POESÍA EN LOS NOVENTA
Los jóvenes poetas peruanos que irrumpieron con fuerza en la escena
cultural durante los primeros años de la década del noventa traían consigo el
estigma y el sello de una época signada por la violencia social y política
pero, a la vez, reflejaban en sus actos y en sus obras posturas más acordes con
los nuevos tiempos y una madura aclimatación frente a la crisis material y
espiritual que roía entonces los cimientos de la sociedad peruana. A mi juicio,
son tres las fechas que definieron los rasgos peculiares de esta nueva hornada
de poetas: 1990-92, 1993-97 y 1998 hacia delante.
1.1) Inicio del desborde
generacional
El inicio de la década significó para el país no solo la consolidación
de la democracia a través del impulso de estilos políticos no tradicionales
sino también la implantación por el régimen fujimorista del modelo neoliberal
cuyo primer negro capítulo fue el traumático shock económico de aquel aciago mes de agosto de 1990. A pesar de
desarrollarse en un escenario adverso e incierto, producto del fenómeno de la
violencia senderista, los jóvenes vates empezaron a activar una atmósfera
poética que corría con la misma velocidad de un reguero de pólvora: “los jóvenes de los años noventa recibieron
un país casi en ruinas (…) vivieron una situación de aislamiento y temor
constante, al salir a las calles, al ir a estudiar. Era un temor producto de la
violencia extrema que asolaba al país en conjunto, pues, a diferencia de la
década anterior, el terrorismo ya no solo se mantuvo en el campo, sino que se
trasladó a la ciudad”[1].
La efervescencia y la ebullición creadora se manifestaron en la
multiplicación de recitales poéticos realizados en forma masiva; en la
publicación de numerosas plaquetas, revistas y de los primeros libros. Cuajaron diversos grupos de poesía –principalmente nucleados dentro de
las universidades en donde estos jóvenes desarrollaban sus estudios-, entre ellos Noble Katerba, Neón, Vanaguardia, Estación 32, el Taller de Poesía de la Universidad
de Lima, el grupo de la Universidad Garcilaso de la Vega, Mammalia, Geranio
Marginal, Aedosmil, Libro Abierto, trincheras (Chimbote), Ángeles del Abismo
(Piura), Urcututo (Iquitos), Veta Andina (Cerro de Pasco), José María Arguedas
(Tacna), Asco Literario (Ica), Parhua (Abancay).
1.2) Año decisivo y
simbólico
Sin duda 1992 se configura como un año hito cuyos cauces habrán de
influir en la vida nacional, principalmente con la captura de Abimael Guzmán. Ese
año se fija decididamente el inicio de la derrota de las huestes de Sendero Luminoso y del Movimiento revolucionario Túpac Amaru; igualmente, es
ejecutado el autogolpe de Estado del modelo fujimorista. Luis Hernán Ramírez
señala que: “1992 resulta ya para la vida
política peruana un momento decisivo. El autogolpe de estado del 5 de abril de
este año que clausuró el Congreso Nacional, suspendió las garantías
constitucionales y vulneró la autonomía del poder judicial y de otros organismos
centrales y extrapolíticos entregando todo el poder a las fuerzas armadas y al
sector financiero empresarial del país nos pone frente a un orden distinto a
todo lo anterior constituyendo un entorno político-social propicio para dar
nacimiento a una nueva generación poética”[2].
Esa búsqueda de la identidad individual y colectiva de los jóvenes
poetas coincidió también con aquellas reformulaciones e interpretaciones del
ser americano. En efecto 1992 se constituye en una fecha singular por celebrarse
los 500 años del Descubrimiento de América que puso sobre el tapete nuevos modos de entender la identidad
continental. Como se puede vislumbrar el 92 podría significar, por su
trascendencia y su alto simbolismo, el año hito para encerrar en torno a él la
aparición de la nueva sensibilidad poética. Nuestro artículo prioriza, sin
embargo, la secuencia vital y progresiva del grupo. Por ende, ese nacimiento
preferimos derivarlo hacia 1990, fecha que sintetiza mejor la ebullición del
brote “generacional”. En general los años noventa fueron muy pródigos en fechas
conmemorativas. Cabe resaltar los centenarios del nacimiento de autores que en
sus obras sustentan la peruanidad, como César Vallejo (1892-1992), José Carlos
Mariátegui (1894-1994) y Gamaliel Churata (1897-1997).
1.3) Asunción espiritual y
verbal
Las consecuencias inmediatas derivadas de este nuevo “militarismo” en el
Perú se evidencian en los atropellos y en las arbitrarias acciones represivas
que apuntaban no solo al sometimiento de la anarquía social sino también al
enclaustramiento ideológico y espiritual. De allí que el periodo 1993-97,
constituye para los poetas y la juventud en general una etapa de reflexión, de
auto análisis y de búsqueda personal mediante un estado de retroalimentación de
los diversos procesos críticos por los que atravesaba entonces la sociedad
peruana.
En ese sentido, aquel repliegue espiritual no traducía una actitud
autocomplaciente sino más bien expresaba esa latente cosificación social que se
dio a través de la inmersión y el auto reconocimiento como únicas vías para
ejercitar otra liberación que ha de traducirse socialmente a partir de 1998,
con una nueva toma de conciencia llegando, incluso, a la violencia
participativa que tuvo como punto álgido las protestas y las marchas
universitarias contra el referéndum y el autoritarismo gubernamental, que
finalmente con la marcha de los Cuatro Suyos y la difusión de los “vladivideos”
derivaron en la disolución del régimen fujimorista[3]
Frente a aquellos actos reprimidos se impusieron estos actos liberados que no
formaban parte de una nueva etapa sino fueron consecuencia directa de aquel proceso
de desajuste e introyección social vivido en años anteriores. Esa actitud liberadora se reflejó también en
el ámbito verbal y en la madurez con que fue encarado el texto poético.
1.4) Pasado en claro
Las tres fases antes mencionadas se pueden resumir del siguiente modo:
1) de 1990 a 1992, se da inicio del desborde generacional, 2) de 1993 a 1997,
existe una postura de mayor carácter introspectivo y 3) de 1998 hacia delante,
se expresa una conducta de acción liberadora. Vemos, pues, cómo desde ese
doloroso tránsito llenos de sesgos, escisiones y fracturas que fue iniciado en
los primeros años de la década, se va configurando lentamente a finales de los
noventa una recomposición de uno de sus elementos más anárquicos y volitivos:
el de la fragmentación, que es uno de los rasgos distintivos de estos poetas
quienes vertebraron su jornada artística y vital a partir de esas “quebradas
experiencias”, de acuerdo al sugerente título del libro de poemas de Xavier
Echarri. Estos vates se constituyeron en escritores-puente de una y otra etapa.
Aquí radica su vitalidad y, en cierta forma, su trascendencia: convertirse en
ese gran eslabón generacional sin el cual no podría entenderse las nuevas poéticas
surgidas a partir del 2000, no tanto para revelar una escritura unificada sino el
de una plena conciencia poética.
[1] De
Literatura Peruana, fascículo Nº 38
dedicado a la poesía del noventa, especialmente a la obra de Xavier
Echarri; en diario Expreso, Lima, 15 de junio de 1998.
Nacional
Mayor de San Marcos, el 22 de enero de 1991, y publicado luego, al año
siguiente, en forma de separata.
[3]
“La
realidad que los asiste –según palabras de Víctor Delfín- les exige un cambio radical, un salir por
fin del despeñadero al cual nosotros, los adultos, hemos conducido, con nuestra
pusilanimidad, egoísmo, indiferencia, ignorancia u oportunismo político (…)
ustedes que salieron a las calles hace rato arriesgándose a ser tomados como
senderistas, terroristas, y que han manifestado generosamente su amor al Perú,
exponiéndose a las golpizas de los esbirros del gobierno y que han demostrado
al mundo que no son la generación X sino la vanguardia, la reserva moral que ha
asumido la responsabilidad de cambiar el destino de todos los peruanos…”
“Carta abierta a la juventud peruana, el fin del fujimontesinismo”. En La República, jueves 23 de marzo del
2000.
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