viernes, 12 de agosto de 2022

 



RUBÉN BLADES, DIECISÉIS CANCIONES 

Y UNA PROFECÍA DE AMÉRICA

 

Por: Antonio Sarmiento

 

 

El año 2015, Mario Aragón (Callao, 1975) publicó Salsa y sabor en cada esquina: mi visión de Héctor Lavoe en el Perú, un libro con rigor documental sobre los aspectos más humanos y sublimes de la vida y la obra del Jibarito de Oro. En ese libro se relata el idilio que tuvo Lavoe con el Callao, y viceversa, el Callao con Lavoe. Mario Aragón tiene, además, el libro inédito El Cano Estremera: soneando desde la sombra y el mito, el cual bucea en la punzante vida de ese gran sonero puertorriqueño de fraseo inigualable, muy conocido y querido también en el Perú, fallecido hace dos años.

Buscando América, el discurso musical en la narrativa de Rubén Blades (Editorial Mesa Redonda) examina con pertinencia los diferentes pisos y niveles de la escritura de dieciséis canciones representativas dentro de la selecta discografía de Rubén Blades. Cada uno de estos temas está cruzado de vivencias, escenas reales, puntos de vista y reflexiones, con un mensaje de unidad, para que nuestros países encuentren su camino y su desarrollo.

         Cuando Mario Aragón analiza cada uno de los temas lo hace con la convicción de que su valor lírico está en el temple, en el nervio, en el espíritu de su mensaje, pleno de sustancia popular de donde surgen y provienen. Las letras de estas canciones que el autor analiza —más allá de su eficacia musical— siguen vigentes porque sustentan la verdad y la tragedia de la época. En muchos pasajes de estas canciones encontramos el reverbero de lo poético, que se ilumina, de repente, en una frase, en la imagen de una calle, o una esquina, donde transcurre la vida cotidiana de gente sencilla que lucha por sobrevivir, y no dejarse engañar por los que gobiernan este mundo.

Aquí aparece, por ejemplo, “Pablo Pueblo”, personaje emblemático, que es uno y a la vez todos los hombres. Muy bien dice el autor cuando apunta que el maestro Blades: “No se queda en la expresión individual del yo o del otro, sino que avanza y asume un presupuesto más ecuménico a través del nosotros. Ya no es solo el dolor de un hombre, en anarquía o desligado de los demás, sino el de un hombre que representa a todos los hombres, a un pueblo, a una cultura". Pablo Pueblo llega a su hogar luego del desencanto y la decepción provocados por las eternas promesas incumplidas de los políticos:

“Entra al cuarto y se queda mirando

a su mujer y a los niños

y se pregunta hasta cuándo

Toma sus sueños raídos

los parcha con esperanzas

Hace del hambre una almohada

y se acuesta triste de alma.

Si bien es cierto que la poesía, o lo poético, se rige por sus propias leyes, por sus propios mecanismos internos que se miden por la intensificación expresiva de la palabra, por su carga de sugerencia y poder evocador, en el caso de los temas analizados, las historias que se suscitan aparecen despojadas de todo ornamento retórico. Sus principales cualidades son la sencillez y la verdad con que están dichas.

 Estas canciones, tienen asidero literario en tanto su mensaje se enriquece con el uso de metáforas y símbolos, capaces de retratar los dramas y avatares de todo el pueblo, su construcción, su lucha heroica, y nos ofrecen una interpretación raigal de la América polifónica y contradictoria. Gracias a estas estrategias literarias el gran salsero sigue la línea de esos creadores que han escarbado en la realidad de nuestros pueblos, hundiéndose en sus mitos y alegorías, con obras que representan una ruptura, un choque frontal con el relato histórico y canónico impuesto, y a la vez, oponiendo resistencia al sistema de colonización social y psicológica, tal como lo apreciamos en temas muy conocidos, como “Tiburón”:

Ruge la mar embravecida

Rompe la ola desde el horizonte

Brilla el verde azul del gran caribe

Con la majestad que el sol inspira

El peje guerrero va pasando

Recorriendo el reino que domina

Pobre del que caiga prisionero

Hoy no habrá perdón para su vida

 

Es el tiburón que va buscando

Es el tiburón que nunca duerme

Es el tiburón que va asechando

Es el tiburón de mala suerte.

El autor del libro, encuentra puntos de contacto –y también diferencias-  entre la nueva canción latinoamericana y el género salsero, pleno de mensaje, que popularizó Blades, en lo concerniente a la búsqueda de una identidad personal como ciudadanos, y la toma de conciencia frente a las múltiples encrucijadas que viven nuestros países. Junto a la nueva trova, habría que tomar en cuenta, también, al boom de la Nueva Narrativa Latinoamericana, cuyos autores a partir de los años 60, escudriñaron los grandes imaginarios sociales, políticos y culturales del continente, entrecruzando sus escrituras que van desde la línea neorrealista al realismo mágico, las cuales, a nuestro parecer, se imbrican con el relato del salsero, cuya voluntad comunicativa –como señala Aragón- no es exclusivamente intelectual, sino también emocional y afectiva.

Aquí podríamos citar, por ejemplo, “Agua de luna”, el álbum que Blades compuso con cuentos de Gabriel García Márquez, sin dejar de lado, además, sus muchas lecturas de la literatura mundial, como se puede advertir, en el famoso “Pedro Navaja”, que contiene a plenitud los gustos literarios del cantante panameño, quien, con este tema, rinde homenaje a la “La balada de Mackie el Navaja”, del dramaturgo y poeta alemán Bertol Brecht, quien incorpora esta canción de 1928 a su conocida obra teatral: “La ópera de tres centavos”. En la propia letra de “Pedro Navaja” se hace alusión al autor de “La metamorfosis”, el novelista checo Franz Kafka. El retrato, la pintura del hampón es altamente sugestiva, trabajada con "uso alternado de las rimas consonantes con las asonantes", como bien advierte Aragón:

Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar

Con el tumbao que tienen los guapos al caminar

Las manos siempre en los bolsillos de su gabán

Pa' que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal.

 

Usa un sombrero de ala ancha, de medio lao

Y zapatillas, por si hay problemas salir, volao

Lentes oscuros pa' que no sepan que está mirando

Y un diente de oro, que cuando ríe se ve brillando.

En otra parte del libro, Aragón desautoriza con vehemencia a quienes tildan a Rubén Blades como representante de la salsa intelectual, término oscuro y confusionista que pretende rebajar su mensaje, como si sus temas hubiesen sido compuestos solo “para una élite o una casta exquisita de melómanos”. Merced al contrapunteo de relatos, de historias sobre la tragedia y la esperanza del gran pueblo latinoamericano, en esencia, el discurso del cantante es más épico que lírico. De ahí el alcance multitudinario de su mensaje. No se reduce a una pequeña cofradía, más bien se abre hacia la vida. Aquí hay un equívoco, lo intelectual no es sinónimo de ese academicismo frío y doctoral, de alguien encerrado en su gabinete. No. Es la cualidad de discernimiento, de entendimiento, de lo epistemológico.

Hay que indicar que lo cognitivo, el conocimiento en el arte es fundamental para la creación de obras perdurables, pues como bien apunta el autor: “Lo cognitivo en la música o en el poema no resta la emoción. Al contrario, lo desencadena”.  Por ejemplo, César Vallejo, es uno de los grandes poetas del dolor humano, pero ello no le impidió iniciar una aventura del conocimiento en “Trilce”, el poemario más innovador de la vanguardia latinoamericana. Este conocimiento ha permitido que el maestro Blades inserte en su canto la riqueza de nuestras tradiciones, juntándolo con elementos de vanguardia. Por eso, muchas veces, lo vemos innovando y arriesgando con nuevos compases y diferentes ritmos, dándole a su estilo un movimiento más audaz.

No peca el autor del libro cuando dice que “no cometemos una ligereza si sostenemos que la condición primera del ilustre cantautor panameño es su existir en poesía”. Así es, con esa poesía que sale del pueblo, con esas metáforas que encarnan nuestra diaria existencia, y se cantan en todas las esquinas sabrosas del Perú.

Escrito a modo de un ideario y una profesión de fe, este libro de Mario Aragón nos atañe porque recoge el sentir de un cantante, de un bardo, de un cronista de nuestro tiempo, en cuyo canto resuena las intensas sonoridades de la América mestiza, territorios cargados de ensueño y realidad, de encuentros y desencuentros. Un canto que anuncia una profecía y una esperanza.