y económicas del continente, a través de sus principales escritores. Se introduce en el movimiento interior de la palabra para buscar, así, la esencia de lo estudiado, todo escrito con alto rigor epistemológico. Esta indagación ocurrió desde que llegara por primera vez al Perú en 1979, luego con su tesis doctoral José María Arguedas, del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico. Historia de una utopía (1983). En cada libro editado hasta la fecha, mantiene una unidad de pensamiento y coherencia de estilo. Como bien lo dice en la presentación: “Aunque sean muy personales y eclécticas, mis opciones de lectura y de relectura no han variado desde que me dediqué a investigar la realidad americana tomando especialmente el pulso de la vida y de la creación del Perú”. Como lo manifesté, hace algunos años, en la presentación de ¡Fabuloso Perú!, Roland Forgues ama al país, pero no está esperando que sea la octava maravilla del mundo, y que se muestre por la vitrina de un escaparate. Al erizarse y erguirse en medio de las dificultades, se agita el encanto de lo fabuloso, como oriflama de lo creativo, en una sociedad que se debate en medio de grandiosas contradicciones.

 

Hay que fijarnos también en el subtítulo que lleva el libro: “Estudios críticos sobre creación peruana”. Sí, sobre creación peruana. Subrayo esto porque lo que dice el autor se corresponde plenamente con su pensamiento; la palabra “crear” o “creación” tiene en él un significado central dentro de su obra, que apunta a la existencia en general. Se erige como bandera permanente, gracias al enunciado de Albert Camus “crear es también dar forma al destino”. Son veintiún escritores analizados que dan forma literaria a un país de dimensión trágica y esperanzadora, a la vez. La mayoría de ellos, provenientes de diversas regiones del país, forman parte de este libro o mosaico sinfónico en tres movimientos para acercarnos a nosotros mismos.

 

- II -

 Tomándole el pulso al Perú a través de sus escritores

 

La primera parte de la obra está formada con libros de narrativa. El autor comienza su análisis con La pasajera de Alonso Cueto, y Un cuy entre alemanes, de Walter Lingán. Con ellos inicia el rastreo de las implicancias psicológicas de dos momentos de nuestra historia reciente: el de la reconstrucción de personajes que sufrieron la violencia política y social en los 80, y la formación de nuevas identidades a través del proceso de migración a otros países.  En el primer libro, aparece la sangrante condición humana que vincula personajes inocentes con los de bajos instintos. Todos ellos en busca del proceso de redención “por encontrar la esperanza más allá de toda desesperanza” (p. 27). El segundo texto hurga en la problemática identitaria del migrante, a partir de un personaje en la línea de Kafka, que transita entre lo “real, simbólico y fantástico” (28). Ello da pie al autor para traer tópicos anteriores que se camuflan con la modernidad: Civilización/ barbarie, el Buen Salvaje, y la alienación en que cae al final el personaje-cuy, alegoría “de una América subdesarrollada, pero que se resiste a morir y se aferra a las raíces” (p. 32).

 

El trabajo sobre Pedro Novoa es de una gran comprensión de los mecanismos literarios que activan la novela Sinfonía de la destrucción, pero fundamentalmente se destaca por esa ligazón profunda que hay con el alma del narrador. Lo dice el propio crítico: “esta obra de ficción desencadenó en mí esa misteriosa empatía que nace de una relación de complicidad entre el autor, el crítico y el lector” (p. 34). Obviamente, esta empatía se da en forma inobjetable, atendiendo la calidad de la obra. Considero que la novela de Novoa ejemplifica muy bien esas claves en las que también se reconoce el estudioso, porque forman parte de su ideario de lo que es literatura en la vida: el tema de la destrucción como símbolo para alcanzar la redención, a través de esa sinfonía solar que propone; en ambos autores dicha imagen de lo sinfónico se deconstruye en sus partes constitutivas. También aparece el desarrollo de la utopía individual hacia lo colectivo, la funcionalidad de la literatura que da cuenta de esa realidad mejor que la propia realidad, presencia activa del sexo y el humor.

 

El análisis de las novelas de Leydy Loayza y Karina Pacheco nos da cuenta de la calidad de las narradoras peruanas, manifiesta a todas luces con la entrega del premio Nacional de Literatura 2022 a El año del viento de Karina Pacheco. En las dos novelas de Leydy Loayza: Cuerpo de agua y Después los muertos, Roland Forgues establece dos líneas por donde se encauza la escritura, una de índole realista (expresada en la situación política, social, económica), y la otra más individual (que detalla las relaciones de sus personajes). Los ausculta en la intimidad cuando dan rienda suelta a sus impulsos sexuales a lo que agrega las relaciones simbólicamente incestuosas, la tenaz y silenciosa lucha contra el orden patriarcal, pero en esta instancia el autor encuentra algunos condicionamientos que no permiten expresarse a los personajes femeninos en plena libertad. Señala desajustes sin restar méritos a las novelas.

 

El año del viento de Karina Pacheco le da pie al autor para recordar su inicial época de mochilero en el país. Lo hace porque se siente identificado con la novela, que se hilvana en los años de la violencia política y social de los ochenta. La memoria juega un rol protagónico a través del excelente manejo del tiempo cronológico del pasado/presente, convertido en “el No-tiempo” de la ficción, que el autor conecta con ese tiempo circular del antiguo Pachacutic de los incas. Pone énfasis en el compromiso feminista de la autora. Le interesa acentuar esa búsqueda individual del personaje Bárbara con el destino colectivo: “Un país que no sabía vivir sin recibir órdenes. Un país que después de casi dos siglos de independencia estaba muy lejos de conocerse a sí mismo” (p. 95).

 

El libro de Jorge Espinoza Sánchez, Las cárceles del emperador, retrata un periodo terrible que empieza con el autogolpe del gobierno fujimorista, cuyos personajes -entre ellos el autor- acusados de terrorismo, viven el infierno de la cárcel como alegoría de una sociedad en debacle moral. Junto con la revisión de la estructura y el tiempo de la escritura, el crítico pone la cuestión del estilo en primer lugar porque “Independientemente de la realidad de los hechos, de su verdad o de su mentira, lo que da al libro su carácter de obra literaria es fundamentalmente el estilo poético” (84). Recordemos que Jorge Espinoza es un vate de relevancia de la generación del setenta.

 

La segunda parte del libro está compuesta por la poesía, la fotografía y la música. Estas dos últimas artes hacen expandir el concepto de integración artística presente en el ideario de Forgues. Los libros de Mario Caldas Apuntes sobre fotografía, y Toda ópera es un enigma de Maritza Núñez se incrustan en este recorrido oscuro del vendaval humano para asegurarnos “un mundo más asequible y habitable”. Cumplen una función liberadora mostrando un abanico de posibilidades creativas para que el individuo pueda desarrollarse con mayor identidad y con sentido autocrítico.

 

En el campo poético se destaca Los siete universos del Jardín de Magdalena, de Manuel Pantigoso. Trae una visión auroral de la palabra, que florece en los diversos jardines del mito poético, y en el jardín interior del vate, sinónimo del tiempo de la infancia. De manera rotunda, Forgues expresa que “en este libro de poesías, Pantigoso da forma a la sagrada utopía con que sueña o ha soñado un día todo creador: realizar la obra total” (p. 121). Ese jardín eterno, probablemente, sea sinónimo de felicidad, de implantación de la justicia o la liberación humana. En sus diversas aristas la obra de Pantigoso tiene un espíritu integrador, como el de Forgues. Su vínculo con una poética integral, no en la línea horazeriana, sino a partir de la integración de los sentidos, ha de permitir ahondar su lenguaje en los misterios insondables de la naturaleza.

 

También el autor nos sitúa en otras orillas de poéticas más cerca de lo íntimo y de lo cotidiano, para referirse a Eugenia Quiroz Castañeda e Iván Rodríguez Chávez, con sus poemarios: Te sueño cada día, botella al mar para Elio Edilter, y Jardín de cosas y de circunstancias, respectivamente. Confesiones en voz alta, el primero. Al crítico le seduce porque su contenido lirismo no cae en los “arrebatos sentimentales” del género amoroso. En el segundo poemario, encuentra razonable correspondencia con el de Manuel Pantigoso; mientras este se airea en lo trascendente, aquel se deleita en lo cotidiano. Encuentra el nombre de Yolanda Westphalen como antecedente del libro de Iván Rodríguez, de esa celebración del ser de las cosas. Yo agregaría el nombre de Francis Ponge, autor francés de El nombre de las cosas. Con perspicacia crítica anota que los varios poemas, evocadores del colegio, del hogar, de la vida, estarían reconstruyendo la biografía del poeta, cuyo sentido ético y estético es aleccionador. Aparecen valores de amistad, de solidaridad. La madurez recae en la sencillez, en la descripción esencial que deja enseñanzas.

 

Puno, tierra metafísica, es uno de los bastiones de gran poesía. Aparecen dos representantes de primerísima línea: Gloria Mendoza Borda y José Luis Ayala. El crítico se siente a sus anchas al auscultar el paisaje lustral que aparece en los versos de Gloria Mendoza, “elaborados -nos dice- como cuadros de grandes maestros” (p. 143). La poeta reivindica tópicos ancestrales muy presentes, desde los vates del grupo Orkopata: retorno a los orígenes, sincretismo, unidad entre naturaleza y ser, humanismo. Aparece el crítico-poeta o poeta-crítico entusiasmado por esta poesía, a la cual le asigna un lugar relevante dentro de la tradición peruana: “mecida por la dulce melodía de zampoñas y sicuris la sagrada balsa de la poesía de Gloria Mendoza continua de luna en luna en el espejo azul del lago su interminable travesía hacia la raíz del día” (p. 154).

 

Oficio de vidente es la antología de José Luis Ayala. El título expresa ya una poética. A los elementos telúricos señalados para Gloria Mendoza –como parte de esa cosmovisión del altiplano-, se destaca en Ayala su vena vanguardista en contacto con los ismos europeos, en permanente despegue hacia la visión cósmica. Todo ello, en identificación plena con su arraigo nativo, con pueblos sojuzgados, como el aimara, el quechua y el mochica. Forgues le sigue la pista a ese ritmo musical que fluye en los versos del vate, quien siempre está a la búsqueda de “renovadas formas de expresión” (p. 172),

 

En la línea de Oficio de vidente, La divina Hoguera de Bernardo Rafael Álvarez es una selección de poemas, en donde el crítico toma en cuenta varios tópicos: expresión y lenguaje, amor, sexo, utopía. Destaca en el libro su contenido profundamente humano y libertario. Advierte acentos vallejianos y la presencia de Hora Zero en esa visión cardíaca de la ciudad. Culmina con la siguiente conclusión: “no vacilaré en afirmar que lejos de ser “descarnada y agresiva” la poesía de La divina Hoguera es pura carne, pura paz interior y exterior. Porque entre la violencia y la inteligencia Bernardo Rafael Álvarez ha sabido escoger la inteligencia” (p. 168).

 

La presencia de Hildebrando Pérez se remarca a través del excelente poema que dedica al gran cantante Daniel Santos: “Lamento borincano”. No solo es la delectación musical, trae entripado un lamento de protesta y esperanza, testimonio que aparece con fuerza en “Aguardiente y otros cantares”, el único poemario hasta la fecha del autor. El crítico tiene un término preciso para caracterizarlo “poemas que muerden”, porque “entran en la categoría de los poemas comprometidos y combativos que violentan con ternura” (p. 191). Conciencia crítica de la palabra cargada de armonía. Ética y estética imantados recíprocamente.

 

Es notable la evocación de elementos de la naturaleza, observable en la obra de cada narrador y poeta incluido. Éter/ Etersí, de Beethoven Medina, es la expresión fiel de esta integración: naturaleza-ser humano. El vate ha construido un libro sólido en su estructura. Su hermetismo es una invitación a incluir al lector en el proceso de creación. El crítico encuentra hasta tres lecturas: filosófica-metafísica, científica-esotérica, realista-utópica. Como bien lo dice, la búsqueda poética de la piedra filosofal, vendría a ser la búsqueda de la armonía poética y humana.

 

La tercera parte del libro está formada por ensayos y conferencias, dedicados a escritores-signo de nuestra literatura. Dentro del libro funcionan como verdaderas columnas en donde se cimenta la peruanidad. En el caso de Sebastián Salazar Bondy se destaca su lucidez para proponer nuevas interpretaciones sobre la creación y el objeto verbal, tal el caso de la mentira estética, idea planteada en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos, en Arequipa (1965); y posiblemente haya servido como idea fuerza a nuestro novel Vargas Llosa, para escribir su ensayo La verdad de las mentiras. En el caso de José María Arguedas, el estudioso reflexiona sobre su “teoría del mestizaje integral”: “utopía fundamentada -nos aclara- en un imaginario proceso de doble transculturización de lo indígena a lo occidental y de lo occidental a lo indígena” (p. 221). Y pone luz cenital en el reto arguediano de pensar la peruanidad como legado para las nuevas generaciones.

 

Sobre Gamaliel Churata nos plantea la problemática de la lengua y el toque vanguardista con estela surrealista o “realismo psíquico”, presente en ese libro sinfónico de la literatura americana, como es El Pez de Oro. A su querido amigo Gregorio Martínez lo sigue leyendo entre líneas. Quien lea su libro de crítica literaria Pájaro pinto. El testamento literario de Gregorio Martínez y los caminos de la libertad, podrá entender el valor de la oralidad, la palabra popular presente en dicha novela que consta de una trilogía, y a personajes héroes como Cutipa en su universal Coyungo. De esta conferencia extraemos algo aleccionador, sobre la amistad sincera entre el escritor y el crítico, basado en el valor literario de la obra por encima de cualquier visión subjetiva o sentimental.  Dice Forgues: “Me reafirmo en aquello que siempre he sostenido: la crítica literaria es ante todo asunto de honestidad intelectual y de respeto mutuo, como fue el caso entre Gregorio Martínez y yo” (p. 265). El último de los estudiados es Ricardo Palma. Simbólicamente, colocar al tradicionista en el cierre del libro implica su renacimiento, que es justamente esa redención del país, luego de atravesar diferentes periodos de crisis. Él viene del pasado como una promesa hacia el futuro. En él se recoge la voz de las generaciones anteriores que nos trae un mensaje de unidad.

 

- III -

 Últimas calas

 

Desde un inicio, estos estudios críticos de Roland Forgues presentan una estructura circular que engloba todos los dramas de la vida peruana. De ahí esas líneas envolventes en la pintura de la carátula que pertenece al pintor Ultraórbico Manuel Domingo Pantigoso. El autor del libro da primacía al proceso de interiorización de la realidad nacional, analizando a cada escritor, estudiando el país palmo a palmo, desde ángulos y perspectivas particulares, dándole una estructura poliédrica, como lo hizo el gran amauta Mariátegui, en los años de vanguardia, con su libro La Escena Contemporánea. Ahí decía:

 

Pienso que no es posible aprehender en una teoría el entero panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre todo, fijar en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio por episodio, faceta por faceta. (…) el mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco cinematográfico.

 

Roland Forgues tiene un término para fijar los alcances de toda crítica artística y literaria: “Divagaciones”, término acuñado, “aun cuando se trate de la valoración más perspicaz, más seria, más iluminadora del mundo” (p. 15). Estas divagaciones, hermanadas con aquella Equivocaciones de nuestro gran historiador Jorge Basadre, libro de 1928, pintan de cuerpo entero no solo al gran estudioso, también al creador. En realidad, hay en el autor de Sinfonía Solar, como lo había en Basadre, un fondo poético que sostiene su pensamiento. Además de historiador, el gran tacneño era un excelente crítico literario. En Forgues junto al gran ensayista y pensador, aparece el creador nato, el narrador de fuste, incluso cuando escribe un libro de estudios críticos. Ello “responde –lo dice el autor- a un reclamo interior no muy alejado de aquel que motivó la creación de los textos abordados” (p. 15).

 

Él responde a su naturaleza integradora de géneros, no puede amputar esa realidad. En tal sentido, en el libro confluyen: ensayo, narrativa, poesía, música, fotografía, los cuales dan al estudio crítico varias dimensiones y perspectivas, que deviene precisamente de ese estilo híbrido y amulatado que se emparenta con la realidad peruana. Al terminar de leer el trabajo, no sabemos si lo que nos arrastra es esa forma de auscultar las obras hasta sus esencias, o la fuerza de un pensamiento original que nos impulsa a encontrar nuestro destino en los hondones del país. Finalmente, busca en la trama de lo real, pero también en la subconsciencia, en mecanismos psíquicos, la punta de la madeja con la que cada escritor desenvuelve, aún sin proponérselo, algo o mucho de la realidad del país. A través de ellos, Roland Forgues rastrea las claves de su mito interior y de su propia escritura.

 

 




viernes, 12 de agosto de 2022

 



RUBÉN BLADES, DIECISÉIS CANCIONES 

Y UNA PROFECÍA DE AMÉRICA

 

Por: Antonio Sarmiento

 

 

El año 2015, Mario Aragón (Callao, 1975) publicó Salsa y sabor en cada esquina: mi visión de Héctor Lavoe en el Perú, un libro con rigor documental sobre los aspectos más humanos y sublimes de la vida y la obra del Jibarito de Oro. En ese libro se relata el idilio que tuvo Lavoe con el Callao, y viceversa, el Callao con Lavoe. Mario Aragón tiene, además, el libro inédito El Cano Estremera: soneando desde la sombra y el mito, el cual bucea en la punzante vida de ese gran sonero puertorriqueño de fraseo inigualable, muy conocido y querido también en el Perú, fallecido hace dos años.

Buscando América, el discurso musical en la narrativa de Rubén Blades (Editorial Mesa Redonda) examina con pertinencia los diferentes pisos y niveles de la escritura de dieciséis canciones representativas dentro de la selecta discografía de Rubén Blades. Cada uno de estos temas está cruzado de vivencias, escenas reales, puntos de vista y reflexiones, con un mensaje de unidad, para que nuestros países encuentren su camino y su desarrollo.

         Cuando Mario Aragón analiza cada uno de los temas lo hace con la convicción de que su valor lírico está en el temple, en el nervio, en el espíritu de su mensaje, pleno de sustancia popular de donde surgen y provienen. Las letras de estas canciones que el autor analiza —más allá de su eficacia musical— siguen vigentes porque sustentan la verdad y la tragedia de la época. En muchos pasajes de estas canciones encontramos el reverbero de lo poético, que se ilumina, de repente, en una frase, en la imagen de una calle, o una esquina, donde transcurre la vida cotidiana de gente sencilla que lucha por sobrevivir, y no dejarse engañar por los que gobiernan este mundo.

Aquí aparece, por ejemplo, “Pablo Pueblo”, personaje emblemático, que es uno y a la vez todos los hombres. Muy bien dice el autor cuando apunta que el maestro Blades: “No se queda en la expresión individual del yo o del otro, sino que avanza y asume un presupuesto más ecuménico a través del nosotros. Ya no es solo el dolor de un hombre, en anarquía o desligado de los demás, sino el de un hombre que representa a todos los hombres, a un pueblo, a una cultura". Pablo Pueblo llega a su hogar luego del desencanto y la decepción provocados por las eternas promesas incumplidas de los políticos:

“Entra al cuarto y se queda mirando

a su mujer y a los niños

y se pregunta hasta cuándo

Toma sus sueños raídos

los parcha con esperanzas

Hace del hambre una almohada

y se acuesta triste de alma.

Si bien es cierto que la poesía, o lo poético, se rige por sus propias leyes, por sus propios mecanismos internos que se miden por la intensificación expresiva de la palabra, por su carga de sugerencia y poder evocador, en el caso de los temas analizados, las historias que se suscitan aparecen despojadas de todo ornamento retórico. Sus principales cualidades son la sencillez y la verdad con que están dichas.

 Estas canciones, tienen asidero literario en tanto su mensaje se enriquece con el uso de metáforas y símbolos, capaces de retratar los dramas y avatares de todo el pueblo, su construcción, su lucha heroica, y nos ofrecen una interpretación raigal de la América polifónica y contradictoria. Gracias a estas estrategias literarias el gran salsero sigue la línea de esos creadores que han escarbado en la realidad de nuestros pueblos, hundiéndose en sus mitos y alegorías, con obras que representan una ruptura, un choque frontal con el relato histórico y canónico impuesto, y a la vez, oponiendo resistencia al sistema de colonización social y psicológica, tal como lo apreciamos en temas muy conocidos, como “Tiburón”:

Ruge la mar embravecida

Rompe la ola desde el horizonte

Brilla el verde azul del gran caribe

Con la majestad que el sol inspira

El peje guerrero va pasando

Recorriendo el reino que domina

Pobre del que caiga prisionero

Hoy no habrá perdón para su vida

 

Es el tiburón que va buscando

Es el tiburón que nunca duerme

Es el tiburón que va asechando

Es el tiburón de mala suerte.

El autor del libro, encuentra puntos de contacto –y también diferencias-  entre la nueva canción latinoamericana y el género salsero, pleno de mensaje, que popularizó Blades, en lo concerniente a la búsqueda de una identidad personal como ciudadanos, y la toma de conciencia frente a las múltiples encrucijadas que viven nuestros países. Junto a la nueva trova, habría que tomar en cuenta, también, al boom de la Nueva Narrativa Latinoamericana, cuyos autores a partir de los años 60, escudriñaron los grandes imaginarios sociales, políticos y culturales del continente, entrecruzando sus escrituras que van desde la línea neorrealista al realismo mágico, las cuales, a nuestro parecer, se imbrican con el relato del salsero, cuya voluntad comunicativa –como señala Aragón- no es exclusivamente intelectual, sino también emocional y afectiva.

Aquí podríamos citar, por ejemplo, “Agua de luna”, el álbum que Blades compuso con cuentos de Gabriel García Márquez, sin dejar de lado, además, sus muchas lecturas de la literatura mundial, como se puede advertir, en el famoso “Pedro Navaja”, que contiene a plenitud los gustos literarios del cantante panameño, quien, con este tema, rinde homenaje a la “La balada de Mackie el Navaja”, del dramaturgo y poeta alemán Bertol Brecht, quien incorpora esta canción de 1928 a su conocida obra teatral: “La ópera de tres centavos”. En la propia letra de “Pedro Navaja” se hace alusión al autor de “La metamorfosis”, el novelista checo Franz Kafka. El retrato, la pintura del hampón es altamente sugestiva, trabajada con "uso alternado de las rimas consonantes con las asonantes", como bien advierte Aragón:

Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar

Con el tumbao que tienen los guapos al caminar

Las manos siempre en los bolsillos de su gabán

Pa' que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal.

 

Usa un sombrero de ala ancha, de medio lao

Y zapatillas, por si hay problemas salir, volao

Lentes oscuros pa' que no sepan que está mirando

Y un diente de oro, que cuando ríe se ve brillando.

En otra parte del libro, Aragón desautoriza con vehemencia a quienes tildan a Rubén Blades como representante de la salsa intelectual, término oscuro y confusionista que pretende rebajar su mensaje, como si sus temas hubiesen sido compuestos solo “para una élite o una casta exquisita de melómanos”. Merced al contrapunteo de relatos, de historias sobre la tragedia y la esperanza del gran pueblo latinoamericano, en esencia, el discurso del cantante es más épico que lírico. De ahí el alcance multitudinario de su mensaje. No se reduce a una pequeña cofradía, más bien se abre hacia la vida. Aquí hay un equívoco, lo intelectual no es sinónimo de ese academicismo frío y doctoral, de alguien encerrado en su gabinete. No. Es la cualidad de discernimiento, de entendimiento, de lo epistemológico.

Hay que indicar que lo cognitivo, el conocimiento en el arte es fundamental para la creación de obras perdurables, pues como bien apunta el autor: “Lo cognitivo en la música o en el poema no resta la emoción. Al contrario, lo desencadena”.  Por ejemplo, César Vallejo, es uno de los grandes poetas del dolor humano, pero ello no le impidió iniciar una aventura del conocimiento en “Trilce”, el poemario más innovador de la vanguardia latinoamericana. Este conocimiento ha permitido que el maestro Blades inserte en su canto la riqueza de nuestras tradiciones, juntándolo con elementos de vanguardia. Por eso, muchas veces, lo vemos innovando y arriesgando con nuevos compases y diferentes ritmos, dándole a su estilo un movimiento más audaz.

No peca el autor del libro cuando dice que “no cometemos una ligereza si sostenemos que la condición primera del ilustre cantautor panameño es su existir en poesía”. Así es, con esa poesía que sale del pueblo, con esas metáforas que encarnan nuestra diaria existencia, y se cantan en todas las esquinas sabrosas del Perú.

Escrito a modo de un ideario y una profesión de fe, este libro de Mario Aragón nos atañe porque recoge el sentir de un cantante, de un bardo, de un cronista de nuestro tiempo, en cuyo canto resuena las intensas sonoridades de la América mestiza, territorios cargados de ensueño y realidad, de encuentros y desencuentros. Un canto que anuncia una profecía y una esperanza.

domingo, 15 de mayo de 2022


 

ALGUNAS CALAS SOBRE LA LITERATURA DEL CALLAO

 

Por: Antonio Sarmiento

 

La literatura chalaca se enmarca en el vasto panorama de la literatura nacional; sin embargo, tiene marcas específicas que la diferencian de la literatura de otras regiones del país. Inclusive, se distingue de otras zonas costeñas y portuarias. Estas características distintivas hacen de ella un territorio creativo relacionado con las vicisitudes por las que ha atravesado el Callao en su historia, con las peculiaridades demográficas, económicas y culturales de la región. Mostrar estas líneas y tendencias es de suma importancia para establecer la personalidad literaria, que pueda significar el real aporte de los creadores chalacos a las letras peruanas.

 

Tendencias de la literatura chalaca:

 

1.- Un sentimiento de arraigo: orgullo y afirmación en la identidad

 Los afluentes creativos de los escritores del Callao desembocan en una robustecida tradición, con un fuerte color local. Por lo general, el escritor chalaco es muy apegado a los géneros donde pueda exponer su sentimiento de arraigo. Esta cualidad se aprecia aun cuando los autores pertenecen a diferentes etapas o generaciones.  En sus obras cada uno de ellos nos ofrece una imagen propia del ambiente del Primer Puerto, que se extiende a las zonas de sus siete distritos.

 

Poesía

En el campo lírico, el antecedente más lejano de esta mirada localista se inicia con los integrantes de las “Generaciones heroicas”[1]: Federico Flores Galindo (1846-1905), Rosendo Melo (1847-1919), Carlos Emilio Siles (1865-1888), Remigio Silva Fernández (1876-1962), Alberto Salomón Osorio (1877-1919). Situados entre dos fechas claves: el Combate del Callao del 2 de Mayo de 1866 y la Guerra del Pacífico, estos escritores transitan alrededor del verso cívico y patriótico, con tono épico-dramático, como se aprecia en la ofrenda lírica de Carlos Emilio Siles en homenaje por el triunfo alcanzado contra la escuadra española:

“Tú el pueblo que más tarde/ cuando la patria despertado había/ de su profundo sueño,/ demostró de la lucha en el empeño/ ser rival de los hijos de Pelayo/ y encendió con el fuego de la gloria,/ para alumbrar los fastos de su historia,/ -faro de eterna luz- El Dos de Mayo”.

 En las décadas 20 y 30 del siglo XX destacarán: Carlos Contreras Espichán (1901-1953), Carlos Fernández Prada (1909-1932), Carlos Concha Boy (1910-1929) y Cosme D´Arrigo (1896-1961). Ellos se mantendrán al margen de la metáfora vanguardista y estarán más cercanos por el apego al terruño, a un postmodernismo que prioriza la ciudad, como se aprecia en los sonetos chalaquistas de Contreras Espichán, autor de Ciudad lírica (1940).  La poesía del también músico Alfonso de Silva (1903-1937) seguirá una ruta distinta -que contiene la impronta de su vida dolida y aventurera- donde aparecen la representación del tiempo, el espacio, el infinito, el recuerdo, la tristeza, la pérdida o ausencia, el cansancio, todo cubierto por una especie de neblina o de mortecino resplandor que se corresponde con su gran y sincera emotividad.

 La generación de los años 40 y 50 presenta un elenco de autores con tendencias variadas: una nota lírica de apego a la patria, a la naturaleza, en la poesía de Arrigo Sissa Piaggio (1914); tradición y dosis de humor, en Juan Malborg Ratto (1915); una tendencia hacia lo social en Carlo Magno Lombardi Loredo (1919) y en Juan Aguilar Derpich (1921-2005); una palabra que roza los conflictos interiores, en Nello Marco Sánchez Dextre (1926-2020), y en Adolfo Chipoco Malborg (1929-2014) se aprecia un apego al verso clásico español. En estos años aparece un poeta culto y refinado, gran conocedor de la modernidad literaria: Raúl Deustua (1921-2004) que dejó una obra con imágenes oníricas, como arrancadas del silencio y el sueño, en Arquitectura del poema (1955).

 La generación del sesenta es una de las más ricas de la lírica chalaca, con la presencia de la agrupación poética Línea Héter, cuyos fundadores Juan Gómez Rojas (1934-2013) y César Gallardo y Guido (1939-2004), realizaron una indagación introspectiva del Callao, a partir de una palabra íntima y emotiva. Además esta generación significó la consolidación de la imagen contemporánea, subjetiva (marcadamente compleja y simbolista) sobre la imagen tradicional, objetiva (marcadamente romántica, modernista). Un soneto, por ejemplo, de Carlos Contreras Espichán lo mismo que un poema de respiración humana y entrecortada, de César Gallardo y Guido afirma la identidad del porteño, pero lo cierto es que varios de estos líridas de los años 60 construyen poéticas de gran nivel formal, que van a la par con otras poéticas de autores representativos a nivel nacional. También participaron en Línea Héter, -aunque por edad forman parte de otras generaciones-: Aída Tam Fox (1934), Carlos Orellano Miranda (1936), Fernando Sánchez Olivencia (1946-2014), Carlos Alegre Ramos (1947-2015), Miguel Cabrera (1945) y Mario Aragón Urquiza (1975), cada uno con estilo y maduración diferentes. Un vate chalaco del sesenta: Guillermo Chirinos Cúneo (1946-1999) con el libro: El idiota del apocalipsis (1967), se convierte en referente de las nuevas promociones por su poética que conjuga psicodelia y barroquismo. También destacamos la palabra esencial de Benito Gutti y Catalán (1936).

 En las siguientes décadas 70, 80, 90 y 2000 los vates chalacos continuarán este fervor creativo siguiendo varias vías o tendencias: una poesía coloquial, a tono con la vida azarosa  en la ciudad, o con la postura crítica y social: Ricardo Pérez Torres Llosa (1942), Ricardo Vacca Rodríguez, Francisco Ponce Sánchez (1942), Humberto Pinedo (1947-2017), Carlos Orellana (1950), Sandro Chiri (1958), Jimmy Calla Colana (1959), Gerardo Fernández (1967); la vocación intimista, amorosa, de cantar paisajes interiores o a la propia naturaleza: Julia Alicia Mendoza Silva (1934), Aurelio Alberti Berenguel (1934-2015), José Guillermo Vargas (1938), Danilo Sánchez Lihón (1943), Sarah Ampuero de Mendizábal (1946), Eduardo Arroyo (1948), Rita Mongrut Villalobos (1950-1989), Alejandro Medina Bustinza (1954), Martha Morán Salazar, José Luis Ramos Flores (1968), Robert Moreno (1977), Juan Andrés Gómez (1982); la palabra como artefacto poético o de la llamada poeticidad: Mario Montalbetti (1953), Jorge Eslava (1953), Antonio Sarmiento (1966), Santiago Risso Bendezú (1967), Rubén Silva Pretel (1970), Gabriel Espinoza Suárez (1971), Rubén Quiroz Ávila (1975), Cristhian Gonzales Rosillo (1991); la tendencia popular con sentimiento afrodescendiente: Máximo Torres Moreno (1949) y Maritza Joya Muñante (1959); el romance y estampas del Callao: Eugenio Hernández Carreño (1931), Pedro Rivarola Urdanivia (1935-2005), Óscar Aguirre Mendiz (1935), César Iturregui Salazar (1941); la décima a través de Segundo Robles Escalante (1954); y una vertiente que apunta a la literatura infantil y juvenil, acompañada de otras temáticas, en Carlos Alegre Ramos, Roberto Rosario Vidal (1948) y Mario Aragón Urquiza.

 

Novela y relato

En el género novelístico y el relato corto -aunque hay un menor número de obras publicadas con relación a la poesía- hay trabajos de gran calidad y recordación, como Sanatorio de Carlos Parra del Riego (1896-1939) –hermano de Juan Parra del Riego-, en donde se relata el drama de pacientes con tuberculosis, cuyo personaje central gira en torno de una atmósfera dolida y a la vez tierna. Otra novela importante es Panoramas hacia el alba de José Ferrando (1911-1947), finalista en el concurso latinoamericano de novela que organizó la editorial norteamericana Farrar & Rinehart Inc., de Nueva York, en 1940. Ambientada en parte en el Callao, destaca por ser una de los primeros brotes del realismo urbano de la novela peruana. Junto con la crítica social que formula aparece ese sentimiento de arraigo por la patria chica:

“En el viejo Callao encrucijado, de callecitas de juguete, a través de algunas de las cuales los balcones parece que fueran a besarse; donde a cada trecho un bar cosmopolita destila avinagrado tufo y vomita sesgados pasos ebrios; donde se escuchan claxons estrangulados entre la alta noche ionizada de silencio, desgarrado a retazos por hipos de canciones de alegría triste y pianolas sonámbulas”.

 Sorprende la calidad narrativa de Katia Sack Yépez (1938), que a muy temprana edad publicó novelas en donde “se advierte madurez sorprendente en el uso de lenguaje, las palabras son escogidas con notable comprensión de su oportunidad”, según señaló Dora Mayer en la presentación de su libro de relatos: Su majestad el destino (1956). También debemos mencionar: La leyenda de todos y de nadie (1957), La mojigata (1958), y Los títeres (1960). En una orientación cosmopolita y social se ubica la narrativa de Juan Aguilar Derpich, en obras como Nueva York, Infierno Gris (1961), La Majá o el pérfido de Julián, (1963) y Se Alquila cuartos amoblados (1964). Nello Marco Sánchez Dextre ofrece una visión cotidiana y bullanguera del hombre de la ciudad y de la barriada, en De todo hay en la viña del señor (2007). Por su parte, Alberto Tocunaga Ortiz (1940) realiza una introspección de la vida porteña a partir de un espacio simbólico y marginal, en El corralón (1988):

"Afuera, las demás casitas del corralón se veían como espectros que se levantaban en la oscuridad plomiza de la noche. Se fue a dormir. Cuando Bernardo llegó a Chucuito, antiguo distrito de pescadores, la neblina de la mañana estaba encajonada en todas las calles. El Colegio Nacional Dos de Mayo del Callao se veía como una luz empavonada en medio de la niebla”.

 En Tres lobos de mar (2006), Carlos Jallo funde lo popular y lo culto, con escenas de gran verismo que se desarrollan en el puerto. Jorge Eslava -autor de múltiples relatos- en La horca del pirata (2011), transita en la novela fantástica y juvenil; Dante Castro Arrasco (1959), ganador del Premio Internacional Casa de las Américas (1992) con Tierra de Pishtacos, toca el tema de la violencia política y los problemas sociales del país. En los relatos “Ofrenda para tu retrato” y “Cara mujer”, (publicados en Otorongo, 1986) aparecen paisajes exteriores e íntimos del Callao, con una prosa directa y descarnada. En Crónica de la esquina del cañón (2016) Samuel Soplín Escudero da cabida al espacio autobiográfico, a la par con la ficción literaria. Óscar Espinar La Torre (1943) y Fabrizio Tealdo Zazzali (1979), se pliegan a la novela histórica en Un almirante inglés en el Callao. Memorias de la independencia (2014) y El marqués en el exilio (2016), respectivamente. Esta última recuerda el sitio del Callao en la figura de José Ramón Rodil; Reynaldo Santa Cruz (1963) recrea temas polémicos en torno a Dios y la religión, en La Muerte de dios y otras muertes (1990) y El Evangelio según Santa Cruz (1998); Alfredo Ormeño Felice (1945) da vida a personajes evanescentes que marcan las pautas de sus relatos marinos, en Del mar y otros sueños (2021); y Bernardo Valdivia Merino (1964), arma una ficción encantatoria del fútbol, en El torneo del fin del mundo. En el género de la fábula destacan los hermanos gemelos Juan y Víctor Ataucuri García (1957) con Fábulas peruanas (2003).

 

Crónica

Junto a la poesía y la novela el Callao también se reinventa en las voces de escritores que ejercitaron la crónica, la semblanza y el cuadro de costumbres, entre ellos, Remigio Silva Fernández, en El Callao, ligeros apuntes (1924); Néstor Gambetta Bonatti (1894-1968), con un estilo elegante en Cosas del Callao (1936) y Genio y figura del Callao (1968), evoca imágenes entrañables, como se aprecia en la estampa “El Muelle y Dársena”:

“El Dársena está aliado al Malecón que será siempre el más calificado y fiel testigo de las mocedades de nuestros muelles. El Malecón es discreto. Es otro rincón del alma porteña. El Dársena y el Malecón se contemplan en sus aspectos diametralmente opuestos y que por lo mismo se tocan. En uno se contrae la vida; en el otro se dilata. De día, en el Dársena todo es bullicio y ruido: de noche, el Malecón es de música y risas. Esperanzas que se esfuman en el Dársena frente a la dureza de la vida; en el Malecón, ilusiones que se agigantan en devaneos y promesas”.

 Una mujer que dejó huella en el periodismo nacional, Ángela Ramos Relayze (1896-1988) se refirió al Callao desde numerosas crónicas. También lo hicieron Federico Flores Galindo, en Salpicón de costumbres (1872) y Leyendas y tradiciones en prosa (1905); Jorge Lizarbe Valiente (1914-1975), en Callao: pueblo de civismo y tradición (1966); Nello Marco Sánchez Dextre, en Añoranzas y vivencias del alma chalaca (2003); Juan Arce Rojas: Tradición del club Atlético Chalaco, en la historia del fútbol peruano (1945); Godofredo Carrillo Panizo (1934), evoca la figura de personajes afrodescendientes, en Mis treintaicuatro negros recuerdos (2007). Destacan, además, Manuel Zanutelli Rosas (1934): Evocaciones históricas (1978), Ricardo Pérez Torres Llosa: Callao: su presente y su futuro (2015), Hermilio Vega Garrido: Semillas de identidad (2006), Humberto Pinedo Mendoza: Rostros y rastros del Callao (1992), Juan Pablo Musso: Luna de cangrejos. Remembranzas chalacas (1991), José Bernales Vizcarra: El Callao y la historia. Relatos del abuelo de ayer (1995), Jorge Vargas García: Identidad chalaca (2021), Roger Honores Escobar: Mis relatos de la historia del Callao (2022), Santiago Risso Bendezú: Frontera al Castillo del Sol (2002), Mario Aragón Urquiza: Callao Oculto1. Breve imagen de la historia del Callao (2019). Igualmente, esta vocación entrañable por el Callao antiguo, aparece en páginas muy leídas a través del Facebook, como Callao querido, Callao añorado, de Reynaldo Marcial Pérez Ponce de León (1955); El Callao que se nos fue, de Ricardo Gonzales Zapata; y Callao Centro Histórico, de Juan Manuel Fernández Dávila (1973). No podemos dejar de mencionar nombres destacados, provenientes de la investigación histórica (Francisco Quiroz Chueca (historiador), del periodismo (Abraham Ramírez Lituma) y del ensayo filosófico- político (Paul Laurent Solís), quienes han tratado temas –cada uno de sus particulares puntos de vista- sobre identidad, sociedad y cultura chalaca.

 

Teatro

La dramaturgia chalaca tiene una figura central en Sara Joffré (1935-2014), fundadora de Homero Teatro de Grillos (1963) en el distrito de Bellavista. Sus piezas teatrales y su labor en dicho campo fueron fundamentales para la consolidación de un movimiento teatral en Perú. Además, podemos mencionar algunas obras publicadas en libro: Corazón de india. Comedia en tres actos y un cuadro (1928), de Abelardo Arriola Ledesma; El último baluarte. Drama histórico en dos actos y cinco cuadros (1957), de Álvaro Díaz; Los héroes y Grau. Drama alegórico en dos actos (1977), de Adolfo Chipoco Malmborg. Raúl Deustua también publicó la obra de teatro en verso Judith, 47 (1948).

 

2.- Un aura evocativa: el peso de la tradición y la historia  

 Cuando se lee a autores chalacos se siente en sus escritos como un dejo de añoranza, de remembranza, de hurgar en el pasado, en el origen del puerto. Aparece un efecto literario tratado por preceptistas y especialistas en literatura.  El efecto de escribir como recordando. ¿Qué es lo que el escritor recuerda? Recuerda el jardín primero, como señala Octavio Paz. El Callao en el curso de su historia se nos presenta como una “ciudad lírica”, apelando al título del poemario de Carlos Contreras Espichán:

Oh ciudad de ventanas achacosas

mar celeste, isla rosa y cielo de oro:

no me tienes amor, pero te adoro

y te canto en mis versos y en mis prosas”.

 

Aparecen aquí descritas algunas de las calas o constantes que definen la personalidad del sentir lírico porteño. Aquel esmaltado mar celeste, isla rosa y cielo de oro -contenidos en un sobrio decorativismo pictórico- trasluce la búsqueda del mito, ese espacio evanescente colmado de fantasía, con metáforas que nos remiten a los orígenes. En esta ciudad de “ventanas achacosas”, de calles “pequeñitas, torcidas, llenas de misterio” con balaustradas en los balcones se asienta el poder evocativo del poeta chalaco que describe con intensidad y nostalgia su terruño; algunas veces con temple romántico, y otras con largas pinceladas costumbristas.

 La afirmación no me tienes amor, pero te adoro/ y te canto en mis versos y en mis prosases ya clásica expresión del sentimiento de este pueblo, tan similar a la de esa canción-himno, titulada Nostalgia Chalaca de Manuel Raygada Ballesteros (1904-1971), en donde encontramos los siguientes tercetos: Loca en mi alma se agita/ mi nostalgia infinita/ de volverte pronto a ver.// Jamás un instante te he olvidado/ y estarás siempre grabado/ en lo más hondo de mi ser”, o de esos otros referentes inolvidables del cancionero popular como Alma de mi alma, Ventanita y Nube gris del compositor y también poeta Eduardo Márquez Talledo (1902-1975).

 Junto al lirismo consagrado destaca la visión referencial, expresada en cuadros de costumbres, descripción de solares, calles y plena identificación con la bahía chalaca. Carlos Concha Boy refleja las vicisitudes del puerto en los siguientes versos: Cuando la luz es pura/ y tocan las campanas/ su buenaventura/ algo surgente/ me parece mi puerto./ Hay ruidos que lejanas playas envían/ hombres que se acercan llenos de miseria/ hombres sudorosos/ pasos cautelosos/ ¡y luego un colorido con luces de feria!”.

En las últimas décadas, esta mirada literaria del Callao se extiende también a sus distritos más alejados, como Ventanilla y Mi Perú, que tienen una población con un buen porcentaje de inmigrantes, especialmente venidos de zonas andinas, por lo que ese atribuido “chalaquismo” del escritor porteño se confronta con las nuevas realidades surgidas en esos distritos.

 

3.- Presencia del mar: elemento metafísico, el origen, el ser

 Y como una necesidad metafísica la presencia del mar se instala en el corazón del escritor porteño. Su cercanía lo llevará a valorar el sentido de la tradición, muy presente en esas puestas de sol y en sus periodos lunares. Atendiendo los golpes métricos del mar, han aparecido libros donde el tema esencial es, justamente, el componente marino, entre ellos: La nave en la senda (2002), de Nello Marco Sánchez Dextre;  Íntimo Ulises (1999), de Juan Gómez Rojas; Licor de caracola (1980), de César Gallardo y Guido; Hezpez (1990), de Fernando Sánchez Olivencia; Puertos (2016), de Santiago Risso Bendezú; Dios, el mar y ella (2000) de Mario Aragón. Esta cosmovisión marina ha sido sentida y cantada según la sensibilidad de cada autor. Por ejemplo, Carlos Concha Boy lo realiza desde un estilo aireado en la tradición: “La tarde se despereza y en el puerto/ la brisa juega cándidamente con las olas/ No sé… pero a lo lejos hay un rumor incierto/ Y de lejos nos llega como un perfume de gladiolas…” (“El puerto”). En César Gallardo el espacio marino se mimetiza con la naturaleza humana:

“Tú eres alma, mar,/ de todos los caminos/ y del hombre…/ Tu ola ala de lo lejos,/ rumor de cancionero/ de vida y de la muerte…/ Tú que ruges, mar, gozas y levantas/ la crucifixión del alma,/ el crudo pan del día/ y de la barca/ ¡Caramba!/ que no vuelve,/ que no cesa,/ del remo y del que rema/ perfecto/ mi soñado lejos, levantas mar.// Pronto mi sueño/ y mi lenguaje/ será mar,/ mar de caminar/ y de beber/ lo azul de todo mar,/ de toda ala o fantasía/ detrás de los islotes,/ mar,/ allá,/ allá” (“Polen de gaviota”). Fernando Sánchez Olivencia, por su parte, apela a cierto ludismo verbal con gran eficacia poética: “En la nueva embarcación/ no va el animal/ vuelve la barca sin nosotros/ debajo del mar… Desfigurado el barro del mago sembrador/ un pescado diluvial de tiempo/ solo sobrevive/ sin la mujer del pez/ yo creo la nueva panza del mar” (de: Ezpez).

 

Coda

Estas claves nos permiten entender la orientación espiritual por donde se han encaminado los escritores chalacos: 1) la afirmación personal y heroica, 2) un aura evocativa y la construcción del mito, 3) la presencia del mar como elemento alegórico-metafísico. Vemos a través de esta evolución cómo la literatura porteña surge y se afirma en la propia identidad.

 



[1] Término acuñado por el poeta y estudioso Juan Gómez Rojas, en su libro: Visión panorámica de la poesía del Callao 1880-1980, Callao, Ediciones Línea Éter, 1990.